Mahoya, río Chícamo, Ermita de Sahués y Olivar de Abanilla (Abanilla)
near Mahoya, Murcia (España)
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Trail photos
Itinerary description
Aunque no es, ni mucho menos, la primera vez que vengo a caminar a las tierras del Chícamo, siempre es un gusto volver y descubrir algún rincón pendiente. Así que he seguido al pie de la letra esta ruta de José Ramón Poveda Ávila: https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/olivar-milenario-de-abanilla-y-rio-chicamo-119814167
La ruta es un gracioso paseo entre muchos olivos, muchas palmeras, granados, higueras, huertas, canales de agua y un montón de pequeñas cosas más.
Partimos desde la Ermita de la Cruz de Mahoya, en la que hay gran devoción popular y que asegura guardar un lignum crucis (parte de la cruz de Cristo).
Mirando a la ermita nos vamos a la izquierda por la calle Madriles y enseguida giramos a la derecha para incorporarnos al cauce del río Chícamo. Nos adentramos así en eso que se ha dado en llamar la Palestina murciana.
La verdad es que, en un día luminoso, las vistas son una verdadera preciosidad. Los montículos de arcilla, el enorme lecho del río, que apenas lleva un hilo de agua, y las palmeras recortadas contra el fondo del cielo azul hacen un conjunto visual inmejorable.
Pero no tardamos en salir del Chícamo para subir a la derecha y llegar a un olivar con algunos ejemplares que son monumentos en sí mismos. En todo caso, éste no es el Olivar de Abanilla al que llegaremos después, y que está al otro lado de Mahoya.
Aquí iremos por caminos sin tráfico y nos podremos asomar a un mirador natural sobre el río poco antes de llegar a la Ermita de Sahués (preciosa palabra de origen árabe y que significa ribera). Esta ermita, construida en 1949 está dedicada a San Pascual Baylón, de quien se dice que pastoreó en su infancia por estos territorios. A pesar de la ausencia de ornamentación exterior, salvo la hornacina trasera, la ermita es un edificio interesante que día de hoy está tristemente abandonado y en creciente deterioro.
Camineando entre granados, limoneros y más olivos ponemos rumbo a Mahoya. Cruzaremos de nuevo el río y regresamos así a la Ermita de la Cruz de Mahoya, pero no para finalizar la ruta, sino para cruzar por el paso de peatones hacia el barrio de La Huerta.
A unos pocos cientos de metros bajamos a la izquierda siguiendo una oportuna marca del PR-MU 74. Desembocamos en una carretera junto al río, pero en la curva que hace a la izquierda para cruzarlo por un viejo puente, nosotros la abandonaremos siguiendo de frente.
Buscamos el Olivar de Abanilla, y como el tramo anterior, circulamos tranquilamente por caminos que apenas son transitados por vehículos.
Unas señales azules y verdes con la silueta de un olivo y una flecha nos serán de utilidad en este laberinto de caminos, además de ir pendientes del track.
Nos aproximamos a las Casas del Pardo pero apenas las tocamos para desviarnos a la izquierda y sumergirnos entre olivos y más palmeras.
Las fotos del olivar no les hacen justicia. Aquí sí que vamos a encontrar auténticas obras maestras de la naturaleza, con troncos de formas imposibles entre los que un millón de liebres corretean frenéticas.
Será un rato de caminata muy bonito de hacer, y el regreso lo haremos por otros caminos solitarios, también acompañados de olivos, palmeras y, a veces, el discurrir del agua por los canales de riego.
Al final, doce kilómetros en llano para echar una mañana o una tarde estupenda.
La ruta es un gracioso paseo entre muchos olivos, muchas palmeras, granados, higueras, huertas, canales de agua y un montón de pequeñas cosas más.
Partimos desde la Ermita de la Cruz de Mahoya, en la que hay gran devoción popular y que asegura guardar un lignum crucis (parte de la cruz de Cristo).
Mirando a la ermita nos vamos a la izquierda por la calle Madriles y enseguida giramos a la derecha para incorporarnos al cauce del río Chícamo. Nos adentramos así en eso que se ha dado en llamar la Palestina murciana.
La verdad es que, en un día luminoso, las vistas son una verdadera preciosidad. Los montículos de arcilla, el enorme lecho del río, que apenas lleva un hilo de agua, y las palmeras recortadas contra el fondo del cielo azul hacen un conjunto visual inmejorable.
Pero no tardamos en salir del Chícamo para subir a la derecha y llegar a un olivar con algunos ejemplares que son monumentos en sí mismos. En todo caso, éste no es el Olivar de Abanilla al que llegaremos después, y que está al otro lado de Mahoya.
Aquí iremos por caminos sin tráfico y nos podremos asomar a un mirador natural sobre el río poco antes de llegar a la Ermita de Sahués (preciosa palabra de origen árabe y que significa ribera). Esta ermita, construida en 1949 está dedicada a San Pascual Baylón, de quien se dice que pastoreó en su infancia por estos territorios. A pesar de la ausencia de ornamentación exterior, salvo la hornacina trasera, la ermita es un edificio interesante que día de hoy está tristemente abandonado y en creciente deterioro.
Camineando entre granados, limoneros y más olivos ponemos rumbo a Mahoya. Cruzaremos de nuevo el río y regresamos así a la Ermita de la Cruz de Mahoya, pero no para finalizar la ruta, sino para cruzar por el paso de peatones hacia el barrio de La Huerta.
A unos pocos cientos de metros bajamos a la izquierda siguiendo una oportuna marca del PR-MU 74. Desembocamos en una carretera junto al río, pero en la curva que hace a la izquierda para cruzarlo por un viejo puente, nosotros la abandonaremos siguiendo de frente.
Buscamos el Olivar de Abanilla, y como el tramo anterior, circulamos tranquilamente por caminos que apenas son transitados por vehículos.
Unas señales azules y verdes con la silueta de un olivo y una flecha nos serán de utilidad en este laberinto de caminos, además de ir pendientes del track.
Nos aproximamos a las Casas del Pardo pero apenas las tocamos para desviarnos a la izquierda y sumergirnos entre olivos y más palmeras.
Las fotos del olivar no les hacen justicia. Aquí sí que vamos a encontrar auténticas obras maestras de la naturaleza, con troncos de formas imposibles entre los que un millón de liebres corretean frenéticas.
Será un rato de caminata muy bonito de hacer, y el regreso lo haremos por otros caminos solitarios, también acompañados de olivos, palmeras y, a veces, el discurrir del agua por los canales de riego.
Al final, doce kilómetros en llano para echar una mañana o una tarde estupenda.
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