Desandar Para Avanzar. Guavatá, Cascada de Los Micos de Jesús María, Monte Bello, Sabana Grande y La Granja de Sucre Santander.
near Puente Nacional, Santander (Republic of Colombia)
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Itinerary description
Llena el espíritu cansar el cuerpo y regresar a las travesías, por esos caminos circundados de inverosímiles paisajes, amables habitantes y la magna sonrisa de Natura, que dan un papel secundario en esta obra, a los fuertes ascensos, las rocas sueltas, los implacables destellos del astro rey o los laberínticos caminos de herradura, que hacen que la rosa de los vientos, se vea perdida. También pierde relevancia el reciente pasado, donde las paredes hospitalarias, o el encierro de casa, eran el único pero necesario paisaje, para valorar el hecho de poder salir de allí y seguir pedaleando, saludando, viviendo.
Inicio este camino alcanzando el entrañable pueblito de Guavatá, en donde desde la vereda Mercadillo, empotrado en la montaña, Sucre se veía engañosamente cercano, pero lo alcanzaría hasta la mañana siguiente y poco después me he adentrado en un sendero sin salida alguna, del que fue muy difícil regresar, por no estar atento al trazado y confiar en el gusto y orientación propios. Allí recurro a la ayuda del gran amigo Óscar Upegui, referente del ciclo montañismo de Antioquia y Colombia, dueño de una gran humanidad y alegría por vivir en el deporte y así, siguiendo sus pasos, en una ruta que él trazó años atrás por estas tierras, logro retomar la senda principal, para llegar a una de las razones por las que decido pedalear en estos parajes y tristemente darme cuenta que esta, no había sido perdonada ni por el tiempo ni por el olvido. Aquel hermoso puente de madera que ponía fin a los paisajes guavateños y daba la entrada a un corto tramo rural del pueblo de Sucre, se ha ido abajo para nunca volver y luego ya en Jesús María, por duras carreteras encumbradas en la vereda Alto de Cruces, otro puente aún agonizante, se resiste a morir y aún muestra algo de su tejado de barro y sus columnas antes fuertes, ahora fatigadas por el duro peso del olvido y la desidia de quienes sufren de ausencia de sentido de pertenencia.
Con el saludo y almuerzo de una señora, maga de los sabores autóctonos de estas tierras y su hija ciclista, emprendo los últimos kilómetros de esta jornada, que me llevan a la grandiosa Cascada de los Micos, cuya fuerza no ha sido tan mermada por los meses de sequía, que recién dejaron huella. Allí planto mi carpa en la parte alta de la cascada, con una grandiosa vista del cañón y con la compañía de la vieja tumba de una mujer que allí reposa.
Con la danza neblinar de la madrugada y antes que me descubra el sol, emprendo rumbo al municipio de Sucre, por lo que recordaba, era un fortísimo ascenso, en lodo y piedras, que hoy con sorpresa, se muestra asfaltado y me permite ver la magia de ese cañón, mientras poco a poco escalo esas montañas sucreñas. Llego al bello Sucre y sus vistas lejanas al oriente y el sur y con un típico mute de maíz y pata de cerdo, resucita mi cuerpo fatigado y da licencia a una sonrisa y a querer continuar, pues lo que se viene es aún más fuerte. Allí mi orgullo de patria chica se insufla al escuchar a un señor, pedir una galleta puentana para desayunar, haciendo que le imite y le salude.
En la senda al pueblo de Bolívar, debía desviar a siniestra, pero por la emoción del único descenso de toda esta travesía, seguí adelante un kilómetro, el cual tuve que recular y tomar el desvío para pisotear caminos y placa huellas que solo me permitían empujar mi bicicleta contra la gravedad. Las rocas sueltas y la angostura, transformaban esa carretera, en un auténtico y difícil camino de herradura, que me ha hecho lamentar el no haberle hecho caso a esa señora que me ha pedido que desande este duro ramal, para regresar al pueblo por la vía principal y desde allí tomar la central que había descartado a la Sabana Grande, poblado desconocido por mí. Los caminos de la Vereda Callejón, eran auténticos laberintos para perder la voluntad de continuar y el equilibrio por la caída que no me dejó, gracias a Dios, más que una pequeña cortada en la pierna izquierda. Al final y viendo el mapa, tuve que desistir del plan y regresar un poco al sur, para encontrar la carretera principal a mi destino en la vereda Cuchina, cuya capilla de la escuela, me recordó la arquitectura transilvana y llegar a un punto por el que hubiese pasado hace horas, si no hubiese rechazado el camino habitual, para conocer el destino escogido para esta travesía.
