Altafulla Tamarit Estació-Litoral-Tarragona Estació

Nada detiene al ilusionado caminante , ni la canícula estival ni el abarrotamiento de las playas. Partimos de la estación de Altafulla Tamarit e iniciamos la andadura por la playa con las penurias que suele causar la arena en estos casos. Fortalecemos nuestro ánimo para la prueba que nos espera pués no en vano nuestras anteriores experiencias por el litoral a ello nos predisponen. El Rio Gaia de poco caudal pero inoportuno cauce, nos obliga a dar un pequeño rodeo y cruzar por unos troncos haciendo equilibrios como inseguros beodos. Aún bromeando, la silueta del Castillo de Tamarit se recorta contra el cielo en la lejanía y nos permite distraernos haciendo chascarrillos a su costa. Que si la población de Tamarit sólo está integrada por el propio castillo y los campings que lo circundan, que si ha sido testigo de fastuosas celebraciones nupciales de algún renombrado deportista que consiguió un tanto que significó ganar el cetro mundial, y anda que te andaré, habla que te hablaré, se acaba la playa y pisamos camino de ronda. Una agradable sorpresa nos depara la vista, a lo lejos, muy a lo lejos se entrevé Tarragona y todo lo que abarcan nuestros ojos parece vergel y costa rocosa. Aunque nos guía el GR, deambulamos a nuestro libre albedrío , ora hacia el mar, ora hacia el bosque. Dependiendo de la bravura de las olas y de la accidentadoa orografía que nada debe envidiar a su prima la llamada Brava y acostumbrados a otro perfil mas llano y arenoso, triscamos entre las rocas con algarabía. Este si es un camino de ronda de verdad, sólo interrrumpido en algunos tramos por la servidumbre debida a la modernidad en forma de campings, o a la propia naturaleza con playas, calas y tramos de batidas rocas. La Torre de la Mora, antigua torre de vigilancia que dominaba el horizonte, es ahora la puerta de entrada al Bosc de la Marquesa, extenso y tupido pinar donde unos entrañables insectos estridulan sin piedad anunciando que hace calor, como si no nos hubieramos dado cuenta. Por fortuna el bosque nos cobija y aunque la brisa brilla por su ausencia, la sombra alivia el andar. Varias playas naturistas salpican el litoral, no del todo al abrigo de miradas indiscretas pero bien arropadas por la vegetación que les regala suficiente discrección para evitar polémicas. Se acaba el bosque y la Platja Llarga, para cuyo nombre no exageró lo más mínimo quien la bautizó, nos reencuentra con la arena durante un prolongado trecho. Tenemos tregua de nuevo gracias al ahora reducido bosque y atravesamos reducidas calas donde se refrescan los veraneantes y nuevos tramos de camino de ronda. Intuimos estar cerca de la imperial Tarraco, la pista viene dada por un enorme sanatorio en ruinas y una playa con nada menos que tres guinguetes y paradas de autobús. Una monumental figura de hierro de Sant Magí mira hacia el mar y anuncia la llegada al destino. Nos reciben los fortines de la Reina y de Sant Jordi, y unos jóvenes nos saludan mientras saltan al agua delante de la Cova del Gos. Salto que por supuesto está prohibido por lo arriesgado que resulta. Los alegres ocupantes del trenet turístic , sonrien y saludan posando para la cámara.También nos reciben L'Anfiteatre y el Circ Romans para recordarnos su antiguo esplendor y su glorioso pasado. Afanados ahora en quehaceres más prosaicos y acuciados por el calor y la sed, nos detenemos en la Plaça de Mossèn Cinto Verdaguer para la consabida pausa de hidratación antes de dirigirnos a la estación y subir al tren de regreso.