GR-92 ES12 - Etapa 8: Estepona - La Línea de la Concepción
near Estepona, Andalucía (España)
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Itinerary description
Dejamos la provincia de Málaga. Paseos marítimos, playas, pasarelas, etc. Un cachillo de N-340. Sotogrande (un Bentley) no es Puerto Banús (un Rolls-Royce). Y un desierto hasta El Peñón; déjà vécu de Roquetas de Mar.
Dejamós atrás Estepona por... ¡Su paseo marítimo (¡no puede ser!)! Y hacemos lo mismo con varias localidades y barrios: La Gaspara, Buenas Noches, La Duquesa, La Chullera... Hasta la Playa Límite, tras la que nos despedimos de Málaga y entramos en la provincia de Cádiz. Quiero dejar constancia del trabajazo que se ha tomado la Diputación de Málaga en construir una ruta sencilla y señalizada para que cualquiera pueda recorrer su Senda Litoral. La cantidad de recursos invertidos en construir caminos, pasarelas de madera, puentes y demás es digna de elogio. Es verdad que aún no la tienen al 100% desarrollada en toooda la costa pero les queda poco. Y es una pena que sea un proyecto de la Diputación y no de la Junta, porque la discontinuidad entre Málaga y Cádiz se nota, y eso que en Cádiz la señalización es decente. Pero desaparecen las infraestructuras construidas explícitamente para caminantes y vuelve el sistema de señalización puntual y el "búsquese la vida" de casi todo lo que he recorrido de GR-92. Por ejemplo, apenas 1 kilómetro después de la Playa Límite encontramos una señal roja y blanca que nos indica que subamos unas rocas (foto "Por ahí"), y son pocas, pero hay que ayudarse con las manos para trepar: eso en la Senda Litoral no pasa. Te habrían construido una escalera desde la Diputación de Málaga.
Bueno.
Llegamos a Sotogrande, que es una ciudad-puerto deportivo construida en varias islas-penínsulas artificiales de viviendas alrededor de las que hay amarradas embarcaciones de lujo. Una Venecia del siglo XX que no aspira a la belleza artística sino al puro recreo de alto standing, diseñada para ricos consumados. Aquí no hay turismo. Los jardines son preciosos y están cuidadísimos. Los clones de Jeff Bezos te miran desafiantes desde sus brunch de café de Madagascar con leche de narval, croissant de mantequilla de llama y huevo pochado de cóndor, sabedores de que tú, con esa mochila a la espalda, no perteneces a ese lugar. Al principio pensé que no tenían aceras, al estilo rural americano, donde no las hay porque todo el mundo usa el coche hasta para visitar al vecino de al lado, pero me equivoqué: los pocos que caminan van pisando el verde, mullido, corto, homogéneo y resplandeciente césped. Está para eso. No vayan a pisar una dura baldosa pétrea tan divinos pies, se vayan a partir una uña. Yo voy por el arcén con la cabeza agachada como símbolo de sumisión.
Tras dejar atrás el oasis de inmensa riqueza, toca caminar por la playa. DIEZ KILÓMETROS (y ya llevábamos 26). La playa es anchísima y no hay NADA alrededor, así que esto se parece más a una travesía por el desierto como la que realizamos el año pasado entre Almerimar y Roquetas de Mar que a un paseo por el borde del mar. A los 6/7 kilómetros podemos dejar la orilla e ir por un camino de tierra batida, lo cual ayuda. Al menos esta vez no me he quedado sin agua.
Y ya estamos en La Línea. No, aún no. Ya estamos. Todavía no. ¿Ahora? No. Tras 36 kilómetros a nuestras espaldas aún nos queda una línea casi recta de acera de 4 kilómetros que se hace eterna. De hecho, llevamos horas caminando con El Peñón enfrente que apenas cambia de tamaño por más que nos acerquemos a él, como si se burlara del caminante. Pero eventualmente el ángulo con el que nos llega el reflejo de la luz del sol sobre la cúspide del Peñón empieza a aumentar, y el seno del ángulo, pues aún más rápido, y la montaña se hace grande de golpe. Ahora sí llegamos.
