366. LOS NUEVE FAROS DE LA COSTA NORTE GALLEGA.

Los faros siempre han ejercido sobre nosotros una fuerte atracción. Quizá porque son una guía en la oscuridad. En las tormentas, como en los tiempos turbulentos, necesitamos un valor seguro, algo de lo que te puedas fiar, una luz. En el imaginario se encuentra un mar embravecido, con un haz de luz intermitente, que barre la cresta de la olas. O en un día soleado, ese cilindro de colores, esperando la noche.

El origen de los faros se pierde en la noche de los tiempos, justo cuando a alguien se le ocurrió encender unas antorchas sobre un montículo para guiar a los barcos. Aunque toma el nombre de la Isla de Faro, frente a Alejandría, donde estaba situado el más famoso de la antigüedad. Desde entonces miles de ellos se han instalado en el mundo. Y han alentado la imaginación. Desde El Faro del fin del mundo de Julio Verne hasta recientes películas como “El Faro” o “Keeper, el misterio del faro”, se suceden las historias.

Los fareros, personajes solitarios en medio de la noche, van dejando de existir. La automatización de los faros es un hecho, y sus instalaciones a menudo son utilizadas como hoteles o centros recreativos.

El otro protagonista de esta ruta es Galicia. Lo que equivale a decir mar bravío, días oscuros (también soleados) y, algunas veces, naufragios. Galicia y sus faros, esta es la pareja protagonista de nuestra película. Y entre ellos los nueve faros de las provincias de Lugo y La Coruña. El trozo de tierra entre Ribadeo y Ferrol. Recorrer esta ruta es un placer. Nos acercamos y alejamos del mar, según lo van haciendo sus estrechas carreteras que bordean las rias. La sensación de estar perdido, entre cerrados bosques y alquerías vacias, desaparece tras una curva cuando vemos el mar. Miles de curvas nos esperan. Amantes de autovías y señales claras abstenerse de hacer esta ruta.

Vamos a ella. La salida es de Ribadeo, en la frontera con Asturias. Tomamos contacto con el primer faro en la Isla Pancha, destinado a señalizar la entrada a la ria. La isla está cerrada por una puerta metálica. Pero esta sólo puede franquearla el personal técnico, y los ocupantes de los dos apartamentos que se han instalado allí, aprovechando antiguas viviendas fareras.

Sería imperdonable no detenernos en la Playa de las Catedrales, una de las más visitadas del país. Llamada así por su grandes arcos, que pueden recorrerse en la marea baja. Piedra y agua haciendo arte.

Bordeamos la Ria de Foz, hasta llegar a Punta Atalaia. Una antigua torre de vigilancia, rodeada de leyendas que nos hablan de la llamada de seres mitológicos del mar, recuerdos de los cantos de sirena que recibe Ulises.

Carretera entre eucaliptos para llegar al Faro de Roncadoira, la que ruge, la que ronca. La vegetación es baja, azotada por los vientos, el faro apenas un punto en la lejanía, al que nos acercamos, rodeados de una exhuberante vegetación que ya nos justifica haber llegado aquí. Podemos bordear el faro, desde la parte de tierra a la del mar, que serpentea entre las rocas.

Viveiro precisa una visita detallada. Pueblo pintoresco, de calles empedradas y buenas playas. Señalar que el track pasa donde un gigantesco árbol tapa y sobrepasa a un bloque de pisos. A veces las curiosidades están donde menos se las espera.

Al ver Estaca de Bares llegamos a la concusión de que ahí debía haber un faro. Un saliente del que se divisa una gran extensión de costa, el situado más al norte, y el que marca el final de un mar y el principio de un océano. Esto es una división convencional, claro está, pero aquí finaliza el Cantábrico y se inicia el Atlántico. Podemos rodear el faro, y adentrarnos en el cabo de Estaca de Bares. Delante nuestra sólo agua.

Otra vez el camino será el telonero perfecto del faro. Un protagonista ,el faro de Ortegal, que parece quedar pequeño ante su entorno. Aconsejamos descender el último tramo andando hasta el faro, para impregnarnos de la fuerza del entorno. Allí una plataforma acoge al faro, que se ve empequeñecido ante la fuerza de la naturaleza. Los vecinos de esta zona saben de naufragios, como los del cercano pueblo de Cariño. También de percebeiros que se juegan la vida.

Espero que a estas alturas de los faros nadie esté saciado de emociones, porque ahora viene una intensa. Faro Candieira o Candelaria. Considero un privilegio poder haberlo visitado en un mes de junio, en la primavera en su esplendor y, desgraciadamente, con las restricciones originadas por el covid, que lo han vaciado de visitantes. Un vertiginoso descenso, con curvas en Z, para salvar en apenas un kilómetro una importante altura. Normalmente se prohíbe el paso de coches, pues además de lo peligroso del descenso este acaba en el faro a bocajarro, por lo que seria imposible que muchos vehículos pudieran hacer a la vez la maniobra de dar la vuelta. Allí vive un farero y su familia, y su perro, que nos mira detrás de la valla del faro.

Después del recorrido que llevamos, el impacto es grande al encontrarnos con el Faro de Punta Frouxeira. Vanguardista, apenas puesto en funcionamiento en 1993. Una torre de acero y cristal, que a pesar del tiempo que lleva en funcionamiento ya ha precisado remodelaciones. Dotado de luces de led con bombillas de 100.000 horas de uso y un ascensor interno. Cerca pueden visitarse los túneles para baterías de costa que caen sobre la rompiente. Aquí se rodaron algunas escenas de La muerte y la doncella, de Roman Polanski.

El viaje toca a su fin en los aledaños del Ferrol. Aquí nos encontramos con los Faros de los Cabos Prior y Prioriño. El primero de ellos, Cabo Prior, en una primera impresión parece desmerecer de sus predecesores. No olvidemos que también jugará a esta altura el cansancio. Pero hay que ver sus acantilados, y si la situación del tiempo es propicia, caminar hacia los escalones que conducen a la antigua sirena.

El Cabo Prioriño constituye el final de nuestro viaje. Marca la entrada a la Ria del Ferrol. Debajo de el se encuentra el Puerto exterior del Ferrol y su ria. Los paisajes solitarios se han acabado, y entramos en los industriales. Aquí tenemos un Centro de interpretación, y también hay unas baterías cercanas.

Nosotros hicimos todo el recorrido en un día. Pero para un viaje más reposado sería aconsejable dos o tres. En el camino hemos dejado atrás pueblos e historias. Pero, en cualquier caso, quedará en nuestra memoria este recorrido por las luces que los habitantes de tierra firme usan para orientar a los navegantes.