P. Nat. Sierra de Grazalema: La Garganta Verde (SL-A 118).

Hoy nos acercamos al Parque Natural de la Sierra de Grazalema para hacer una caminata que requiere que solicitemos la correspondiente autorización, por encontrarse dentro del Área de Reserva del Pinsapar; para gestionar los permisos hay que ponerse en contacto con el Centro de Visitantes de El Bosque en el teléfono 956709733.

La Garganta Verde es un profundo y estrecho cañón de paredes verticales labrado por el arroyo Bocaleones o Pinar en la roca caliza de las estribaciones de la Sierra de Zafalgar; esos riscos son el hábitat de una de las colonias de buitre leonado más importantes de Europa, compuesta por unas 300 parejas, que en esta época se encuentran en plena faena de cría. Se trata de una ruta corta, ya que la distancia disponible para la práctica del senderismo es inferior a 3 kilómetros, tras los que se entra en una zona sólo apta para el barranquismo, completando el recorrido total de 7 kilómetros. Así mismo requiere ciertas capacidades físicas, pues en un kilómetro habremos de superar un desnivel de 300 metros.

Accedemos al sendero por la cancela de acceso a una zona de espeso matorral que recorreremos durante unos quinientos metros, hasta encontrar un desvío que nos aparta del camino para conducirnos al Mirador del Arroyo Bocaleones, desde el que contemplamos los impresionantes tajos que dibujan la sinuosa silueta de la Garganta Verde, totalmente cubierta de vegetación, y reparamos en la belleza del Barranco del Arroyo de los Volcanes, con su abigarrada flora que nos nuestra la paleta completa del verde. De vuelta al sendero, seguimos durante un kilómetro entre lentiscos, adelfas, retamas, matagallos, palmitos, laureles y otros representantes del típico matorral mediterráneo, hasta llegar a una elevación donde se nos conmina a guardar silencio, ya que entramos en una zona de nidificación del buitre.

En este punto comienza el espectáculo, ya que desde este momento hasta casi alcanzar el lecho del río, pudimos presenciar el majestuoso vuelo de decenas de buitres que pasaban planeando muy cerca de nuestras cabezas, cuando no nos dejaban aturdidos con el profundo zumbido del batir de sus alas. Fueron momentos absolutamente mágicos que resultan imposibles de reproducir en un texto. El buitre centra nuestra atención, pero en todo momento nos veremos envueltos en el incesante canto de las miles de aves que pueblan el cañón, entre los que destacan los penetrantes gritos de aves rapaces que también nos deleitan con su vuelo acrobático.

El descenso es pronunciado y tiene cierto riesgo, ya que se realiza por esas laderas verticales a través de zigzags que están apoyados por escalones labrados en piedra, con algún añadido metálico y pasamanos en las zonas más comprometidas. Estos escalones son muy altos y en la subida exigirán bastante trabajo a nuestros cuádriceps. Desde luego no me plantearía emprender esta ruta con el suelo mojado, puesto que se trata de piedra sumamente resbaladiza. Tras infinidad de paradas para disfrutar del entorno se llega al lecho del Bocaleones en una zona de exuberante vegetación, compuesta por higueras, adelfas y laureles, que de vuelta nos servirá de lugar de asueto antes de emprender el ascenso.

El sendero acaba en este punto y toca destrepar un apilamiento de grandes rocas para acceder al cauce del río, por el que caminaremos unos cientos de metros mirando hacia arriba para abarcar la magnitud de la garganta y distinguir las mil tonalidades con las que nos regalan esas paredes verticales, que por momentos se estrechan hasta parecer que se superponen la una sobre la otra. La vegetación es profusa, los cantos de los pájaros incesantes y todo ello llega a saturar los sentidos, hasta el punto que hay que detener el paso para reorientarse y poder seguir la marcha. Y entonces llegamos a la Cueva de la Ermita, una gigantesca oquedad que recuerda a una catedral, con un techo multicolor del que cuelgan algunas estalactitas y un suelo adornado por gruesas estalagmitas. Este lugar primero te empequeñece con su tamaño y después te sobrecoge con su silencio, logrando que el tiempo se detenga o al menos devenga en ese momento transcendente que todos anhelamos en nuestro contacto personal con la naturaleza.

Es difícil transmitir en un texto y en unas imágenes el cúmulo de emociones que provoca una ruta como esta, que se encuentra sin duda entre las mejores que yo haya hecho. No existe otra alternativa que bajar ahí y sentirlo. Tengo que agradecer a mis dos compañeros Galo y Alfonso que me hayan dejado muchas fotografías para cubrir los instantes en que me quedaba embobado o en las que han captado mucho mejor que yo el momento adecuado.