Dejamós atrás Estepona por... ¡Su paseo marítimo (¡no puede ser!)! Y hacemos lo mismo con varias localidades y barrios: La Gaspara, Buenas Noches, La Duquesa, La Chullera... Hasta la Playa Límite, tras la que nos despedimos de Málaga y entramos en la provincia de Cádiz. Quiero dejar constancia del trabajazo que se ha tomado la Diputación de Málaga en construir una ruta sencilla y señalizada para que cualquiera pueda recorrer su Senda Litoral. La cantidad de recursos invertidos en construir caminos, pasarelas de madera, puentes y demás es digna de elogio. Es verdad que aún no la tienen al 100% desarrollada en toooda la costa pero les queda poco. Y es una pena que sea un proyecto de la Diputación y no de la Junta, porque la discontinuidad entre Málaga y Cádiz se nota, y eso que en Cádiz la señalización es decente. Pero desaparecen las infraestructuras construidas explícitamente para caminantes y vuelve el sistema de señalización puntual y el "búsquese la vida" de casi todo lo que he recorrido de GR-92. Por ejemplo, apenas 1 kilómetro después de la Playa Límite encontramos una señal roja y blanca que nos indica que subamos unas rocas (foto "Por ahí"), y son pocas, pero hay que ayudarse con las manos para trepar: eso en la Senda Litoral no pasa. Te habrían construido una escalera desde la Diputación de Málaga.
Bueno.
Llegamos a Sotogrande, que es una ciudad-puerto deportivo construida en varias islas-penínsulas artificiales de viviendas alrededor de las que hay amarradas embarcaciones de lujo. Una Venecia del siglo XX que no aspira a la belleza artística sino al puro recreo de alto standing, diseñada para ricos consumados. Aquí no hay turismo. Los jardines son preciosos y están cuidadísimos. Los clones de Jeff Bezos te miran desafiantes desde sus brunch de café de Madagascar con leche de narval, croissant de mantequilla de llama y huevo pochado de cóndor, sabedores de que tú, con esa mochila a la espalda, no perteneces a ese lugar. Al principio pensé que no tenían aceras, al estilo rural americano, donde no las hay porque todo el mundo usa el coche hasta para visitar al vecino de al lado, pero me equivoqué: los pocos que caminan van pisando el verde, mullido, corto, homogéneo y resplandeciente césped. Está para eso. No vayan a pisar una dura baldosa pétrea tan divinos pies, se vayan a partir una uña. Yo voy por el arcén con la cabeza agachada como símbolo de sumisión.
Tras dejar atrás el oasis de inmensa riqueza, toca caminar por la playa. DIEZ KILÓMETROS (y ya llevábamos 26). La playa es anchísima y no hay NADA alrededor, así que esto se parece más a una travesía por el desierto como la que realizamos el año pasado entre Almerimar y Roquetas de Mar que a un paseo por el borde del mar. A los 6/7 kilómetros podemos dejar la orilla e ir por un camino de tierra batida, lo cual ayuda. Al menos esta vez no me he quedado sin agua.
Y ya estamos en La Línea. No, aún no. Ya estamos. Todavía no. ¿Ahora? No. Tras 36 kilómetros a nuestras espaldas aún nos queda una línea casi recta de acera de 4 kilómetros que se hace eterna. De hecho, llevamos horas caminando con El Peñón enfrente que apenas cambia de tamaño por más que nos acerquemos a él, como si se burlara del caminante. Pero eventualmente el ángulo con el que nos llega el reflejo de la luz del sol sobre la cúspide del Peñón empieza a aumentar, y el seno del ángulo, pues aún más rápido, y la montaña se hace grande de golpe. Ahora sí llegamos.
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