Huécija-Cerro del Libro-Cantera
near Alicún, Andalucía (España)
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Ruta por la villa de Huécija, la antigua Güezixa musulmana, situada en el Valle del Andarax (en la Alpujarra Almeriense), con subida al Cerro del Libro, donde quedan unos exiguos restos del castillo de Marchena, y vuelta por el PR-A 307 hasta la Cantera.
Empiezo a caminar antes de salir el sol, junto a la parada de autobús en la carretera Al-3405, justo antes de conectar con la A-348, por donde discurre el Camino Viejo. Sigo por esta carretera durante unos 500 metros, dejándola por la que lleva al Centro de Conservación y luego a la antigua barriada de Los Molinicos (en la que quedan cortijos en ruina y alguna casa restaurada); tras pasar por aquí, sigo unos metros a la derecha por la carretera de nuevo, para conectar con un camino rural cementado, que pasa junto a la Balsa del Molino y desciende junto al Barranco del Agua o del Infierno (más conocido aquí como Alfarax), que nace en la Sierra de Gádor y desemboca en el río Andarax, junto a Terque. La bajada termina en un salto del barranco, habilitada como área recreativa con una fuente, donde se pueden contemplar unas grandes rocas (también hay algunas cuevas).
Me encamino al pueblo por la calle Parrales, topónimo que nos remite al pasado reciente cuando el principal cultivo de la comarca era la uva de Ohanes o de Almería, también llamada del barco o del embarco puesto que, por su excepcional capacidad de conservación, se exportaba a Europa, América, África y hasta China y la India. Tuvo su auge a principios del siglo XX, pero a finales de los setenta empezó su declive y se ha ido sustituyendo por frutales, sobre todo cítricos, perdiéndose aquella estampa tan característica de hace unas décadas de bancales de parras ocupando las laderas de los cerros.
A la entrada del pueblo, tras pasar la ermita, subo por una cuesta a la derecha, la calle Viento, que nos introduce en el Barrio Alto, con estrechas y tortuosas calles de raigambre mora. La calle acaba en una minúscula plazuela, donde vivían mis abuelos maternos. Vuelvo atrás para subir por unas escalinatas hacia las calles Narváez y Púlpito y luego por la del Cercado se llega al Lavadero público, con su arquería de ladrillo, hoy en desuso. Luego por las calles de la Fuente y del Ángel entro en la Plaza Palacio (o de Rosendo García), así conocida porque aquí se situaba la “Casa Palacio”, que databa de cuando el pueblo era cabeza del señorío de Marchena, perteneciente al Duque de Maqueda (concedido por los Reyes Católicos en premio a su participación en la Guerra de Granada); fue demolida en los años cincuenta del siglo XX, conservándose algunos muros.
Desde aquí se baja a la plaza del Convento, donde se alza el Convento de los Agustinos, declarado Bien de Interés Cultural, de factura barroca, fundado en el siglo XVI por la esposa del duque junto a la iglesia de Santa María de la Regla, destruida tras el terremoto de 1522 y de la que se conservó la torre atalaya (en su lugar se construyó la iglesia del Convento). El Torreón, con el escudo de armas del Duque y su cónyuge, conserva la primitiva base redondeada, sobre la que se añadió un nuevo cuerpo hexagonal en el siglo XIX. En este templo se desarrolló un truculento episodio de la Rebelión de los Moriscos, en el siglo XVI, cuando fueron quemados los cristianos en él refugiados (y los que se entregaron, fueron ejecutados).
Bajando por la calle Real, se encuentra el Centro Social o Casa de la Juventud, que alberga el Taller de Artesanos fundado en 1946, donde se trabajaba el maíz para “hacer farfolla”, que podía usarse para rellenar colchones.
La calle lleva a la plaza Luís Almécija, donde se encuentra la iglesia de la Anunciación, también del siglo XVI, mudéjar con añadidos barrocos y neoclásicos. Ambos templos fueron expoliados durante la Guerra Civil (en especial se perdió el retablo barroco de la iglesia del Convento) y la Anunciación permaneció cerrada para el culto desde entonces (servía de garaje para los tractores) hasta que fue rehabilitada como iglesia parroquial, mientras se restauraba la de los Agustinos; hoy día vuelve a estar cerrada.
Rodeo la iglesia, bajo un parque infantil, y por la calle de Diego Amat (antigua calle de la Alegría) salgo a la de Mariano Ramírez, por la que se abandona el núcleo urbano; continúo recto por la calle Taha de Marchena, hasta que me desvío a la izquierda junto a la Ermita de las Ánimas Benditas, bajando por pista cementada entre bancales, con la silueta del Cerro del Libro en lontananza.
