La Serrota

Por fin, La Serrota. La montaña más emblemática de todo el centro y norte de Ávila, punto de referencia que se puede ver desde casi cualquier lugar de los montes y campos de la Sierra y la Moraña. La Sierra Esmaltada, como la llamaban los pastores poetas lugareños, en referencia a su aspecto, siempre nevada, hasta en verano (desde hace algunos años ya no), reflejando el sol de un cielo azul y limpio como es el abulense que le daba un esmalte blanco brillante. Y es que en Ávila no sólo existe Gredos.

Su nombre se lo dieron los numerosos bascones-navarros que repoblaron estas tierras tras la devastación y desolación de la llamada Reconquista (lucha de poder y dominio por las clases poderosas mientras el pueblo sufría sin importarle el color de la camiseta que llevase quien abusaba de él y lo exprimía; cambia espadas por leyes absurdas y soldados y señores de la guerra por políticos y ejecutivos de multinacionales y la comparación es escalofriante), y significa Sierra de los Molinos, por los numerosos molinos de agua que recorrían el cauce del Río Tejo y sus arroyos, antaño bastante más caudalosos que ahora. Gente recia y dura que recorría estas montañas escarpadas y nevadas cargados con aperos, grano y harina (pobres burros, también), refugiándose del tremendo frío, viento y nieve en oquedades de las formaciones graníticas, como hacen aún los pastores.

Hoy en día, el paisaje está bastante marcado por el numeroso ganado que de abril a noviembre campa y come a sus anchas por la zona, arrasando con las plantas y brotes que consiguen resistir a las inclemencias del tiempo y creando trochas y caminos que en laberintos de piornales a veces tanto agradecemos los senderistas.

La ruta comienza en Pradosegar, en su Barrio de Arriba, en un camino que lleva a una solitaria placa explicativa del entorno y que recomienda un pequeño recorrido circular de 5 Km. para visitar Cerro Pajarote, una importante formación rocosa que se puede subir sin problemas. Nosotros hoy la haremos "ligeramente" más larga. El día de sol espléndido y caluroso de un primero de noviembre, quizás el último día así del año en este insólito otoño, y que sea un sábado festivo, nos puso la oportunidad perfecta para poder hacer esta ruta que llevaba años a la espera.

Subimos el cauce del arroyo, siempre con hitos ocasionales que nos sirven de ayuda, entre tomillo, escaramujo, enebros, brezo, lavanda, algunas zarzas (y algún níscalo), mucha roca y campos verdes con mucha humedad. Paisajes tremendos, el Cerro Pajarote como protagonista, refugios de pastores,... y comienzan los piornales y cervunales. Parecen infranqueables, pero siguiendo los hitos el camino está marcado y despejado y se puede caminar bien, hasta que llega un punto en que el camino indica en giro a la izquierda para buscar Cerro Pajarote, y es cuando nos desviamos a la derecha para ir directos en campo a través hacia Peña Pajarita, que es nuestro primer objetivo del día.

Al principio de hacer esto, la pendiente es muy dura, y se camina entre piornos y arbustos rastreros, algo incómodo pero nunca llegan por encima de las rodillas, nada que ver con algún infierno de zarzales, jaras y arbustos gigantes en los que me he visto otras veces y te llevan a desesperar. Aquí hay trochas marcadas si te fijas y caminillos difuminados por los que se puede caminar. Primera parte dura del recorrido, y ya sólo continuamos dos de los cinco que empezamos, hasta llegar a una pradera resguardada y extensa desde la que ya se ve la cima de la Serrota y que prepara para el segundo tramo de subida, ya en línea recta hacia Peña Pajarita, con menos arbusto, más roca y más cómoda de subir, pero también dura.

Al llegar a la Peña, ya bien por encima de los dos mil metros, ves que ha merecido la pena el esfuerzo. Se alcanza sin problemas el alto de las rocas y aquí las vistas en 360º son impresionantes: Gredos, sierras y valles, el Zapatero y sus riscos, el cordal hacia la Serrota,... y el viento frío que anuncia el final del buen tiempo. Una de las cimas más bonitas en las que he estado.

Desde ahí, el camino a la Serrota ya es directo y marcado en una trocha utilizada por ganado, senderistas y ciclistas. Pasando por Peña Belesar, siempre por encima de los dos mil, y una última subidilla, dura pero corta, hasta alcanzar el estupendo montículo levantado para albergar el vértice geodésico, fácil de subir para la foto procedente. Las vistas desde aquí, de nuevo, hay que verlas en persona porque describirlas o incluso hacer fotos nunca las harán justicia. Un resguardo para comer pero yo, ya que estoy aquí, me acerco a visitar Cerro Calamocho y Cerro del Santo, y así hago los tres picos más altos de la Sierra (creo que han sido como cinco dosmiles de una tacada), tres kilómetros y algo ir y volver, en algún tramo por piornal (iba en pantalón corto y acabé con rasguños en las pantorrillas; si eres delicado, procura ir con pantalones largos y ya está), buenas vistas desde los dos cerros. La vuelta desde el Santo, viendo la cara sur de la Serrota y sus paisajes de glaciares, se hizo dura, no me había dado cuenta de lo que había bajado y ahora tenía que volver a subir, además con nubes amenazantes, viento frío y un rato de lluvia.

Algo de comer, visita al pico anejo de la Serrota (supongo que la Serrota está formada por dos elevaciones gemelas) y bajada empinada y por piornales, con atención para seguir los hitos o buscar las trochas del ganado para no seguir castigando la piel de las piernas, buscando Cerro Pajarote, ya algo por debajo de los dos mil, desde donde coger el camino indicado en la placa explicativa del principio.

No subimos a Cerro Pajarote porque ya se está haciendo de noche, y quedaba un último tramo de bajada empinada y no muy cómoda de andar con la sola luz del frontal buscando los hitos, hasta llegar al camino cómodo que en tranquilas eses llega hasta el pueblo. Ahora, de tapas a Ávila para celebrarlo (aquí sí que no se rajó nadie).

Fantástica ruta, a la que tenía tantas ganas. Se puede acortar subiendo directamente a la Serrota (pero Peña Pajarita merece mucho la pena) y sin ir a los dos otros cerros (pero ya que estás...). En las ocho horas que estuvimos por ahí, vimos solamente a unas pocas personas al principio del camino paseando y a dos ciclistas en la cima de la Serrota. Ni un alma más, en una soledad exquisita y un silencio de calidad como en ningún otro sitio. Ninguna complicación, ningún peligro, unos paisajes y unas vistas sensacionales,... puedes ir campo a través sin problema por cualquier sitio sin riesgo de meterte en berenjenales... lo único algo incómodo, los piornales, pero yendo atento, se pasan bien. Imprescindible para cualquier persona que le guste la montaña (y esté habituada a caminar y al esfuerzo), y más siendo de Ávila, Madrid o alrededores. Una delicia y una satisfacción...