O Monte do Pindo, la Montaña Sagrada de los Celtas. Ruta A Moa; ida por Fieiro, vuelta por Peñafiel.

Desde mucho antes de comenzar a hacer senderismo ya tenía ganas de visitar el Monte do Pindo; Galicia es una tierra de mitos y leyendas, un pequeño mundo de tradiciones y supersticiones y en pocos lugares de su geografía están tan presentes todos estos elementos como en el Pindo. Y además se trata de un sitio de belleza incomparable, un macizo de granito que se eleva en la cumbre de la Muela hasta los 627 metros de altura a muy poca distancia del mar, y desde la que se vislumbran en todo su esplendor dos de los muchos lugares fascinantes de la geografía gallega: la playa de Carnota, la más extensa de la costa galaica, y el cabo Fisterra con su faro del fin del mundo. Y también presenta en una de sus laderas, uno de los paisajes que más fama ha ganado en los últimos años en la zona: la Fervenza do Ézaro, donde el río Xallas cae al mar desde 40 metros de altura.

Bajo la forma de una masa granítica, llena de misterio, alberga infinidad de leyendas que nos hablan de tesoros, reinas, búhos y hasta brujas. Cuentan también que en el Monte Pindo rendían culto al sol los celtas gallegos, haciendo de él su Olimpo, y son numerosas las referencias que de él se hacen en la literatura gallega, y que contribuyeron a asentar su carácter mítico. La tradición popular sostiene que en el Monte Pindo descansan los restos de la Reina Lupa junto con un tesoro de incalculable valor buscado en numerosas ocasiones. La cueva de Xoana está vinculada con mouras, brujas y aquelarres. Al agua de las pías de A Moa se le atribuyen propiedades mágicas al estar bendecida por los dioses. Y la que más me gusta, cuenta la leyenda que estas piedras son en realidad espíritus de los druidas y héroes celtas que adoptaron estas formas para permanecer toda la eternidad en este mágico lugar mirando al fin de la Tierra. También dicen que al colocarte frente a la piedra vertical más grande de todas, denominada El Druida, podrás hacer una pregunta y la respuesta aparecerá en tu mente. Así mismo, fue un triste lugar de huida, donde muchos fugitivos republicanos (llamados foucellas) buscaron cobijo durante los difíciles años de la Guerra Civil.

El Monte Pindo es el lugar de Galicia donde más formaciones antropomorfas y zoomorfas se pueden contemplar, la erosión convirtió este macizo en un llamativo conjunto de extrañas figuras que la imaginación popular atribuyó a fuerzas sobrenaturales. Basta con echar una atenta mirada a nuestro alrededor para sorprendernos observando rocas que de repente se convierten en gigantes, guerreros, tortugas, águilas y tantos otros seres como nuestra imaginación se le antoje. Otra singularidad la constituye otro de sus emblemas, el roble enano que tiene aquí su único hábitat en Galicia y está aislado más de 300 kilómetros de la población más próxima. Se trata de un pequeño arbusto que raramente supera el metro y medio de altura, con tendencia a crecer horizontalmente.

Este es el particular entorno por el que discurrirá la ruta de hoy. Comienzo la caminata en el área recreativa de Fieiro y pronto me encuentro subiendo por un cordal que permite unas impresionantes vistas de los distintos "petones" que componen el macizo del Pindo y al colorido barranco que forma el Rego de Sancheferro. El ascenso se realiza por un sendero bien marcado que a veces se convierte en torrentera y que en estos momentos presenta muchas zonas de charcos y barrizal, pero que se puede manejar sin problemas. Pronto paso por un primer collado y encuentro un mirador que ofrece una visión parcial de la Playa de Carnota. Se continúa ascendiendo entre distintos petones y se entra en una zona de espesa vegetación tras la que se encuentra el cartel indicador de subida a La Muela (A Moa) y de la continuación de la ruta hacía Pindo (pueblo) o Peñafiel.

Desde ahí la subida es sencilla y pronto llego al vértice geodésico situado a 627 m. sobre el nivel del mar. Lo primero que me llama la atención son las espectaculares vistas, hacia el norte la Ría de Corcubión con los pueblos de Cee y Corcubión; hacia el sur la perfecta media luna que forma la Playa de Carnota y el esbozo en la lejanía de la Ría de Muros y el Cabo Corrubedo. En el este se encuentran las suaves ondulaciones de Mazaricos y Dumbría y hacía el oeste el Cabo Finisterre, tras el que se extiende un mar infinito. Después de llenar la vista me doy cuenta que estoy en una cima alomada, casi plana, en la que hay más de 200 pías, especie de bañeras naturales que son fruto de la descomposición química del granito.

La primera parte del descenso es bastante similar al ascenso anterior, hasta que llego al desvío para Pindo (es la ruta más habitual y comienza en el mismo pueblo) o para Peñafiel. Yo voy a bajar por Peñafiel, pero antes me voy a internar medio kilómetro en el Chan de Lourenzo para ver O Xigante da Mina (al lado hubo una explotación de wolframio de la que quedan algunos restos), una de las figuras más representativas del Pindo y un poco más allá un mirador natural con una vista completa de la Playa de Carnota y al Outeiro Narís. Después vuelvo sobre mis pasos y retomo el camino hacia Peñafiel.

Aquí la ruta se complica, ya que es una zona con poco tránsito y con espesa vegetación, que hace que la marcha sea lenta; no obstante, las vistas siguen siendo muy interesantes y mantengo una progresión a buen ritmo. Llego al comienzo del barranco que forma el Rego Caldeiras, donde la pendiente se acentúa y la panorámica cambia radicalmente hacia un torbellino de colorido y vegetación de increíble belleza. Alcanzo la bifurcación hacia el Petón dos Cabozos, donde se sitúa la Cova de Xoana y ahí tengo un dilema, había quedado a las 15:30 a comer en Camariñas y la ruta la había comenzado tarde (son dos horas y media de coche desde Viveiro y después será otra hora desde Fieiro hasta Camariñas), además había leído que el camino hasta la cueva está muy descuidado; es menos de un kilómetro entre ida y vuelta pero calculaba que me iba a retrasar cerca de una hora, así que finalmente decidí renunciar a la cueva y seguir adelante.

Aquí comienza la parte menos grata de la ruta ya que, desde este punto al inicio del ascenso al Peñafiel, el sendero está cerrado de vegetación y en muchos lugares se pierde el camino, lo que convierte este tramo en una lucha constante por abrirte paso. Si a todo ello le unimos un sol que caía a plomo, he de confesar que este tramo de kilómetro y medio me resultó muy cansino y además, para remate, encontré un par de garrapatas en las mangas de la camiseta. Asciendo al collado del Peñafiel al que no le di la vuelta, con lo que quedé sin ver la panorámica del Río Xallas (¡imperdonable!) y ya con el tiempo muy justo, hice a toda velocidad el kilómetro y medio que me restaba para finalizar la ruta.