De La salida del remonte de La Laguna (Superior) al Mulhacén y a Trevélez.

Hacia ya unos añitos que no hacíamos esta larga y bella excursión. Agradezco a mi amigo Julio Viñuales de Zaragoza su interés por ella, pues gracias a eso he vuelto a verme con los pies mojados y con nieve hasta los rodillas por los neveros del paraje de La Campiñuela, después de ese gran descenso con esquís que parte de la misma cima del Mulhacén y transcurre por la pala este de esta gran montaña que nunca conviene infravalorar. Gracias también a mi amigo Jose Ángel Muros, siempre con una sonrisa... Esta vez hemos partido desde la salida del remonte de La Laguna y hemos esquiado hasta donde hemos podido, justo hasta debajo de la Puerta de Rioseco. Evitamos subir directo para en cambio, hacer una subida mas relajada y evitar poner crampones o cuchillas, pero tenemos que hacer toda la media ladera desde el Balcón del Valdeinfiernos hasta La puerta de Rioseco. Ya no quitamos pieles hasta Loma Pelá, a la que llegamos por la cabecera del bonito Valle de Rioseco. Después, y con bastante viento, fijamos las taloneras y bajamos la corta pero preciosa pala que nos lleva a la Laguna de la Caldera, donde volvemos a poner pieles para encarar ya la Cara Oeste del Mulhacén, esta vez pelada en su mitad superior debido a los vientos intensos que soplaron durante varios días tras las últimas nevadas. En la cima fotos, saludos, picar algo y venga, a lo que estábamos esperando. No digo que la pala este del Mulhacén sea el mejor descenso de la Sierra, pero siempre es una gozada descender sus sostenidas pendientes. Una vez en La Laguna Hondera, con una sonrisa se oreja a oreja y más felices que las perdices, cogemos el barranquillo que empieza un poco más a la izquierda del desagüe de La Hondera, ya que este no es esquiable y aquel si. Bajamos con nieve por todo el Valle del Culoperro hasta El Vertedero, donde decidimos en lugar de continuar la pelada vereda, andar un poco a la izquierda para bajar por una canal ancha hasta la Acequia de los Posteros. Tener que cruzar el río, bastante crecido, por un puente de nieve para poder seguir por la acequia, ya con zapatillas, y después los grandes neveros que llegaban hasta la misma Campiñuela, nos hicieron dudar si habíamos tomado el camino menos laborioso. Sólo restaba ya la larga vereda que llega hasta Trevélez. Ya cerca del pueblo comprobamos, con cierto alivio para nuestros cuadriceps por la comodidad que supone bajar por un carril en lugar de por la antigua vereda empedrada, cómo ya ni el salvaje Valle de Trevélez se escapa del progreso. Espero que sigamos siempre encontrándonos con sus afanados y duros pobladores montados en sus bestias dirigiéndose a sus labores y que no se pierda la esencia del último valle libre de carriles de Sierra Nevada.