P.N. Sierra de Las Nieves: Ruta en Jorox y paseo por Alozaina.

Me gusta ver el despertar de las calles y plazas, las primeras luces y sombras y la quietud de la mañana en los pueblos. La mirada que habla y se pregunta ¿quién será este y qué hace aquí a estas horas? Yo siempre respondo, primero con los ojos, con una discreta mirada y luego con la boca con un “buenos días” más exclamativo, alegre, vivo. Siempre funciona.
Llego pronto a Alozaina, en esta ocasión sólo conmigo, mis circunstancias las dejo en casa, para que no me distraigan; estar a solas con la naturaleza es buen plan, voy a vivirlo-sentirlo y para ello voy a ser paciente con este servidor y le voy a permitir cuantas “chalauras” quiera.
Las almas que habitan esta villa tienen un gentilicio curioso que no deriva del nombre de su pueblo, son llamados “Pecheros”.
El pecho, la pecha o los pechos eran un antiguo tributo que se pagaba al rey o señor territorial por los bienes o hacienda y a los que lo pagaban se les llamaban “pecheros”. Hacienda somos casi todos desde tiempo ha.
Entro en el pueblo por el Arco, construido a mitad del siglo XX para conmemorar el pasado árabe de la villa, y a partir de aquí me dejo llevar por sus calles, sin rumbo, sin prisas, con el deseo de ir disfrutando de sus rincones y en lugar del Google Map hago uso de un recurso que no tengo instalado en el móvil y que se conoce como “habla con el paisano”.
Me aconsejan visitar la Iglesia de Santa Ana; el Parque Mirador de María Sagredo, la heroína que logró repeler el ataque de los moriscos arrojándoles colmenas de abejas; el antiguo lavadero y “piérdete por las calles que te van a gustar” y descubro el ingenio de los Pecheros a la hora de decorar sus fachadas con flores en los tiestos más insólitos.
Luego encamino mis pasos a Jorox, en busca de la Cascada pensando que tendría agua por las últimas lluvias, pero no fue así. Me consuelo con aquello que nos enseñó el poeta griego Cavafis en Ítaca: “lo importante no es el destino sino el camino”.
Jorox se encuentra a seis kilómetros, en el camino de Alozaina a Yunquera. Cuenta el historiador Antonio Ordoñez en un trabajo sobre el sistema de riego y los orígenes andalusíes de este valle, que el trabajo de campo fue esencial por la escasez de documentación. Unos lugareños le hablaron de un “pueblo de moros” y manos a la obra estudiaron los restos de cerámicas y a falta de un trabajo que profundice en estos orígenes, sí sabemos que fue repoblado con cristianos viejos, posiblemente dueños de estas tierras, pero que trabajaron los moriscos en régimen de aparcería, o como asalariados. Práctica habitual en la época porque estos tenían más conocimientos sobre la agricultura de riego que los cristianos viejos, cuyas prácticas agrícolas estaban más relacionadas con el secano.
Hasta siete molinos harineros se han inventariado, en los que la molienda se realizaba de noche y durante el día el agua se utilizaba para el riego, a través de una red de acequias con nombres tan sugerentes como Acequia de Los Molinos, la de La Nana o la del Moro.
A veces no necesito evidencias para creerme hechos históricos, ya hemos aprendido que la historia depende de cómo nos la cuenten y con qué intenciones. En ocasiones leo con los poros más que con la vista y heme aquí en una alquería andalusí, imaginando a cristianos viejos y moriscos viviendo en armonía, trabajando, respetando y agradeciendo a la tierra y al agua su generosidad, y creando con sus manos un valle verde, de muchos verdes…para no perder la esperanza de seguir conviviendo, en PAZ.

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