En una carretera no menos dura, pero pedaleable y ascendente, llena de roca suelta y fuertes ascensos, hallé una pequeña tienda, donde me recibe Don Reynaldo y Doña Carmen, ya en la Vereda, Laguna Negra. Allí comprando algunas cosas para preparar mi almuerzo bajo su mirada curiosa, he refrescado el alma con agua fresca y he alimentado la fuerza, con pastas, huevo, carne y las palabras e intenciones llenas de amor para seguir estos caminos, ya entrada la tarde, de los dueños de esa bella tienda en medio del inmenso verdor. << Coma mijo y más adelante va a ver la laguna y después de unas casitas y de la Peña Negra y el Alto de Palmas, se acaba la subida pa' que llegue a La Sabana a descansar. Puaquí bienvenido cuando quiera pero no se vuelva a meter por esas trochas de Callejón y se viene más ligero por toda la central >>.
Aquí el ánimo escala a las alturas de nuevo, así como yo asciendo estas montañas, las más altas de esta travesía y los paisajes se tornan inmensos, casi paramunos, circundados de palmeras y bosque andino, con casitas a lo lejos y un verdor deslumbrante, mientras olvido la dureza del camino o que la noche amenaza con llegar. La escasa gente me saluda y felicita; << hágale berraquito que ya va a llegar >> . El paisaje desata la felicidad represada por meses y Monte Bello, destraba mi mandíbula, que mucho hacía, no carcajeaba con tal fuerza y euforia. Me sentía como un niño, en otro planeta o en una ciudad antigua de los pueblos originarios, con unas columnas talladas por los dioses del agua, el tiempo y el viento, que se sostienen, vaya uno a saber cómo. Eran tótems, formaciones rocosas que se abalanzaban sobre el camino e inmensas columnas, labradas a propósito con el cincel de la naturaleza, para sorprender a ciclistas viajeros y seguro a todo foráneo que nunca estuvo en este lugar. La alegría de haber estado en este paraje, ha hecho que todo el resto, se disfrute aún más.
Monte Bello fue la gran antesala al inédito, para mí, poblado de Sabana Grande, el cual es mucho más extenso de lo que creía y con mucho más movimiento y comercio, que Sucre, su cabecera municipal. Desde allí se podría haber visto el Río Magdalena o los nevados adornando el horizonte, por encontrarse este poblado, en el borde de la Cordillera Oriental, que mira hacia occidente, que patrocina unas tardes rojizas y violetas de mar, pero no se obtuvo la indulgencia de la neblina. Un almacén de lanas e hilos de todos colores, con vitrinas y cielorraso de madera, me ha dado un salto al pasado en donde mi abuelita Carmen atendía en un establecimiento como ese, según lo que mi padre me ha contado alguna vez. La arquitectura de la capilla, me pareció poco original, muy moderna para mi gusto y casi idéntica, a la del poblado de La Granja, donde pasaría esa noche, pero eso no eclipsaba la alegría por conocer por fin este poblado al que hace mucho quería llegar. Sin conocerme de nada, algunas chicas en la plaza me saludan, o el dueño de un almacén y su amigo, mucho más joven me felicitan por llegar hasta allí, porque saben cómo es el camino y me ofrecen su casa para pasar una noche que ya casi nos pisaba los talones. Unas rocas similares a las de Monte Bello servían de mirador a aquélla promesa de la vista al Magdalena, además de esta amabilidad de su gente y una hermosa cueva que presume las entrañas de la tierra, a la vera del camino a La Granja, incluso un curioso edificio del Museo de Historia Natural, pequeño y antiguo escoltado por dos bustos de hijos ilustres del conocimiento, y los pabellones de Sucre y Santander, o hasta el cementerio me ofrece una hermosa pintura del sol, arropado con la neblina que deforma su figura y pinta de naranja las tumbas, adornadas con flores y amor de sus familias, mientras los pájaros se espantan por la naciente oscuridad y vuelan a los nidos que los protegen del frío de la noche que ya casi llega, me hacen grabar la promesa en mi corazón, de regresar y estar en este lugar con más tiempo y calma, para brindar allí toda mi atención a tan interesante poblado.
