Tordera Can Domènec-Creu dels Tres Termes-Sant Andreu de l'Arboceda

Un infernal coro de ladridos y aullidos, nos anticipa y acompaña. Quiero creer provocado por la apostura de mi acompañante, y a juzgar por el errático comportamiento de los otros canes, por algo de envidia. No en vano nuestro paseo nos lleva por las calles de la Urbanización de Can Domènec, apenas transitadas por humanos, pero fieramente custodiadas por los citados cánidos, hacia el Parc del Montnegre i el Corredor. Bellos edificios, otros medio abandonados, algunos chimeneas testimoniando vida, casi nadie en el jardín trabajando. Agradeciendo la bonanza y el espléndido cielo, dejamos atrás los ululantes guardianes, y penetramos en el bosque. Pisamos mullida alfombra de tierra, aromas de musgo y pineda embriagan nuestros sentidos, rodeados por hermosa vegetación y bienvenida soledad. Curiosamente concurrida la pista, acoge ciclistas y varios vehículos, raudos ambos en pos de su destino. Mas ruidosos los rodadores, por rebosantes de vida y energía. Múltiples coches aparcados en cualquier rincón, demostrativo de de las diferentes actividades que acoge el parque. Incluso en la Creu dels Tres Termes aparece uno estacionado a su sombra. Seguimos camino cuando de pronto, Lluna se detiene y observa con curiosidad a otro congénere, que correteando pasa a nuestro lado. Lleva al cuello un dispositivo localizador con extensión a modo de antena, por lo que se puede intuir que es un perro rastreador en prácticas. Llegamos a la ermita, y para mi sorpresa, esperando ruinas, ofrece esplendor y gloria. Rehabilitado casi por completo su exterior, con hermosa piedra y bello porche artesonado, se frustra mi deseo de chafardear en su interior, por no haber rendija ni apertura que lo permita. Me mira intrigada Lluna como diciendo, "Están locos estos humanos, que buscará ahí dentro". Se afana ahora por pasar delante en la reja de Can Xic, olisqueando aquí y allá, con envidiable determinación, y rebosante de vida. Por imperativo de la orografía, repetimos un corto tramo, pasando de nuevo por la cruz, donde aún sigue el coche. Encaminando nuestros pasos hacia camino de tierra, hacemos una entrada triunfal en poblado, al pasar por la Font Quirze de Vallderoure, lastimosamente seca. Henos cumplido una doble misión, mantener la forma, y hacernos con un modesto haz de leña, compuesto de pequeñas ramas, cuya función será morir, tras prender la hoguera.