Els Monjos R4-Muntanya de Sant Pau-Vilafranca del Penedès R4

Nos acompañan en el abarrotado tren aletargados viajeros, que imaginamos no esperan con tanta impaciencia como nosotros llegar a su destino. La consabida bofetada de aire caliente nos recibe en Els Monjos, que ignorantes, sólo conocemos por dar nombre a una salida de la AP-7. Mientras realizamos el rito previo con gorras y navegadores, un atento empleado de ADIF nos ofrece un cartón de leche que alguién dejó olvidado, justificando que está sin abrir y le sabe mal tirarlo. Con gesto incrédulo pero amable, declinamos el presente y nos concentramos en el esperpéntico edificio que frente a nosotros, se nos antoja una peligrosa central térmica o nuclear, más deviene en planta harinera, previa consulta al sacrosanto oráculo de internet. Por el nombre actual, antes Penyafort, imaginamos gran concentración de clero y templos salvadores, más sólo hallamos una iglésia a nuestro paso. Situada en una plaza, que combina historia y modernidad, y frente a ella, una torre metálica que para nuestro desconcierto sólo parece vigilar o proporcionar vistas de la propia iglésia. Puestos a inventar, diremos que es un homenaje al Castell de Penyafort, muy arraigado en su historia. Nos detenemos a admirar el edificio de la Casa de la Vila y el homenaje a Pau Casals después. Empezamos a calentar los músculos, la sinhueso también, y ante el Molí de Vent, no podemos sino bromear con el nombre del edificio que alberga la Casa de Cultura, puesto que con semejante corriente de aire producida por el Molí, no puede haber otro más certero que "Mas Catarro". Aunque seguimos pisando asfalto, salimos del pueblo por una carretera local, que atravesando mediante puentes carreteras más concurridas, nos sitúa por fin ante un sendero, donde nos detenemos dudando ante el cartel de "Camí Particular" en el camino de Pacs del Penedès. La verja con valla sólo por su lado derecho, parece impedir el paso a los vehículos ajenos, puesto que por la izquierda, hay un hollado sendero que discurre cerca de la viñas. Un maduro trotador que nos adelanta , desvela las dudas girando por él sin dudar. La siguiente pausa contemplativa es en la ermita de la Mare de Dèu de la Bleda, que aunque vivió momentos mejores, ya que data de 1.683, parece seguir en buena forma a juzgar por los bancos y las velas que se vislumbran en la foto que obtenemos por la cerradura. La masia del Castell de la Bleda también parece bién conservada, e imaginamos que toma el nombre del remate almenado que corona su techumbre. Nuestros pies se reconfortan ahora con el camino de tierra, que nos alivia del calor que desprende el suelo, llegando hasta la Torre de les Aigües, punto algo más concurido por ciclistas y caminantes. El sol castiga sin piedad nuestra osadía, y al encontrarnos con un empleado de las Bodegas Torres, compartimos con él su sombreado refugio e iniciamos nuestro viaje de descubrimiento del mundo de la vid. Después de los habituales saludos y quejas del calor, nos interesamos por los rosales que encabezan las viñas, y amablemente nos explica que tienen la propiedad de ser colonizados por el mismo moho que ellas, actuando de centinela y alarma ante eventuales ataques invasores. Para demostrar que no somos ignorantes urbanitas, vana ilusión, le revelamos que en otra visita a unas cavas ecológicas, aprendimos que no quitaban las malas hierbas para que los insectos acudieran a ellas sin atacar las plantas. Orgulloso nos aclara que usan el mismo método, pero que la pertinaz sequía no las deja crecer y aunque presentes, no son aparentes. Ya crecidos, le hablamos de los hitos con tres torres grabadas que encabezan los cultivos, y nos dice que representan a la bodega, más abajo el nombre que dan a la zona y una fecha conmemorativa. Aclarando que Torres no embotella cava, apostilla que la vendimia para vino será en septiembre y otros la harán ahora para el cava. Leyendo los carteles informativos, ideados para los visitantes que recorren en trenet los cultivos, nos despedimos y partimos cada uno a sus labores, nosotros andando y él en coche, camino de otra parcela. En Pacs del Penedès vislumbramos ya la cercanía de Vilafranca, e iniciamos la ascensión al único elevado obstáculo del dia, la Muntanya de Sant Pau. Aunque bromeamos con su modesta altitud, las primeras rampas nos hacen callar, y