El Hinojar, vértice geodésico Capero y Ermita del Cermeño (Lorca)
near Hinojar, Murcia (España)
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Trail photos
Itinerary description
Buscaba tres objetivos con esta ruta, que son precisamente los que la titulan:
1. El Hinojar, un caserío abandonado y, en su mayor parte, en ruinas, pero que conserva elementos atractivos, como un escuadrón heráldico y un humilde reloj de sol. A pesar de ello, una flamante ermita construida en 1960 reúne a los antiguos habitantes cada año para celebrar sus fiestas patronales.
2. El vértice geodésico Capero. Hace tiempo me propuse visitar todos los vértices geodésicos de la Región de Murcia, y aunque me temo que he tenido que descartar algunos (bien por su inaccesibilidad, bien por exigencias técnicas por encima de mis capacidades senderistas), aún tengo unas cuantas decenas pendientes, y éste era uno de ellos.
3. La Ermita del Cermeño. Ésta es, de largo, la verdadera razón por la que tenía planeada la ruta: una ermita en ruinas en mitad del campo. Es una imagen que me fascina y persigo todas aquéllas de las que tengo noticia.
El recorrido arranca en El Hinojar. Tras pasar la ermita nueva llegamos al cartel de población, punto en el que, paradójicamente, finaliza el asfalto. Un pequeño conjunto de casas agrupadas conforma el grueso de este caserío. Una de dichas casas albergó, al parecer, la ermita vieja, que sería del siglo XVII, y que a día de hoy es irreconocible. Sí he encontrado un vistoso escudo blanco sobre una moderna puerta de hierro, y un rústico reloj de sol en un muro de una especie de cochera.
Tomo el camino entre la rambla y la plantación agrícola. Es el Camino del Hinojar, y acompaña el cauce de la rambla, aún sin nombre, pero que pronto figura en los mapas como Rambla del Cermeño. El primer tramo de la ruta discurrirá en paralelo a ella, pasando por algún cortijo en ruinas y alguna explotación ganadera.
Después de dejar a la derecha una de estas explotaciones y continuar unos pocos centenares de metros aparece un camino a la derecha. Lo he tomado por error, y como podréis ver en el track, a los pocos metros he reculado y vuelto al camino principal. El correcto es el siguiente camino a la derecha, y debo advertir que hay un cartel que indica claramente que es un camino privado y que se prohíbe el paso.
Sin embargo no hay cadena, es un día laborable y dudo mucho que haya nadie cazando, así que no me arredro y continúo: si me encuentro a alguien le pediré permiso, y si no, pues media vuelta.
Pero lo cierto es que no había ni un alma, así que he podido ir tranquilo, primero por el lecho del Barranco de Capel, y luego ya ascendiendo una empinada cuesta hasta subir a la parte alta de la Loma de las Aguaderas.
Todo el trayecto realizado ha transcurrido por caminos cómodos, incluso cuando iban por rambla o barranco. El espartal y tomillar que domina estas lomas está atravesado por unos caminos perfectamente definidos y se nota que transitados, imagino que por cazadores.
Lo cierto es que, tranquilamente y tras un rato de caminata, por fin he llegado al vértice geodésico Capero, desde donde las vistas de este, norte y oeste son sensacionales. Al sur nos cierra el paisaje la muralla de la Sierra de Almenara (a la que, técnicamente, también pertenecen estas lomas), pero el valle que se abre a nuestros pies es también más que bonito.
Para descender tomo el camino que rodea el cabezo y que baja casi directamente a dicho valle. Las mejores vistas de la mañana las obtenemos en este tramo.
Lo que busco es conectar con el camino que une la carretera del Puntarrón con la pista por la que empecé, junto a la Rambla del Cermeño. El paseo es muy agradable, porque no hay grandes pendientes de bajada y el día acompaña.
Y así, "camineando" en este laberinto, reconecto con dicha rambla, ya pegado a la joya del día: la Casa y Ermita del Cermeño, elevada en un pequeño alto.
El cortijo tiene unas dimensiones respetables, pero está en ruinas. Medio edificio se ha derrumbado, y la otra mitad no tardará mucho en hacerlo. He tenido la osadía de entrar brevemente para curiosear (eso sí, ni se me ha pasado por la cabeza subir a la planta superior), y la verdad es que da bastante miedo, parece que se va a venir abajo de un momento a otro.