El resto es silencio y oscuridad, luego de un sol que poco antes había teñido los verdes bosques de un rojo intenso y ya en plena noche, después de una hora pedaleando, se asoman las luces del poblado de La Granja, en donde en su primera casita, se celebraba una misa de acción de gracias, por el regreso de una niña perdida al hogar. Allí, en medio de alabanzas, donde permanezco para agradecer el próximo descanso y regreso a casa con mi amigo Billi, quien en su campero todo terreno me ha llevado a casa desde allí más de una vez, entre la oscuridad de esa calle, veo la silueta de mi gran amigo Don Fidelino y su esposa quienes, sentados, aguardaban la bendición final y con sus abrazos por saludo, me voy a descansar agradecido por tales experiencias.
En más de una ocasión en estos caminos, nunca antes surcados por mí, he tenido que desandar lo recorrido y aquel hecho de recular sea mucho o poco, me iba a servir para no perderme, rendirme o llegar a donde no se quería, pero ¿quién diría que es necesario para avanzar? Entonces gracias a esta aventura, hoy de ello, buena fe he de dar.
Inicio este camino alcanzando el entrañable pueblito de Guavatá, en donde desde la vereda Mercadillo, empotrado en la montaña, Sucre se veía engañosamente cercano, pero lo alcanzaría hasta la mañana siguiente y poco después me he adentrado en un sendero sin salida alguna, del que fue muy difícil regresar, por no estar atento al trazado y confiar en el gusto y orientación propios. Allí recurro a la ayuda del gran amigo Óscar Upegui, referente del ciclo montañismo de Antioquia y Colombia, dueño de una gran humanidad y alegría por vivir en el deporte y así, siguiendo sus pasos, en una ruta que él trazó años atrás por estas tierras, logro retomar la senda principal, para llegar a una de las razones por las que decido pedalear en estos parajes y tristemente darme cuenta que esta, no había sido perdonada ni por el tiempo ni por el olvido. Aquel hermoso puente de madera que ponía fin a los paisajes guavateños y daba la entrada a un corto tramo rural del pueblo de Sucre, se ha ido abajo para nunca volver y luego ya en Jesús María, por duras carreteras encumbradas en la vereda Alto de Cruces, otro puente aún agonizante, se resiste a morir y aún muestra algo de su tejado de barro y sus columnas antes fuertes, ahora fatigadas por el duro peso del olvido y la desidia de quienes sufren de ausencia de sentido de pertenencia.
Con el saludo y almuerzo de una señora, maga de los sabores autóctonos de estas tierras y su hija ciclista, emprendo los últimos kilómetros de esta jornada, que me llevan a la grandiosa Cascada de los Micos, cuya fuerza no ha sido tan mermada por los meses de sequía, que recién dejaron huella. Allí planto mi carpa en la parte alta de la cascada, con una grandiosa vista del cañón y con la compañía de la vieja tumba de una mujer que allí reposa.
Con la danza neblinar de la madrugada y antes que me descubra el sol, emprendo rumbo al municipio de Sucre, por lo que recordaba, era un fortísimo ascenso, en lodo y piedras, que hoy con sorpresa, se muestra asfaltado y me permite ver la magia de ese cañón, mientras poco a poco escalo esas montañas sucreñas. Llego al bello Sucre y sus vistas lejanas al oriente y el sur y con un típico mute de maíz y pata de cerdo, resucita mi cuerpo fatigado y da licencia a una sonrisa y a querer continuar, pues lo que se viene es aún más fuerte. Allí mi orgullo de patria chica se insufla al escuchar a un señor, pedir una galleta puentana para desayunar, haciendo que le imite y le salude.
En la senda al pueblo de Bolívar, debía desviar a siniestra, pero por la emoción del único descenso de toda esta travesía, seguí adelante un kilómetro, el cual tuve que recular y tomar el desvío para pisotear caminos y placa huellas que solo me permitían empujar mi bicicleta contra la gravedad. Las rocas sueltas y la angostura, transformaban esa carretera, en un auténtico y difícil camino de herradura, que me ha hecho lamentar el no haberle hecho caso a esa señora que me ha pedido que desande este duro ramal, para regresar al pueblo por la vía principal y desde allí tomar la central que había descartado a la Sabana Grande, poblado desconocido por mí. Los caminos de la Vereda Callejón, eran auténticos laberintos para perder la voluntad de continuar y el equilibrio por la caída que no me dejó, gracias a Dios, más que una pequeña cortada en la pierna izquierda. Al final y viendo el mapa, tuve que desistir del plan y regresar un poco al sur, para encontrar la carretera principal a mi destino en la vereda Cuchina, cuya capilla de la escuela, me recordó la arquitectura transilvana y llegar a un punto por el que hubiese pasado hace horas, si no hubiese rechazado el camino habitual, para conocer el destino escogido para esta travesía.
