Caldes d'Estrac R1-Torrentbò-Sant Vicenç de Montalt-Ruta de Les Tres Viles Capelles i Torres

El recorrido pertenece en gran parte a uno de los itinerarios recomendados para la Ruta de Les Tres Viles, con alguna pequeña variante. No presenta dificultades, aunque dado que en un corto tramo se transita por rieras, es aconsejable abstenerse de realizarla en caso de lluvia. Desde el waypoint "Pas Sota C-32" hasta "Sant Vicenç de Montalt", casi siempre se pisan confortables caminos de tierra, el resto, cemento. El Parc del Muntanyà tiene horario de apertura y cierre, y el sendero de acceso a la Torre dels Encantats lo encontré cerrado por una valla ( fuí incapaz de encontrar otro paso). La Ermita del Remei está dentro de una finca privada y sólo es visible parcialmente desde el propio "Camí del Remei".
Una curiosa mescolanza de personas de toda edad,sexo, raza y condición, compartimos la misma somnolencia a tan temprana hora, curioseando ora el abigarrado vagón, ora la primera claridad del día que se asoma en el horizonte. Con un suspiro de alivio por poder extirar las piernas sin chocar con las de otros viajeros, desciendo del tren en Caldes d'Estrac, o Caldetes según se informa en uno de los laterales de la estación. Mientras realizo las liturgias habituales con la gorra y el gps, tengo la oportunidad de admirar la Capella del Carme y los adornados edificios del carrer d'El Callao. Una poco habitual sensación me sacude, pués las gentes que pasan me miran con curiosidad y la mayoría me saludan. Nacido urbanita, aunque me precio de cosmopolita, sólo consigo saludos entre conocidos o en la montaña. Como de costumbre, me adapto inmediatamente y reparto saludos y sonrisas por doquier, aunque algunas no son del todo bién recibidas. En la cerrada puerta del Parc del Muntanyà, junto a la Oficina de Turisme, una mujer sale a fumar y enseguida me pregunta y se interesa por si espero para visitarlo. Me informa de que en breve vendrá un integrante de la brigada, pero que si tengo prisa puedo llamar al Ayuntamiento para que me abran. Podeis intentar imaginar aquí mi cara de incredulidad, por supuesto debida a mis prejuicios y anteriores experiencias con entes oficiales. Una pareja de turistas franceses abre la marcha, y con suma chuleria y largas zancadas les adelanto en la subida, girando hacia las escaleras que resiguen el perímetro del parque. Fiel al track que me guía, me topo con una valla cerrada que aparentemente impide el paso hacia el Turó y la Torre dels Encantats. Como antiguo jugador de rugby, mi primer impulso es arremeter de cabeza contra ella, y el segundo como listillo y travieso jubilado, es buscar un hueco por donde saltar o colarme. Debo desistir con prudencia, y astutamente me dejo adelantar por los turistas comenzando a seguirles, por si ellos han tenido la previsión de informarse sobre el tema en la oficina y me conducen a buen puerto. Comprobando que tampoco encuentran el paso y para evitar que piensen que quiero atracarles, hago las fotos de la torre desde la valla y recorro el parque, admirando los otros puntos de interés. Cruzando la calle me detengo en un remodelado Safareig y en la Capella del Remei, para siguiendo estrechas y empinadas callejuelas, llegar ante la Parròquia de Santa María primero, y la Torre Verda después. Esta torre forma parte de las Torres de Guaita que salpican el municipio, está guardada por feroces felinos, que sin perder detalle de lo que hago, me siguen con una indolente pero precavida mirada. Dejo la población al pasar bajo el elevado viaducto de la C-32, cuyos pilares se antojan interminables columnas que llegan hasta el cielo, pisando pronto la deseada tierra del "Camí del Remei". Hermosos claroscuros a mis espaldas para solaz de los ojos y de las fotos, agradables cumbres elevadas al fondo, e intenso verdor a mi alrededor, me