Castilmimbre, Picazo

Salimos de Castilmimbre hacia Henche por un cómodo camino de tractores con poco interés, que al cabo de unos 4 km empieza a descender sobre el Cerro del Espino. Lo abandonamos un tiempo antes de llegar a Henche para poner rumbo a Picazo, tomando una poco visible desviación a la derecha. Inicialmente este nuevo camino es cómodo y pintoresco, pero va desdibujándose poco a poco hasta que al final desaparece. Continuamos unos 300 m campo a través (adivinando el antiguo camino a veces) por fincas de olivos, unas abandonadas, otras no, sin muchas dificultades —alguna que otra aliaga— hasta toparnos ya cerca de la fuente del Colmenar con el camino marcado que viene de Henche. Agradecemos a Caminos de Guadalajara (www.caminosdeguadalajara.es) la precisa y profusa señalización de este camino.

Si hubiéramos de darle un nombre a esta marcha sería el de “Soledad Extrema”; así son los olvidados campos que cruzamos, sin apenas señales de colonización, salvo por la referida fuente y el viejo colmenar junto a ella. "Ni hoza la comadreja por la montaña ni liba flor la abeja ni hila la araña", piensa el caminante, aunque aquí por razones distintas de las de la versión original.

A pesar de la buena señalización, este caminante se las apaña para tomar el camino equivocado a poco de iniciar el ascenso hacia Picazo desde el fondo del Barranco de Gallego. Quien trate de seguir sus pasos deberá fijarse mejor que él en las marcas blanquiverdes y olvidarse temporalmente del “track” en esta zona.

En Picazo todo es ruina y desolación: salvo una casa perfectamente cuidada por sus propietarios ausentes, ermita, iglesia, viviendas, establos y hasta los vetustos árboles (tanto olmos como nogales enormes) están por los suelos. Sólo jóvenes olmos parecen querer recuperar allí la vida anterior a la grafiosis. Echando la siesta al amparo de la iglesia, el caminante piensa en las alegrías y penas que sus piedras contemplarían: la ilusión de la pareja que se casaba; el sufrimiento de la madre que enterraba a su hijito; la desesperación de la esposa cuyo joven marido, víctima de la tubercolosis, la dejaba desamparada con su prole. Piensa en lo que trabajarían aquellas buenas gentes cultivando sus campos, que ahora un taxista de Madrid labra con su tractor un sábado por la tarde, y no por la pobre cosecha sino por las subvenciones.

Y por si fuera poco, la erosión se ha cebado con el serpenteante, pintoresco, bien trazado camino que desde la iglesia asciende a la altiplanicie para llevarnos de vuelta a Castilmimbre. (Con todo, no es Picazo el pueblo más desdichado. El caso de Villaescusa de Palositos, que el lector interesado podrá encontrar en www.villaescusadepalositos.es, lo es mucho más.)

No hemos visto un bicho en todo el día, ni oído un cuco ni un grillo; hasta que al bajar hacia Castilmimbre, como si hubiéramos reentrado en el mundo vivo, una banda de buitres decide escoltarnos hasta el pueblo.

Castilmimbre es un pueblo construido en lo alto de un cerro con intención defensiva. Las vistas desde él son excelentes. Las casas que trepan hacia su iglesia recuerdan a polluelos al abrigo de su gallina madre. Sin embargo, la veleta no gira sobre el campanario sino sobre el rollo. En contraste con Picazo, tiene una población bulliciosa y animada que da conversación y explicaciones a este caminante durante buen rato. La soledad del camino y la desolación de Picazo han quedado atrás pero las recordaremos mucho tiempo.