BARRANCO DEL GUADALAVIAR

Ruta en travesía, llevada a cabo por segunda vez vez el 28/07/07 (la primera lo fue 7 años antes). El río Guadalaviar que, como tantos otros, nace en la Sierra de Albarracín, más concretamente en la Muela de San Juan y que, a partir de Teruel, cambia su nombre por el de Turia, desembocando en Valencia, presenta ya cierto caudal donde vamos a recorrerlo. Hay que hacer constar la frialdad de sus aguas y que en el trayecto propuesto hay varias zonas en las que hemos de avanzar a nado, por lo que es imprescindible ir provistos con trajes de neopreno. En su defecto, pueden llevarse colchonetas inflables que, si bien no van a protegernos del frío, al menos evitarán la inmersión, aliviando algo la inclemencia de las gélidas aguas.
Dado el trazado en travesía, deberemos contar con un segundo vehículo al final de la ruta, en Tramacastilla, volviendo al punto de inicio con otro. Aproximadamente a 1,5 km antes de llagar a Villar del Cobo (viniendo de Tramacastilla), sale a la izquierda un camino con un cartel que indica "MONTE EL REBOLLAR" junto a una nave y un transformador, donde dejaremos el vehículo y comenzamos la andadura por el cauce, normalmente seco, del río.
Comenzamos a andar por el carril que recorre el yermo barranco; tras la fuente cuyos troncos han sido sustituidos por modernos canjilones metálicos; arriba, a la dcha. el Puntal de Morte vigila nuestro solitario avance.
Tras un buen rato caminando llegamos al Salto de Pero Gil (o Caracol), donde la leyenda relata que este capitán del Cid, para proteger a su señor, atrajo hacia sí a las huestes moras que le perseguían; a punto de alcanzarle, llegó a la parte superior del acantilado, espoleando entonces su caballo que saltó sobre el vacío, dejando a los sarracenos con un palmo de narices y las huellas de los cascos del caballo grabadas en la roca. Atravesado el legendario paso y su cristalina poza, el barranco se encajona y se vuelve más profundo aunque igualmente seco: con mayor o menor dificultad vamos progresando ora por el pedrerío, ora por el bosque y las trochas que encontramos. De repente, el agua aparece, cortándonos el paso: hemos de retroceder unos metros
para meternos en ella, disputando a las algas el aún exiguo caudal. Es el momento de ponerse el neopreno (o inflar las colchonetas).
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