acompañan hasta El Remei. Como siempre que me sorprende ver que aparentemente un objetivo no es muy visitado, por olvidado o desconocido, procuro comprobar cuál es el caso, y por eso me he propuesto visitar esta ermita. La razón es que está dentro de una finca privada, con una larga valla que impide contemplar su fachada, aunque su parte posterior da al camino, y debo conformarme con fotos robadas entre los barrotes, mientras un feroz mastín me acompaña por el otro lado, con un recital de sonoros ladridos, que sólo cesan cuando le pregunto por su pata herida, calmado al notar mi interés y preocupación por su salud o, tal vez, porque a lo lejos su dueña le mandó que cesara con el concierto, nunca lo sabremos. Sea como fuere, anda que te andarás, piso la Riera de Torrentbò, imagino peligrosas riadas mientras camino entre el cañaveral y creyendo estar en plena selva, me sumergo en agradables ensoñaciones, esperando oir de un momento a otro los habituales sonidos de ese entorno, cuando de pronto debo apartarme para dejar paso a una destartalada furgoneta, que sin miedo a los socavones, ramas y piedras, pasa rauda sin aminorar la marcha. Me detengo para frotarme los ojos y reevaluar la situación, el sendero es estrecho, casi intransitable y según mi opinión nada adecuado para vehículos, como atestiguan las huellas de bicicletas, perros y herraduras equinas, o tal vez de otros entes, como parece avisar un dibujo que encontraré más adelante, representando a un centauro armado con una peligrosa lanza. Vuelvo al aquí y ahora, y me solazo con la desenfrenada orgía entre los árboles y las hiedras que los visten, unidos en un abrazo, que sería la envidia de los más apasionados amantes. Afortunadamente mi instinto me avisa de improviso de una forma conocida, ya que he visto de reojo la puerta típica de la ermitas. No tengo constancia ni he recopilado ningún waypoint en los trabajos previos de preparación de la ruta, y con ardiente curiosidad subo unos metros hasta su portal. Efectivamente parece una ermita y mientras hago fotos y procedo a marcarla en el gps, salen del edificio contiguo una sonriente pareja, que me preguntan con sorna si estoy buscando cobertura. Consciente de estar en territorio ajeno, sujeto mi genio y les informo de que como me pareció una ermita de la que no tenía noticias, estaba catalogandola. Enseguida se muestran comprensivos y con orgullo me aclaran que es la Parròquia de Santa Cecilia de Torrentbó. Me despido ahora y saludo cuando me adelanta su coche, para apartarme del núcleo habitado y seguir caminos menos transitados. Extasiado me detengo en la bassa, para disfrutar de los reflejos y efectos entre agua, luces y montañas. En los campos de la ladera, un esforzado y solitario bracero, llegado de lejanas tierras y ansiando el contacto humano, me saluda sonoramente y responde a mis ademanes con un cordial gesto de despedida. Cerca de la Caseta d'en Cabot, atípica, por su aspecto y materiales, barraca de vinyes, acaba el camino de tierra y empiezan las cementadas calles de Sant Vicenç de Montalt, que para compensar, recompensan con espléndidas vistas del litoral. Me detengo en la Plaça de l'Església para admirar el hermoso conjunto arquitectónico y otros aditamentos, me interno en el patio de la Casa de la Vila para curioserar por todos sus rincones, y saliendo de la localidad paso por el ruidoso pont de la C-32, para llegar de nuevo a Caldetes. En el Parc del Germans Gabrielistes me creo un gran naturalista cuando las palomas y los patos, apenas se asustan de mi presencia y continúan tomando el sol a la espera de alimentos. Aunque lo había olvidado, se reanudan las miradas de curiosidad y rituales saludos con sus gentes, que me emocionan por su rareza, y me tomo fotos ante la torre de guaita, antes de alcanzar la estación y volver a la gran urbe.