Dosrius-Canyamars-Bosc Artístic

Frío, viento,heladas y amenaza de nevadas nos obligan de nuevo a evitar Colldejou, ruta que corre el riesgo de convertirse en maldita. Encontramos la zona del Corredor con sólo avisos por lluvia, y centrando la salida en comer en Cal Victor como colofón, diseñamos una modesta pero variada caminata. Entre rieras y senderos al salir de la zona urbana, llegamos hasta la Ermita de Sant Llop, donde decidimos sentarnos al sol, para reponer líquidos y fuerzas, degustando exóticos elixires acompañados de sabrosas golosinas. Desandado el camino por la riera, pisando ahora pista, nos entretenemos con la mina de agua, el menhir y la cueva sepulcral de Can Carbonell, para adentrarnos en Dosrius. Lavadero, iglésia y bellos edificios, además del acueducto y la Torre de les Aigües, no consiguen detener nuestra marcha en demasía, puesto que aunque amantes de paladear cuanta belleza encontramos a nuestro paso, la promesa del festín final y los quilómetros que quedan por delante, sirven de acicaque para no cejar en el empeño de llegar en buena hora. Las primeras cuestan nos recuerdan que para alcanzar la gloria, también hay que sudar y sufrir, pero nos extasiamos con el premio al vislumbrar el Bosc Artístic. Retablos y mas retablos, bautizados y compuestos al buen entender de su creador, nos obligan a aguzar el ingenio para captar el escondido mensaje, y en ocasiones a buscar el mejor punto de vista, para admirar el conjunto. Completamos la subida discutiendo aún sobre retablos, dinteles,umbrales,lindares, jambas y alféizares. Parece mentira lo que dan de sí las partes de una puerta, aprendiendo ahora además de donde viene, "sacarte de quicio". Aprendiendo de anteriores errores, no nos empecinamos en seguir el track, que nos llevaba entre zarzas y matojos, y aunque repitiendo un corto trecho, llegamos a destino. Cambiados los embarrados ropajes, con cómodo calzado, reclamamos al mesonero nuestra reservada mesa, y paladeando sabrosos manjares y ricos caldos, cerramos la jornada. Sólo resta comentar, que por empeño del más exigente de nosotros, narraremos que aunque todo estaba muy rico, nos tuvieron abandonados largo rato sin atendernos, vimos con sorpresa como a los habituales les servían raciones más generosas, y los cafés tuvimos que ir a reclamarlos a la barra, y tomarlos de pie antes de salir del bar. Lo dicho, no hay gloria sin sacrificio.