Para subir al cerro, se continúa la pista que asciende a la izquierda por la Cuesta de Huécija y luego, junto a un cortijo, nuevamente a la izquierda (por la derecha llegaríamos al río junto a Terque). Esta pista acaba en unas antenas, pero en una curva anterior la dejo para pasar junto a una balsa en desuso conectada con una acequia (posiblemente de origen islámico) y llego a un sendero que en unos 500 metros alcanza la cima del cerro. Aquí se alzaba el castillo de Marchena, construido en época nazarí, cuando Huécija (que antes era una alquería) se convierte en la capital de la Taha de Marchena; ésta incluía otros nueve pueblos: Alsodux, Alhabia, Terque, Bentarique, Alhama, Íllar, Alicún, Instinción y Rágol. La fortaleza fue destruida por un terremoto, fundando sus antiguos ocupantes Santa Cruz de Marchena. Hoy pueden verse algunos restos, como los de un aljibe y los de las murallas; el nombre de Cerro del Libro le viene precisamente de la caída de unos lienzos de la muralla en forma de libro abierto. Desde aquí gozamos de espléndidas panorámicas sobre los pueblos del Valle del Andarax, con el río recibiendo por su izquierda al río Nacimiento en el Pago de los Nietos, y con las Sierras de Gádor, Filabres y Alhamilla de telón de fondo.
Inicio la vuelta, bajando ahora por la senda hasta las antenas y, en la bifurcación con la Cuesta de Huécija, siguiendo a la izquierda por la pista unos 200 metros, hasta alcanzar en el límite de un olivar el Barranco de Alicún. Sigo a la derecha por su cauce, que dejo al poco por un camino cementado que sube a la izquierda: por aquí va el PR-A 370, aunque ahora no está muy señalizado. Hay que pasar entre dos pequeños cortijos (por detrás del segundo) y continuar junto a una conducción de agua, teniendo un cortijo en ruinas enfrente de referencia; al poco de pasarlo, se llega a un carril que se sigue a la derecha unos 100 metros y luego a la izquierda, llegando al Cortijo Palomo. Tras pasar junto a unas curiosas formaciones geológicas, se deja el carril justo antes de llegar a una cadena, por una senda que discurre por la Loma de Alicún, entre esparto, que hay que seguir con atención. En la Loma se ha encontrado un yacimiento de la Edad del Cobre. La senda lleva hasta la Cantera de piedra (usada para obtener cemento, arena...), para llegar a la cual hice un pequeño trepe por los bloques de piedra. Tras un recorrido por ella, la dejo por su derecha, por otra sendita que conecta con un cauce, por el que, pasando por un bosquete de pinos, alcanzo la Al-3405; de aquí sólo restan unos 200 metros de carretera para finalizar la ruta.
Empiezo a caminar antes de salir el sol, junto a la parada de autobús en la carretera Al-3405, justo antes de conectar con la A-348, por donde discurre el Camino Viejo. Sigo por esta carretera durante unos 500 metros, dejándola por la que lleva al Centro de Conservación y luego a la antigua barriada de Los Molinicos (en la que quedan cortijos en ruina y alguna casa restaurada); tras pasar por aquí, sigo unos metros a la derecha por la carretera de nuevo, para conectar con un camino rural cementado, que pasa junto a la Balsa del Molino y desciende junto al Barranco del Agua o del Infierno (más conocido aquí como Alfarax), que nace en la Sierra de Gádor y desemboca en el río Andarax, junto a Terque. La bajada termina en un salto del barranco, habilitada como área recreativa con una fuente, donde se pueden contemplar unas grandes rocas (también hay algunas cuevas).
Me encamino al pueblo por la calle Parrales, topónimo que nos remite al pasado reciente cuando el principal cultivo de la comarca era la uva de Ohanes o de Almería, también llamada del barco o del embarco puesto que, por su excepcional capacidad de conservación, se exportaba a Europa, América, África y hasta China y la India. Tuvo su auge a principios del siglo XX, pero a finales de los setenta empezó su declive y se ha ido sustituyendo por frutales, sobre todo cítricos, perdiéndose aquella estampa tan característica de hace unas décadas de bancales de parras ocupando las laderas de los cerros.
A la entrada del pueblo, tras pasar la ermita, subo por una cuesta a la derecha, la calle Viento, que nos introduce en el Barrio Alto, con estrechas y tortuosas calles de raigambre mora. La calle acaba en una minúscula plazuela, donde vivían mis abuelos maternos. Vuelvo atrás para subir por unas escalinatas hacia las calles Narváez y Púlpito y luego por la del Cercado se llega al Lavadero público, con su arquería de ladrillo, hoy en desuso. Luego por las calles de la Fuente y del Ángel entro en la Plaza Palacio (o de Rosendo García), así conocida porque aquí se situaba la “Casa Palacio”, que databa de cuando el pueblo era cabeza del señorío de Marchena, perteneciente al Duque de Maqueda (concedido por los Reyes Católicos en premio a su participación en la Guerra de Granada); fue demolida en los años cincuenta del siglo XX, conservándose algunos muros.