En una carretera no menos dura, pero pedaleable y ascendente, llena de roca suelta y fuertes ascensos, hallé una pequeña tienda, donde me recibe Don Reynaldo y Doña Carmen, ya en la Vereda, Laguna Negra. Allí comprando algunas cosas para preparar mi almuerzo bajo su mirada curiosa, he refrescado el alma con agua fresca y he alimentado la fuerza, con pastas, huevo, carne y las palabras e intenciones llenas de amor para seguir estos caminos, ya entrada la tarde, de los dueños de esa bella tienda en medio del inmenso verdor. << Coma mijo y más adelante va a ver la laguna y después de unas casitas y de la Peña Negra y el Alto de Palmas, se acaba la subida pa' que llegue a La Sabana a descansar. Puaquí bienvenido cuando quiera pero no se vuelva a meter por esas trochas de Callejón y se viene más ligero por toda la central >>.
Aquí el ánimo escala a las alturas de nuevo, así como yo asciendo estas montañas, las más altas de esta travesía y los paisajes se tornan inmensos, casi paramunos, circundados de palmeras y bosque andino, con casitas a lo lejos y un verdor deslumbrante, mientras olvido la dureza del camino o que la noche amenaza con llegar. La escasa gente me saluda y felicita; << hágale berraquito que ya va a llegar >> . El paisaje desata la felicidad represada por meses y Monte Bello, destraba mi mandíbula, que mucho hacía, no carcajeaba con tal fuerza y euforia. Me sentía como un niño, en otro planeta o en una ciudad antigua de los pueblos originarios, con unas columnas talladas por los dioses del agua, el tiempo y el viento, que se sostienen, vaya uno a saber cómo. Eran tótems, formaciones rocosas que se abalanzaban sobre el camino e inmensas columnas, labradas a propósito con el cincel de la naturaleza, para sorprender a ciclistas viajeros y seguro a todo foráneo que nunca estuvo en este lugar. La alegría de haber estado en este paraje, ha hecho que todo el resto, se disfrute aún más.
Monte Bello fue la gran antesala al inédito, para mí, poblado de Sabana Grande, el cual es mucho más extenso de lo que creía y con mucho más movimiento y comercio, que Sucre, su cabecera municipal. Desde allí se podría haber visto el Río Magdalena o los nevados adornando el horizonte, por encontrarse este poblado, en el borde de la Cordillera Oriental, que mira hacia occidente, que patrocina unas tardes rojizas y violetas de mar, pero no se obtuvo la indulgencia de la neblina. Un almacén de lanas e hilos de todos colores, con vitrinas y cielorraso de madera, me ha dado un salto al pasado en donde mi abuelita Carmen atendía en un establecimiento como ese, según lo que mi padre me ha contado alguna vez. La arquitectura de la capilla, me pareció poco original, muy moderna para mi gusto y casi idéntica, a la del poblado de La Granja, donde pasaría esa noche, pero eso no eclipsaba la alegría por conocer por fin este poblado al que hace mucho quería llegar. Sin conocerme de nada, algunas chicas en la plaza me saludan, o el dueño de un almacén y su amigo, mucho más joven me felicitan por llegar hasta allí, porque saben cómo es el camino y me ofrecen su casa para pasar una noche que ya casi nos pisaba los talones. Unas rocas similares a las de Monte Bello servían de mirador a aquélla promesa de la vista al Magdalena, además de esta amabilidad de su gente y una hermosa cueva que presume las entrañas de la tierra, a la vera del camino a La Granja, incluso un curioso edificio del Museo de Historia Natural, pequeño y antiguo escoltado por dos bustos de hijos ilustres del conocimiento, y los pabellones de Sucre y Santander, o hasta el cementerio me ofrece una hermosa pintura del sol, arropado con la neblina que deforma su figura y pinta de naranja las tumbas, adornadas con flores y amor de sus familias, mientras los pájaros se espantan por la naciente oscuridad y vuelan a los nidos que los protegen del frío de la noche que ya casi llega, me hacen grabar la promesa en mi corazón, de regresar y estar en este lugar con más tiempo y calma, para brindar allí toda mi atención a tan interesante poblado.
