BarcelonaTorres i Bages L1-Parc Fluvial del Besòs-Sant Adrià

Bañados por el sol y con ansias de disfrutar, hollamos agradecidos la herbada alfombra teñida de verde, que nos ofrece la ribera del Besòs. Aunque dia laborable, hay suficiente concurrencia para hacernos una idea, de que en festivo se hará casi imposible transitar. Paseantes con y sin perro, incluidos nosotros, ciclistas, corredores, senderistas, observadores de aves, y al final de la mañana, colegios y grupos de jóvenes retozando en la hierba, pululan por el hermoso enclave. El césped, bien cuidado, salpicado de charcos por el riego, permite a Sam, nuestro acompañante canino, saltar y rebozarse en barro, invitando a sus congéneres a imitarle. También propicia que se rompa el hielo, tan presente entre urbanitas, y compartamos alegres comentarios y bromas sobre como devolver a nuestras mascotas su aspecto limpio e impoluto, después de la sesión de barro regenerador. Ajenos al lejano rumor de tráfico, nos concentramos en no perdernos ni un detalle, tanto de la zona ribereña como de la zona urbana que nos rodea. Pasamos bajo puentes y mas puentes, hasta que a la altura de la via del tren, una valla nos niega el paso y obliga a cruzar a la otra orilla, para alcanzar nuestro objetivo de hoy, la desembocadura del Riu Besòs. Un grupo de niños aprende en el Aula de Educació Ambiental, atentos a monitores y maestros, los secretos y razones para el cuidado del medio ambiente. En la orilla de la playa Sam descubre un nuevo juego, ladrando a las olas y saltando, para evitar mojarse las patas cuando rompen en la arena. Sobre el rompeolas, una figura humana se recorta en un hermoso contraluz contra el horizonte, parece recargar energía de cara al sol y llenar sus pulmones de brisa y deleitarse con el marino aroma, con sus ojos plácidamente cerrados. Cerca de la orilla, dos jóvenes sirenas "pescan" instantáneas para llenar sus digitales redes, convirtiendo estos bellos momentos en recuerdos inolvidables. Aconsejados por una senderista, exploramos el camino que paralelo al río , nos permite evitar el cemento cuando regresamos sobre nuestros pasos. Explorando, invadimos un recóndito rincón, convertido en hogar de un desafortunado trotamundos que buscó aquí acomodo, y que abandonamos discretamente, ante su sobresalto y desconfiada mirada. Esta ribera, acondicionada como Ronda Verda, dotada de carril bici y alguna fuente, está aún mas transitada si cabe que su , aparentemente, desafortunada hermana de enfrente. A estas alturas, Sam, que ha cubierto el triple de distancia que nosotros en su alegre corretear, se estira a descansar para esperarnos, cuando nos entretenemos con las fotos, en lugar de venir a apremiarnos para que nos demos prisa, como hizo al inicio de la jornada. Finalizamos el recorrido, no sin detenernos largamente, ante los murales que embellecen el muro a la altura del Pont de Santa Coloma. Iniciativa a nuestro juicio, totalmente acertada. Detenidos para la pausa de hidratación y en tránsito hacia el metro después, Sam invade levemente el carril bici, anécdota sin importancia, que convierte en altercado un energúmeno, que nos perdona la vida, dice él, por estar en provisional libertad y por nuestra venerable ancianidad.