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CESPEDOSA - Ruta de las minas de wolframio o de la Garganta del hocino del moro

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Trail stats

Distance
5.04 mi
Elevation gain
600 ft
Technical difficulty
Moderate
Elevation loss
600 ft
Max elevation
3,471 ft
TrailRank 
29
Min elevation
2,923 ft
Trail type
Loop
Coordinates
56
Uploaded
October 23, 2022
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near Cespedosa, Castilla y León (España)

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Itinerary description

Poco después de salir de Cespedosa por la carretera SA-104 que nos encamina hacia Bercimuelle, en la primera curva cerrada que encontramos frente a unas antenas de telefonía, vemos discurrir un camino de tierra que corre paralelo al asfalto por donde pisamos. Alcanzamos entonces ese camino y retrocedemos unos metros para conectar con otro que desciende hacia el río y que en dirección contraria nos llevaría de vuelta al pueblo. Flanqueados por una valla de piedra seca y otra de alambre, avanzamos unos metros con la Sierra de Gredos al frente y la Sierra de Béjar a nuestra derecha hasta alcanzar una bifurcación donde una cancela da acceso a un terreno con vivienda custodiada por dos encinas al fondo donde suelen pastar las ovejas. Allí optamos por seguir descendiendo por el camino que sale a nuestra derecha para volver a tomar otro camino también a la derecha cuando estamos a un lado de la mencionada vivienda.
De este modo alcanzaremos el viejo camino del vado de Santibáñez, que nos ha de llevar hasta el río, pasando por los restos de las edificaciones de piedra y ladrillo, sin tejado y en precario estado de lo que fue las oficinas y torre de extracción de las minas de wolframio.
Para realizar esta ruta estuvimos hablando con Juan López Guerrero de 91 años nacido y vecino de Cespedosa. Juan nos contó que allá por comienzos de la década de los años cuarenta, cuando él era un niño de nueve años, llegó a su pueblo la fiebre del Wolframio. Hacía poco tiempo que había estallado la Segunda Guerra Mundial y aquellas piedras negras y muy pesadas que encontraban en los prados que bajaban al río, comenzaron a ser muy cotizadas por compradores que las transportaban en camiones hasta la separadora de Salamanca, donde retiraban el resto de materiales que acompañaban a la roca hasta dejarlas en wolframio puro. Desde allí, se exportaban después a Alemania, donde se utilizaban para reforzar el blindaje de los carros de combate y las cabezas de los obuses que podían perforar gruesas láminas de acero. El padre de Juan, tenía por oficio el de peón caminero y su jornal era de siete pesetas el día trabajado. Una mañana Juan se percató de un grueso pedrusco que había en una de las tapias de piedra seca que delimitaban las fincas y al instante supo que ese color negro brillante sólo podía ser wolframio. La piedra pesó dieciséis kilos y aquel niño de nueve años cobró dos mil seiscientas pesetas por ella, más de lo que ganaba su padre en un año de trabajo. Desde ese momento decidió coger un pico y dedicarse a la minería, abandonando la escuela a la que acudía sólo los días que le quedaban libres.
Descendiendo por el camino del vado de Santibáñez veremos las figuras de tres álamos espigados entre el campo de encinas y una nave ganadera a nuestra derecha, en nuestro descenso contemplaremos la Sierra de Béjar y el cerro del Barrueco al frente y pasaremos junto a la cancela del prado que alberga las mencionadas construcciones de la mina. En lo alto de la torre coronó en su momento un cabrestante que servía de arrastre para facilitar las labores de extracción del mineral, pues los alrededores están plagados de multitud de excavaciones en forma de pozo amplio y poco profundo, hechas a mano en su mayor parte, a base de pico y pala.
A finales de 1.940 se descubrió en Cespedosa de Tormes varios filones de wolframio y chelita en grandes cantidades que se distribuían por diferentes parajes del municipio: El Pizarro, La Pililla o El Hocinoelmoro entre otras. Mientras que el wolframio es de color negro, la chelita, nombre con el que acomodaron al más complejo de pronunciar scheelita, es de una tonalidad crema pálido ya que está formado por una mezcla de wolframio y calcio. Al igual que en el resto de lugares de la provincia de salamanca o Galicia donde aparecieron las vetas de estos minerales, la mayor parte de los varones del pueblo se lanzaron a la búsqueda primero con las manos, localizando piedras sueltas que encontraban en el campo, pasando a excavar luego con pico y pala, y sólo mucho más tarde se introdujo la maquinaria, con la concesión de explotaciones a empresas de fuera, que levantan ingenios y traen la luz eléctrica, para cambiar el modelo de pequeñas catas aleatorias de superficie y poca profundidad, donde los mismos extractores machacaban una piedra con otra hasta separar sus componentes, por una minería sistematizada que aprovechaba al máximo una veta que probablemente llegaba a la vecina localidad de Los Santos. Estas empresas, como la instalada en la zona denominada La Pililla, excavó pozos que llegaron a alcanzar 75 metros de profundidad, además de galerías bajo la superficie.