El resto es silencio y oscuridad, luego de un sol que poco antes había teñido los verdes bosques de un rojo intenso y ya en plena noche, después de una hora pedaleando, se asoman las luces del poblado de La Granja, en donde en su primera casita, se celebraba una misa de acción de gracias, por el regreso de una niña perdida al hogar. Allí, en medio de alabanzas, donde permanezco para agradecer el próximo descanso y regreso a casa con mi amigo Billi, quien en su campero todo terreno me ha llevado a casa desde allí más de una vez, entre la oscuridad de esa calle, veo la silueta de mi gran amigo Don Fidelino y su esposa quienes, sentados, aguardaban la bendición final y con sus abrazos por saludo, me voy a descansar agradecido por tales experiencias.
En más de una ocasión en estos caminos, nunca antes surcados por mí, he tenido que desandar lo recorrido y aquel hecho de recular sea mucho o poco, me iba a servir para no perderme, rendirme o llegar a donde no se quería, pero ¿quién diría que es necesario para avanzar? Entonces gracias a esta aventura, hoy de ello, buena fe he de dar.
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Comments (6)
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بسیار عالی لذت بردیم از مسیر زیبا از تمامی لحظات زندگیت لذت ببر موفق باشی
از شما سپاس گزارم 🙏🏽🇮🇷
Que espectáculo de recorrido para tu regreso a lo inédito señor DxMarius, tus crónicas son dignas de ser plasmadas en un buen libro donde no existen monotonías y en un lenguaje que sólo los aventureros podríamos gozar esas vivencias como propias. Un abrazo desde estas montañas antioqueñas.
Estimado amigo Esneider, muchas gracias por tomarse el tiempo de leer y de visitar esta ruta, la cual la idea es que alguien más, la pueda disfrutar. En parte seguí un tramo que Óscar Upegui había recorrido, cinco años atrás y que yo siendo de aquí, no conocía y me alegro ahora, haberlo hecho. La ruta tiene incluso encuentros con amigos, lugares que no conocía y el sufrimiento de haberme metido por auténticos caminos de herradura muy difíciles de pedalear, pero haciendo el empuje de la bicicleta, logré salir de ellos. También se conoce gente nueva y ojalá alguien más algún día pase por esa vereda de Monte Bello, pues es simplemente increíble. Algún día espero volver a la bella Antioquía amigo, muchas gracias.
Una ruta sencillamente espectacular, acompañada de un buen registro fotográfico y una excelente crónica, gracias Marius por compartir el trazado, me trae buenos recuerdos esos bellísimos paisajes de Santander, esas montañas rocosas que son de otro mundo, que cuando uno llega a ellas no provoca más que parar a detallarlas, con solo leer tu buen relato, me he teletransportado al lugar, la verdad que esa zona si que tiene lugares distintos para conocer.
Saludos mi hermano y felicitaciones por ese espíritu aventurero que anima siempre a vivir la vida al máximo, el que quiera salud que coja una bicicleta y se vaya a conocer lugares, le aseguro que aunque llegue cansado a casa, siempre llegara renovado con ganas de repetir la hazaña.
Muchas gracias amigo Óscar por haber hecho ese primer trazado que me sacó de un monte en el que ya estaba por perderme, solamente por hacerle caso al sentido propio de orientación, que a veces falla y la ventaja de Wikiloc es haber podido seguir su ruta y retomar la vía para cumplir el objetivo. Gracias por esa travesía por Santander, de la cual bajé este trazado y lo seguí, al igual que por las fotos y el registro de crónica que ha servido mucho. No será la primera ni la última vez que me beneficie de las rutas de los amigos de Wikiloc, ya que es como si ellos mismos me guiaran por la senda que es y mostraran los alicientes del camino que vale la pena conocer. Tiene toda la razón, en cuanto a que el cansancio es cosa de ignorar, cuando uno se fortalece gracias al pedalear, caminar u otras actividades. Monte Bello, justo antes del corregimiento de Sabana Grande y el mismo corregimiento, me han sorprendido para bien, ya que es el borde natural de la cordillera oriental hacia el oeste y eso me ha hecho querer volver, solo para disfrutar ese lugar y no ir de paso. Es espectacular. Gracias amigo por su ruta y la valoración de esta que no hubiese sido posible sin su contribución. Un fuerte abrazo.