La fachada principal es sencilla pero noble, con dos portalones y ventanas enrejadas, un pequeño reloj de sol y trazas de construcción recia. Al parecer, hasta no hace mucho tiempo, en la ermita adyacente aún se celebraban misas en fechas señaladas.
La ermita está en ruina total. Hay fotos en las que se ve el pequeño campanario que coronaba la fachada, pero tanto aquél como la techumbre con su tejado a dos aguas cayó. Hoy sólo quedan en pie las cuatro paredes, y si el altar permanece cubierto es porque está bajo una habitación de la planta de arriba de la casa, pero que también amenaza su caída inminente.
Aun así he querido entrar, y lo he podido hacer por la estrecha abertura de la puerta, atascada entre los escombros. Es desolador el estado, y más cuando ves que el altar sigue allí, que la pared aún conserva sus hornacinas, sus decoraciones, e incluso una sencilla cruz de madera clavada toscamente junto a una ventana lateral.
Siempre me deja algo tocado visitar unas ruinas. Por un lado me fascinan, pero por otro le apenan mucho.
Es hora de regresar, así que vuelvo a la rambla y de ahí tomo el Camino del Cermeño, perpendicular junto a las ruinas de la Casa de Millana. Es un leve ascenso por un camino de tierra que no tarda en ponerme en una encrucijada ante otro viejo cortijo (Casa del Campico), también en ruinas, por supuesto.
Aquí escojo el camino de la izquierda, que desciende suavemente hasta la Rambla de Vera. Aquí me encuentro con las dos únicas personas que he visto en toda la mañana: unos recolectores de plantas aromáticas que se afanan en llenar sus grandes sacos.
Durante un rato caminaremos tranquilos por el lecho de la rambla, aunque de vez en cuando nos asusta la repentina huída de unas perdices u otras aves igual de asustadizas (y "asustadoras").
Antes de la Finca de las Monjas veremos, a la izquierda, una caseta de bloques. Tomaremos el camino que sube hasta ella, junto a una balsa de agua. Estamos rematando la ruta, y ya sólo nos queda seguir bajando lentamente, primero por caminos rodeados de esparto y pinos ocasionales, y finalmente regresando a la plantación agrícola inicial, ya pegada a El Hinojar.
Al final, casi diecinueve kilómetros y cerca de quinientos metros de desnivel, y con esa sensación agridulce que deja la visita a una ermita en ruinas en mitad de la nada.
1. El Hinojar, un caserío abandonado y, en su mayor parte, en ruinas, pero que conserva elementos atractivos, como un escuadrón heráldico y un humilde reloj de sol. A pesar de ello, una flamante ermita construida en 1960 reúne a los antiguos habitantes cada año para celebrar sus fiestas patronales.
2. El vértice geodésico Capero. Hace tiempo me propuse visitar todos los vértices geodésicos de la Región de Murcia, y aunque me temo que he tenido que descartar algunos (bien por su inaccesibilidad, bien por exigencias técnicas por encima de mis capacidades senderistas), aún tengo unas cuantas decenas pendientes, y éste era uno de ellos.
3. La Ermita del Cermeño. Ésta es, de largo, la verdadera razón por la que tenía planeada la ruta: una ermita en ruinas en mitad del campo. Es una imagen que me fascina y persigo todas aquéllas de las que tengo noticia.
El recorrido arranca en El Hinojar. Tras pasar la ermita nueva llegamos al cartel de población, punto en el que, paradójicamente, finaliza el asfalto. Un pequeño conjunto de casas agrupadas conforma el grueso de este caserío. Una de dichas casas albergó, al parecer, la ermita vieja, que sería del siglo XVII, y que a día de hoy es irreconocible. Sí he encontrado un vistoso escudo blanco sobre una moderna puerta de hierro, y un rústico reloj de sol en un muro de una especie de cochera.
Tomo el camino entre la rambla y la plantación agrícola. Es el Camino del Hinojar, y acompaña el cauce de la rambla, aún sin nombre, pero que pronto figura en los mapas como Rambla del Cermeño. El primer tramo de la ruta discurrirá en paralelo a ella, pasando por algún cortijo en ruinas y alguna explotación ganadera.
Después de dejar a la derecha una de estas explotaciones y continuar unos pocos centenares de metros aparece un camino a la derecha. Lo he tomado por error, y como podréis ver en el track, a los pocos metros he reculado y vuelto al camino principal. El correcto es el siguiente camino a la derecha, y debo advertir que hay un cartel que indica claramente que es un camino privado y que se prohíbe el paso.
