Guillimona (o Grillimona) desde el Puerto del Pinar (Huéscar y Puebla de Don Fadrique)

El eje de la ruta es el Barranco de la Capota, al que acompañaremos en paralelo en su tramo alto. Sin embargo, el leit motiv es, sin duda alguna, la cumbre de la Guillimona (o Grillimona, que aparece de las dos maneras en el mapa del IGN), desde cuyo vértice geodésico se obtienen unas vistas majestuosas.

Dejamos el coche en una explanada junto al cartel del Puerto del Pinar 1600 metros (aunque en realidad estamos a 1650). A los pocos metros de asfalto salimos a la izquierda por un camino y cruzamos el barranco para iniciar la ascensión a la Cuerda de los Buitres. No hay un sendero definido, pero el terreno es cómodo, la pendiente no es grande y es sencillo avanzar.

El día, claro y soleado, es inusual y preocupantemente cálido para ser enero. Echar la vista atrás, hacia el este, es una gozada, con un sinnúmero de montañas.

Cuando alcanzamos la parte alta, pasando junto a un característico árbol seco, se abre la perspectiva norte, y el Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas muestra una parte de sus dominios. Poco después alcanzaremos a ver Santiago de la Espada, así como algunas aldeas que no sabría identificar.

Y es que, si hemos tardado cuatro horas y media en hacer esta ruta, es precisamente porque nos hemos recreado con las vistas.

Una vez arriba hay un trecho de llaneo por este balcón natural. Pero si miramos hacia el otro lado, la visión es también hermosa: a unos 1800 metros de altitud, los pinos laricios están trufados aquí y allá, entre praderas y un suelo mitad de tierra y hierba, mitad roca de un blanco casi reflectante. Destaca un pino laricio por su tamaño. Está situado al otro lado del barranco, y aunque llegar a él parece bastante sencillo, preferimos seguir y verlo desde la distancia.

Tendremos incluso que descender un poco para seguir llaneando, mientras vemos correr una manada de cabras aquí y un grupo de corzos allá. Nos toparemos con una valla que podemos saltar cómodamente, pues no mide más de un metro. Nosotros no hemos visto absolutamente a nadie durante toda la ruta, y creo que no hubiéramos tenido problemas, al parecer es una valla para que no se salga el ganado (vimos unas ovejas en el horizonte), pero no está demás dejar advertido que hay que saltar una valla.

Aquí el terreno varía, y el suelo está repleto de cojín de monja. Sigue siendo muy fácil caminar, y vamos ganando altitud progresivamente subiendo la falda diagonalmente. La Guillimona, que ya veíamos a lo lejos desde hace rato, está ahora a tiro de piedra, y cuando, tras pasar junto a una pedriza, llegamos a otra valla, nos queda el último repecho para alcanzar la extenda y plana cumbre, marcada con un vértice geodésico.

El vértice queda al otro lado de la valla, así que la pasamos y nos sentamos en él para disfrutar del paisaje. El más inmediato es La Sagra, cuyo mazacote de 2383 metros de altitud se eleva, intimidante, frente a nosotros. A su derecha y a cientos de kilómetros brilla la nieve de Sierra Nevada.

Esta panorámica ya justifica por sí misma venir aquí un día claro y nítido. Nosotros aún tuvimos la fortuna de recibir la visita de un buitre que estuvo planeando junto a nosotros durante casi un minuto entero. Llegamos a tenerlo a tres o cuatro metros. Su envergadura es aún más intimidatoria que La Sagra.

Pero hay vistas excelsas en todas las direcciones, así que, si mirábamos al oeste veíamos, abajo y a poca distancia, el Castellón de los Mirabetes, con su peculiar forma; al norte, el ya mencionado P. N. Cazorla, Segura y las Villas; al este, otro millón de sierras, desde la de las Cabras (techo de Albacete) a la de Revolcadores (techo de la Región de Murcia), Los Odres, Mojantes, etc; y al sureste, la Sierra de María, la Puebla de Don Fadrique, el Cerro de los Lobos, etc.

Después de un rato y un bocado emprendemos el regreso. La idea es seguir el vallado, y mientras podemos vamos literalmente pegados a él. Sólo nos separamos cuando el terreno se escarpa, yendo en paralelo por terreno cómodo y seguro, hasta que llegamos a una puerta cerrada con una correa para perros. Abrimos, pasamos, volvemos a cerrar y continuamos nuestro retorno, esta vez por el otro lado del Barranco de la Capota, que no vemos desde este lado.

Nos uniremos a unas rodadas de coche que se convertirán en camino pedregoso, y lo continuamos hasta sobrepasar una pinada, tras la cual dejamos el camino para girar a la izquierda, campo a través, en dirección a un cabezo coronado por unas rocas en forma de cono. Tras este cabezo aparece una nueva valla, que será nuestra compañera durante el resto de la ruta, ya que iremos junto a ella todo el tiempo, sin llegar a cruzarla.

Es un descenso prolongado y con más pendiente que lo anterior, pero siempre sencilla de caminar, aunque el terreno, con mucha piedra, castigará nuestros pies.

Al fin, desembocaremos exactamente en el punto de la carretera donde nos salimos al comienzo, con la satisfacción de haber hecho una ruta muy cómoda por un territorio precioso que merece nuevas visitas.