Continuamos nuestro camino descendiendo en dirección al Río Tormes, por el amplio camino de tierra, rodeados por encinas donde no es raro encontrar caballos, pues este es un pueblo con gran afición a la monta. Otra pasión de sus vecinos es la caza, y por estos bosques podemos encontrar jabalíes y liebres y en menor medida zorros, garduñas, tejones y ginetas. En zonas más alejadas comentan que se ha visto gato montés y en ocasiones se recibe la visita del lobo. Una mirada atenta por estos bosques y en la ribera del río nos permitirá descubrir lavanderas, petirrojos, verderones, por supuesto mirlos, papamoscas, cucos y ruiseñores entre otros muchos. Y si levantamos la vista hacia el cielo no será raro ver cruzar las siluetas de buitres y milanos.
Los tiempos de explotación de las minas no estuvieron exentos de accidentes. Pese a que resultaba obligatorio dar de alta una mina cuando comenzaba la explotación, los paisanos no se resistían a aumentar como fuera el menguado caudal de dinero que entraba en su casa para comer, y no era raro escuchar explosiones en medio de la noche de aquellos que habían explosionado un cartucho de dinamita para encontrar el mineral en explotaciones que eran de otro. En una ocasión fallecieron dos personas en el interior de una galería de la explotación del Hocinoelmoro cuando se encontraban excavando en una bifurcación de la misma al tiempo que otros se aplicaban justo encima de ellos desde la superficie. El derrumbe fue inevitable.
Ya cerca del río veremos que sale un camino a nuestra izquierda y si nos fijamos con detenimiento veremos una pequeña flecha blanca pintada en uno de los postes de cemento que nos indica que por él podríamos regresar al pueblo sin haber alcanzado la orilla del río.
Nosotros continuaremos descendiendo por el mismo camino hasta alcanzar una curva que nos lleva a cruzar por encima del pontón que cruza el arroyo de Valhondo y caminar en paralelo al Tormes, aproximándonos a él poco a poco. Cuando ya estamos próximos al río, vemos que sale la opción de tomar un desvío a la izquierda que es el que tomaremos a la postre para iniciar el regreso, sin embargo, de momento, continuaremos recto hasta llegar al final del camino junto al río, en el paraje de las Huertas.
Desde allí podemos bajar a la orilla, junto a la presa, donde aún perdura una mesa y bancos de piedra que resistieron el embate de una crecida que se llevó otros similares por delante. Allí veremos una deliciosa pradera en la orilla de enfrente junto a una alameda y un molino donde podríamos haber ido a merendar y bañarnos. Poco más atrás se ve una caseta que antiguamente ejercía de chiringuito y que ahora permanece cerrada.
En uno de los extremos podremos contemplar unos impresionantes roquedales junto al río conocidos como Garganta del Hocino del Moro. Paralelo a ellos discurre una estrecha senda hasta llegar a alcanzar la presa del Embalse de San Fernando. Tanto desde allí, como si regresamos al camino inicial para regresar a Cespedosa, discurriremos de nuevo por caminos de tierra rodeados de encina y ganado que se cobija bajo sus sombras y alcanzando una curva cerrada tras pasar de nuevo por el arroyo de Valhondo, toparemos con la fuente Hocinillo, cuya agua es buena para calmar la sed.
Una vez alcanzado el punto de partida podemos disfrutar de otros muchos atractivos que ofrece Cespedosa, como el viejo torreón de vigilancia del siglo XV edificado con mampostería y sillares de piedra en los ángulos fue mandado construir por los Dávila, señores de esta villa. De la antigüedad de su poblamiento dan testimonio los instrumentos de piedra tallada del Paleolítico Superior con una antigüedad de 100.000 años que se han encontrado en la ribera del Tormes. Un dolmen situado en la dehesa de Torrecilla del III-II milenio a. C y algunas puntas de flecha de piedra y cuentas de collar junto a tres hornos de la época romana que se utilizaban para cocer piezas de alfarería también quedaron al descubierto al bajar las aguas del embalse de Santa Teresa. Igualmente conocida es la tradición alfarera en a que aún perdura el trabajo realizado por la Alfarería Hernández, tanto en piezas decorativas como de uso en la cocina. Las fábricas de embutidos y las delicias que elaboran sus panaderías son otros de los atractivos que nos ofrece la villa. Para despedirnos, desde uno de los extremos del pueblo, podremos contemplar las maravillosas vistas sobre el pantano de Santa Teresa, siendo muy conocida esta zona para la práctica de la pesca deportiva.

Servicios: Bar, alojamiento, tiendas de alimentación.
Otros puntos de interés: torreón, pantano de Santa Teresa, alfarería, fábrica de embutidos, restos de explotación minera, restos arqueológicos.

Otras propuestas en la revista Sierras de Salamanca: https://www.sierrasdesalamanca.es/revistas-electronicas/

Y para saber más de las Sierras de Salamanca: https://www.sierrasdesalamanca.es/

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