observamos pintado en el suelo el desvivel de cada tramo. Suponemos que para desespero de caminantes, corredores o ciclistas, empieza suave con un 15%, y va variando hasta el apogeo del 23%. Sólo faltaría flanquear el recorrido con sendos indicadores de temperatura, para incrementar el suplicio y el calvario en la subida. Ya se sabe que no hay enemigo pequeño. En la cima, junto a un restaurante que promete veladas inolvidables, el punto geodésico preside la explanada, y acordamos que no es necesario subir a grandes alturas para conseguir buenas vistas. Por el camino una corredora nos ha adelantado en los dos sentidos varias veces, y ahora un joven que va al trote con su perro toma su lugar. Nos impresiona menos, dado que ambos parecen rivalizar por ver quien gana a jadear y conseguir llegar a tocar el suelo con la lengua sin arrodillarse, tal es su agotamiento. Tenemos ahora algo de sombra, que aprovechamos para reponer fuerzas, admiramos una austera cruz de madera, en la que alguien pretendió inmortalizar su paso con una, ahora, casi ininteligible inscripción. En el conjunto de Sant Pau encontramos una cueva con un pesebre de madera, y la imagen de la Moreneta grabada en la roca; el mirador que nos trae gloriosos recuerdos de visitas a las cumbres que allí figuran; la ermita devenida en gruta, ya que antes fué sólido edificio, con campanas que pecaminosamente tocamos esperando no cometer sacrilegio; y una fuente que además de sombra, nos sirve para remojar el cogote. Bajo la techumbre, vemos a una joven con trenzas caribeñas, que se atusa el pelo y completa su tocado multicolor, tan absorta, que no responde al saludo, y hace que nos preguntemos si es este uno de esos puntos donde se recargan las perdidas energías en el cotidiano batallar. Iniciamos la bajada, no a los infiernos aunque el calor arrecie, y reanudamos el viaje iniciático al mundo de la viticultura, ahora en módulo de autoaprendizaje. Una ruta circular denominada "Entre Vinyes", guía a lo largo del "Camí de Sant Pau", amenizando el recorrido con paneles informativos sobre las variedades de la uva y sus secretos. Aprendemos que la cepa es americana, pie común de todas las variedades, desde que atacó la filoxera, por ser más resistente a sus mordiscos, y sobre ella se injertan las diferentes clases de vides. Leemos sobre las técnicas de emparrado y la poda con forma de vaso. Un banco de piedra, rústico pero artístico y bién trabajado, nos tienta para detenernos un momento y repasar lo aprendido, si no fuera por que carece de sombra, seguramente habríamos sucumbido. Repasamos sobre la marcha en improvisado examen, pasando el trance con notable, hasta que llama nuestra atención un edificio con aspecto futurista, como de base lunar. Averiguamos que se trata de Mas Tinell, que además de cavas, se ofrece como restaurante y hotel. Su agradable aspecto, que deja adivinar toques modernistas en la cerámica del tejado, sorprende por el contraste con los, a nuestro juicio no muy agraciados, tanques exteriores de fermentación ubicados en el campo vecino. Se acaba el sendero y estamos ante "La Creueta", cruz de término que invitaba a rezar o indicaba que la villa ya era cristiana en época de reconquistas. El ruido y el ajetreo nos despiertan el instinto de urbanitas, ayundándonos a descubrir edificios interesantes, lugares concurridos y semáforos por donde pasar. Seguimos aprendiendo, ahora de arquitectura, gracias a los edificios modernistas que se distribuyen por la ciudad. Que una Basílica es superior en escalafón a una catedral; que "Vinseum" es un museo del vino; y que se puede plasmar la fuerza, unión y determinación del "Castellers", de forma realista o no, sin querer desmerecer por ello al artista del dedicado "Als Falcons". Decidimos que hemos cumplido con creces nuestros objetivos, y nos detenemos en unas mesas a la sombra para la merecida pausa de hidratación, en la "Plaça de Sant Joan". Antes de marchar visitamos la Font del Coro, la Capilla de Sant Joan, la estatua de Sant Raimon de Penyafort, l'Ajuntament y echando un vistazo a los puestos del mercadillo de pagès, pasamos bajo los coloridos porches. Nos amenizan el trayecto el monumento a Milà i Fontanals, el Convent de Sant Francesc, y algunos edificos catalogados, como la casa Miró, hasta llegar a la estación, cuyo edificio no desmerece a lo anteriormente admirado.