La Puebla de los Infantes: Colada del Campillo-Mirador de Las Palomas-Vía verde de Los Almendros

Ruta por el entorno de La Puebla de los Infantes, localidad a caballo entre la Sierra Morena sevillana y la Vega del Guadalquivir, a la que accedemos desde Córdoba por las carreteras A-431 y SE-145, aparcando al inicio de la avenida de Andalucía, a unos metros del primer punto de interés de la ruta, en la intersección con la calle del Matadero: el lavadero de las Pilas, el mejor conservado de la provincia de Sevilla (en uso hasta hace solo unas décadas). Este espacio público, con 30 pilas donde lavaban las mujeres y una fuente de cuatro caños con un gran pilón, formando un ángulo con lo que era una antigua fonda (luego bar y hasta escuela pública), con una gran marquesina de forja a cuya sombra los parroquianos veían a las lavanderas, gozó de gran vida social en su día.

Seguimos por la calle Carnicería para subir por Zahareta (o Zajareta), de sabor árabe (su nombre haría referencia a una pequeña zona verde) a la parte más elevada del pueblo. Durante la dominación musulmana, La Puebla fue una aldea llamada Cañebolo, aunque hasta la conquista castellana no se tienen las primeras noticias escritas del lugar, cuando Alfonso X otorga a su sobrino Enrique Enríquez la posesión del Donadío del Castril (que abarcaba todo el valle entonces llamado del Valgruado) y concede estas tierras, otorgándoles una Carta Puebla, a sus hermanos y descendientes ("los infantes").

Luego de pasar junto al Museo etnográfico de “Curro el Herrero” (vecino ilustre) y la Ermita de Santiago (de fines del siglo XIV o inicios del XV, de estilo mudéjar, inicialmente con tres naves, una derribada en el siglo XVI), llegamos junto al Castillo, tradicionalmente considerado de origen musulmán, pero de tipología cristiana. Se construyó sobre una meseta rocosa de las estribaciones de la Sierra León, a mediados del siglo XIV, tras el Repartimiento de Sevilla, formando parte de la Banda Gallega (junto con los castillos de Constantina, Almenara, Constantina, Alanís, Guadalcanal…) que protegía a la población del alfoz (“tierra”) de la frontera norte del reino de Sevilla, no sólo de bandidos, sino de los portugueses (en expansión con Sancho II a expensas de los musulmanes) y de los santiagueños (la Orden tenía posesiones al norte de la frontera). De estilo gótico-mudéjar, se conservan tres lienzos de la muralla y las dos torres del lado sur (de las cuatro que cerraban el recinto). A su alrededor se agruparía el primitivo núcleo cristiano medieval; siglos después, entre el XVIII y el XIX, las viviendas aprovecharon sus muros como cantera, aunque afortunadamente hoy parte de los mismos van quedando de nuevo exentos en las restauraciones llevadas a cabo en los últimos años.
Su exterior se ve bellamente adornado por flores en macetas de muy diversa factura, con un encantador rincón conocido como la Esquina del Beso. Desde aquí, salimos del casco urbano por la calle Arquillo, tomando la Colada del Campillo, por donde nos vamos adentrando en una bonita dehesa dedicada a la cría de ganado, con un monte mediterráneo que muestra sus mejores galas en esta primavera temprana. Un cómodo camino nos lleva a a la antigua carretera a Lora del Río, o del Sanguino, por donde continuamos casi kilómetro y medio hasta el Camino de las Palomas, que sube a nuestra derecha. Tras la subida inicial daremos vistas al pantano de José Torán, construido entre 1983 y 1991 como parte del Plan Bembézar, antes de afrontar el ascenso final al vértice geodésico Vera, donde el Mirador de las Palomas nos brinda estupendas vistas de 360º (del embalse y la Sierra Norte, del Valle del Guadalquivir, con pueblos como Constantina, Carmona, Lora del Río....)

Toca bajar hacia el embalse, desandando unos 500 metros para tomar a la izquierda el sendero de la Vera-Castril, una preciosa vereda que en kilómetro y medio
nos baja hasta la carretera SE-6102. Tras cruzarla con la precaución debida, seguimos por la margen izquierda del pantano, por la Vía verde de Los Almendros. Es un camino con grandes encinas, alcornoques, quejigos, algún majuelo, que nos proporciona abundante sombra al inicio de su recorrido. Pasamos junto a un área recreativa y más adelante llegamos junto a la Venta “Las Palomas”, al otro lado de la carretera. También pasamos por varias fuentes, como la del Tejero y, ya en la cola del embalse, en la ribera del arroyo del Toril, la del Cañuelo, la más importante de La Puebla por su posible origen romano (construida con hiladas de grandes sillares y con presencia de depósitos romanos en las proximidades). De hecho, de época romana se han hallado en el término municipal restos de importantes villae (destacando la del Cañuelo o la del Tejero) y asentamientos romanos en torno a explotaciones mineras.

Tras la confluencia de la SE-157 con la SE-6102, hay que continuar por el arcén de esta última durante casi 2 kilómetros hasta entrar en La Puebla por la calle Barrero, que nos lleva directamente a la plaza de la Constitución, desde la que, por la bonita calle de Raimundo Martínez (donde se encuentra Villa Emilia, la Casa Bonita), llegamos frente a la Iglesia Parroquial de Santa María de las Huertas, de finales del siglo XV o principios del XVI (aunque reconstruida en el XVIII, tras el terremoto de Lisboa); su interior alberga tallas datadas entre los siglos XVI-XVIII, como la imagen de la patrona Santa María de las Huertas (del siglo XVI), muy venerada por los cucharros. Vecino al templo residía el primer vizconde de La Puebla (cuando pasó a ser señorío), Luis Ximénez de Góngora, consejero de Felipe IV.

Aquí finalizamos la ruta, fácil técnicamente pero que por su longitud califico de moderada en cuanto a dificultad. Sólo nos resta deleitarnos con la rica gastronomía puebleña.