El Royo - Laguna Verde - Crta. Santa Ines
near El Royo, Castilla y León (España)
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Trail photos
Itinerary description
Llegamos de buena mañana al aparcamiento de la pista que sube a la Ermita de la Virgen del Castillo, en el punto kilométrico 19 de la carretera entre El Royo y Sotillo del Rincón, y comenzamos a subir... y a subir... y a subir.
Se trataba de hacernos la cuerda de la Sierra del Portillo de Pinochos (¿será por los pinos?), y de hacerlo sin que apretara demasiado el calor de ese día de julio, que se prometía suave hasta en Soria (34 grados). Además, el ambiente estaba húmedo por las tormentas en la última semana, y por tanto la sensación era de bochorno.
Por fortuna tanto la amplia pista como la cresta de la Sierra tienen muchos árboles, y casi todo el camino es a la sombra. Lo único que falta en el trazado son manantiales, por lo que es mejor llevarse puesta el agua.
Pasamos la Ermita a un par de kilómetros del comienzo (se puede visitar por las perspectivas que ofrece sobre los pinares de Vinuesa y el embalse de la Cuerda del Pozo) y nos encaramamos en la cresta. A la derecha la Sierra de Cebollera y su inmenso circo de origen glaciar, que poco a poco se fue dibujando tras la neblina (sería calima, seguro) y a la izquierda el valle que sube desde Salduero y Vinuesa al puerto de Santa Inés: al fondo el Pico Urbión, pelado y mostrando algunos neveros todavía.
Como los tres íbamos (ibamos se dice por aquí) cascando, se nos pasaron rápido los kilómetros y, como si nada, nos plantamos en los 1.950 m de altitud, casi setecientos de subida desde el comienzo. Por la pista que sigue la cuerda, primero se va por un camino forestal muy ancho, donde vimos pastar vacas y caballos (ver fotos). Más tarde se convierte en un camino estrecho y, por último, cuando se está ya en los pies del cerro que llaman del Castillo de Vinuesa, se desvanece la senda. Allí atrochamos monte abajo medio kilómetro en busca de la pista que nos llevaría al comienzo del camino de la Laguna Verde.
La senda de la Laguna sale de una de las curvas dle camino, casi camuflada, a la derecha. Al principio es bastante clara, pero luego se pierde y hay que fiarse por la dirección, o por el gps. Como si la laguna, que no sale en todos los mapas, rechazara las visitas porque quisiera mantenerse lejos de los visitantes. En el camino que sube, de aproximadamente un kilómetro, son patentes los ejemplares enormes de pinos sorianos (una variedad de Pinus Melis especialmente rubia), alguno de los cuales, ya secos, se ofrecen como homenaje al pasado, antes de las repoblaciones.
Alcanzamos la Laguna al fin y, aunque no estaba en su máximo esplendor, tenía bastante agua. Lo de Verde se debe al verdin que cría el agua en el vaso principal. Vimos tanto el nacimiento, o uno de ellos, como el aliviadero, o uno de ellos, en el extremo opuesto. Alrededor del agua, una sinfonía de piedras enormes y grandiosos pinos, en un entorno en el que todo tenía un color verde esmeralda (sin jardín) aquella mañana.
Luego fue todo bajar, unos seis kilómetros, por la pista que habíamos dejado cuando subimos por el caminito de la Laguna. La planificación de la ruta, que no es circular, la hacía terminar en el cruce de la carretera que sube a Santa Inés, porque volver hubiera requerido otras cuatro horas y era tiempo ya de comer. Así que habíamos dejado un coche esperándonos al final del camino.
La comida fue en el Quintanarejo. No hay muchos restaurantes allí, así que es fácil dar con el único. Hay buena carne y excelente atención de los dueños.
Se trataba de hacernos la cuerda de la Sierra del Portillo de Pinochos (¿será por los pinos?), y de hacerlo sin que apretara demasiado el calor de ese día de julio, que se prometía suave hasta en Soria (34 grados). Además, el ambiente estaba húmedo por las tormentas en la última semana, y por tanto la sensación era de bochorno.
Por fortuna tanto la amplia pista como la cresta de la Sierra tienen muchos árboles, y casi todo el camino es a la sombra. Lo único que falta en el trazado son manantiales, por lo que es mejor llevarse puesta el agua.
Pasamos la Ermita a un par de kilómetros del comienzo (se puede visitar por las perspectivas que ofrece sobre los pinares de Vinuesa y el embalse de la Cuerda del Pozo) y nos encaramamos en la cresta. A la derecha la Sierra de Cebollera y su inmenso circo de origen glaciar, que poco a poco se fue dibujando tras la neblina (sería calima, seguro) y a la izquierda el valle que sube desde Salduero y Vinuesa al puerto de Santa Inés: al fondo el Pico Urbión, pelado y mostrando algunos neveros todavía.
Como los tres íbamos (ibamos se dice por aquí) cascando, se nos pasaron rápido los kilómetros y, como si nada, nos plantamos en los 1.950 m de altitud, casi setecientos de subida desde el comienzo. Por la pista que sigue la cuerda, primero se va por un camino forestal muy ancho, donde vimos pastar vacas y caballos (ver fotos). Más tarde se convierte en un camino estrecho y, por último, cuando se está ya en los pies del cerro que llaman del Castillo de Vinuesa, se desvanece la senda. Allí atrochamos monte abajo medio kilómetro en busca de la pista que nos llevaría al comienzo del camino de la Laguna Verde.
La senda de la Laguna sale de una de las curvas dle camino, casi camuflada, a la derecha. Al principio es bastante clara, pero luego se pierde y hay que fiarse por la dirección, o por el gps. Como si la laguna, que no sale en todos los mapas, rechazara las visitas porque quisiera mantenerse lejos de los visitantes. En el camino que sube, de aproximadamente un kilómetro, son patentes los ejemplares enormes de pinos sorianos (una variedad de Pinus Melis especialmente rubia), alguno de los cuales, ya secos, se ofrecen como homenaje al pasado, antes de las repoblaciones.
Alcanzamos la Laguna al fin y, aunque no estaba en su máximo esplendor, tenía bastante agua. Lo de Verde se debe al verdin que cría el agua en el vaso principal. Vimos tanto el nacimiento, o uno de ellos, como el aliviadero, o uno de ellos, en el extremo opuesto. Alrededor del agua, una sinfonía de piedras enormes y grandiosos pinos, en un entorno en el que todo tenía un color verde esmeralda (sin jardín) aquella mañana.
Luego fue todo bajar, unos seis kilómetros, por la pista que habíamos dejado cuando subimos por el caminito de la Laguna. La planificación de la ruta, que no es circular, la hacía terminar en el cruce de la carretera que sube a Santa Inés, porque volver hubiera requerido otras cuatro horas y era tiempo ya de comer. Así que habíamos dejado un coche esperándonos al final del camino.
La comida fue en el Quintanarejo. No hay muchos restaurantes allí, así que es fácil dar con el único. Hay buena carne y excelente atención de los dueños.
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Comments (1)
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Genial! Preciosa excursion. Gracias por compartirla