Sin embargo no hay cadena, es un día laborable y dudo mucho que haya nadie cazando, así que no me arredro y continúo: si me encuentro a alguien le pediré permiso, y si no, pues media vuelta.
Pero lo cierto es que no había ni un alma, así que he podido ir tranquilo, primero por el lecho del Barranco de Capel, y luego ya ascendiendo una empinada cuesta hasta subir a la parte alta de la Loma de las Aguaderas.
Todo el trayecto realizado ha transcurrido por caminos cómodos, incluso cuando iban por rambla o barranco. El espartal y tomillar que domina estas lomas está atravesado por unos caminos perfectamente definidos y se nota que transitados, imagino que por cazadores.
Lo cierto es que, tranquilamente y tras un rato de caminata, por fin he llegado al vértice geodésico Capero, desde donde las vistas de este, norte y oeste son sensacionales. Al sur nos cierra el paisaje la muralla de la Sierra de Almenara (a la que, técnicamente, también pertenecen estas lomas), pero el valle que se abre a nuestros pies es también más que bonito.
Para descender tomo el camino que rodea el cabezo y que baja casi directamente a dicho valle. Las mejores vistas de la mañana las obtenemos en este tramo.
Lo que busco es conectar con el camino que une la carretera del Puntarrón con la pista por la que empecé, junto a la Rambla del Cermeño. El paseo es muy agradable, porque no hay grandes pendientes de bajada y el día acompaña.
Y así, "camineando" en este laberinto, reconecto con dicha rambla, ya pegado a la joya del día: la Casa y Ermita del Cermeño, elevada en un pequeño alto.
El cortijo tiene unas dimensiones respetables, pero está en ruinas. Medio edificio se ha derrumbado, y la otra mitad no tardará mucho en hacerlo. He tenido la osadía de entrar brevemente para curiosear (eso sí, ni se me ha pasado por la cabeza subir a la planta superior), y la verdad es que da bastante miedo, parece que se va a venir abajo de un momento a otro.
La fachada principal es sencilla pero noble, con dos portalones y ventanas enrejadas, un pequeño reloj de sol y trazas de construcción recia. Al parecer, hasta no hace mucho tiempo, en la ermita adyacente aún se celebraban misas en fechas señaladas.
La ermita está en ruina total. Hay fotos en las que se ve el pequeño campanario que coronaba la fachada, pero tanto aquél como la techumbre con su tejado a dos aguas cayó. Hoy sólo quedan en pie las cuatro paredes, y si el altar permanece cubierto es porque está bajo una habitación de la planta de arriba de la casa, pero que también amenaza su caída inminente.
Aun así he querido entrar, y lo he podido hacer por la estrecha abertura de la puerta, atascada entre los escombros. Es desolador el estado, y más cuando ves que el altar sigue allí, que la pared aún conserva sus hornacinas, sus decoraciones, e incluso una sencilla cruz de madera clavada toscamente junto a una ventana lateral.
Siempre me deja algo tocado visitar unas ruinas. Por un lado me fascinan, pero por otro le apenan mucho.
Es hora de regresar, así que vuelvo a la rambla y de ahí tomo el Camino del Cermeño, perpendicular junto a las ruinas de la Casa de Millana. Es un leve ascenso por un camino de tierra que no tarda en ponerme en una encrucijada ante otro viejo cortijo (Casa del Campico), también en ruinas, por supuesto.
Aquí escojo el camino de la izquierda, que desciende suavemente hasta la Rambla de Vera. Aquí me encuentro con las dos únicas personas que he visto en toda la mañana: unos recolectores de plantas aromáticas que se afanan en llenar sus grandes sacos.
Durante un rato caminaremos tranquilos por el lecho de la rambla, aunque de vez en cuando nos asusta la repentina huída de unas perdices u otras aves igual de asustadizas (y "asustadoras").
Antes de la Finca de las Monjas veremos, a la izquierda, una caseta de bloques. Tomaremos el camino que sube hasta ella, junto a una balsa de agua. Estamos rematando la ruta, y ya sólo nos queda seguir bajando lentamente, primero por caminos rodeados de esparto y pinos ocasionales, y finalmente regresando a la plantación agrícola inicial, ya pegada a El Hinojar.
Al final, casi diecinueve kilómetros y cerca de quinientos metros de desnivel, y con esa sensación agridulce que deja la visita a una ermita en ruinas en mitad de la nada.
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