Desde aquí se baja a la plaza del Convento, donde se alza el Convento de los Agustinos, declarado Bien de Interés Cultural, de factura barroca, fundado en el siglo XVI por la esposa del duque junto a la iglesia de Santa María de la Regla, destruida tras el terremoto de 1522 y de la que se conservó la torre atalaya (en su lugar se construyó la iglesia del Convento). El Torreón, con el escudo de armas del Duque y su cónyuge, conserva la primitiva base redondeada, sobre la que se añadió un nuevo cuerpo hexagonal en el siglo XIX. En este templo se desarrolló un truculento episodio de la Rebelión de los Moriscos, en el siglo XVI, cuando fueron quemados los cristianos en él refugiados (y los que se entregaron, fueron ejecutados).
Bajando por la calle Real, se encuentra el Centro Social o Casa de la Juventud, que alberga el Taller de Artesanos fundado en 1946, donde se trabajaba el maíz para “hacer farfolla”, que podía usarse para rellenar colchones.
La calle lleva a la plaza Luís Almécija, donde se encuentra la iglesia de la Anunciación, también del siglo XVI, mudéjar con añadidos barrocos y neoclásicos. Ambos templos fueron expoliados durante la Guerra Civil (en especial se perdió el retablo barroco de la iglesia del Convento) y la Anunciación permaneció cerrada para el culto desde entonces (servía de garaje para los tractores) hasta que fue rehabilitada como iglesia parroquial, mientras se restauraba la de los Agustinos; hoy día vuelve a estar cerrada.
Rodeo la iglesia, bajo un parque infantil, y por la calle de Diego Amat (antigua calle de la Alegría) salgo a la de Mariano Ramírez, por la que se abandona el núcleo urbano; continúo recto por la calle Taha de Marchena, hasta que me desvío a la izquierda junto a la Ermita de las Ánimas Benditas, bajando por pista cementada entre bancales, con la silueta del Cerro del Libro en lontananza.
Para subir al cerro, se continúa la pista que asciende a la izquierda por la Cuesta de Huécija y luego, junto a un cortijo, nuevamente a la izquierda (por la derecha llegaríamos al río junto a Terque). Esta pista acaba en unas antenas, pero en una curva anterior la dejo para pasar junto a una balsa en desuso conectada con una acequia (posiblemente de origen islámico) y llego a un sendero que en unos 500 metros alcanza la cima del cerro. Aquí se alzaba el castillo de Marchena, construido en época nazarí, cuando Huécija (que antes era una alquería) se convierte en la capital de la Taha de Marchena; ésta incluía otros nueve pueblos: Alsodux, Alhabia, Terque, Bentarique, Alhama, Íllar, Alicún, Instinción y Rágol. La fortaleza fue destruida por un terremoto, fundando sus antiguos ocupantes Santa Cruz de Marchena. Hoy pueden verse algunos restos, como los de un aljibe y los de las murallas; el nombre de Cerro del Libro le viene precisamente de la caída de unos lienzos de la muralla en forma de libro abierto. Desde aquí gozamos de espléndidas panorámicas sobre los pueblos del Valle del Andarax, con el río recibiendo por su izquierda al río Nacimiento en el Pago de los Nietos, y con las Sierras de Gádor, Filabres y Alhamilla de telón de fondo.
Inicio la vuelta, bajando ahora por la senda hasta las antenas y, en la bifurcación con la Cuesta de Huécija, siguiendo a la izquierda por la pista unos 200 metros, hasta alcanzar en el límite de un olivar el Barranco de Alicún. Sigo a la derecha por su cauce, que dejo al poco por un camino cementado que sube a la izquierda: por aquí va el PR-A 370, aunque ahora no está muy señalizado. Hay que pasar entre dos pequeños cortijos (por detrás del segundo) y continuar junto a una conducción de agua, teniendo un cortijo en ruinas enfrente de referencia; al poco de pasarlo, se llega a un carril que se sigue a la derecha unos 100 metros y luego a la izquierda, llegando al Cortijo Palomo. Tras pasar junto a unas curiosas formaciones geológicas, se deja el carril justo antes de llegar a una cadena, por una senda que discurre por la Loma de Alicún, entre esparto, que hay que seguir con atención. En la Loma se ha encontrado un yacimiento de la Edad del Cobre. La senda lleva hasta la Cantera de piedra (usada para obtener cemento, arena...), para llegar a la cual hice un pequeño trepe por los bloques de piedra. Tras un recorrido por ella, la dejo por su derecha, por otra sendita que conecta con un cauce, por el que, pasando por un bosquete de pinos, alcanzo la Al-3405; de aquí sólo restan unos 200 metros de carretera para finalizar la ruta.
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