Picamoixons-Puigcabrer 100 Cims-Turó de Mas de Grínjol
near Picamoíxons, Catalunya (España)
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Trail photos
Itinerary description
La ruta está calificada como fácil, porque aunque hay algún punto donde hay que usar manos y pies para superar un pequeño desnivel, y cortos tramos donde hay que ir con cuidado para evitar resbalones, considero que no debe representar un problema para los senderistas.
Un tímido sol que comienza a calentar, nos recibe al llegar a Picamoixons, privilegiada localidad, a mi modo de ver, porque a pesar de estar rodeada de modernas infraestructuras, via férrea, Ave, C-14 y A-27, el frenesí que les da vida, no llega hasta aquí con su ruidoso clamor. Por el contrario, las moles pétreas que la circundan, proporcionan la sensación de recogimiento y sosiego deseada, sólo perturbada por el paso de algún esporádico vehículo, circulando por la carretera que hace las veces de calle Major, a lo largo de la cual han crecido los edificios. Elegimos el solar que se usa de aparcamiento, ubicado a la entrada del pueblo, para evitar sorpresas en sus estrechas calles y no tener que dar vueltas buscando un hueco salvador. Una pareja paseando a su perro, nos acoge con un saludo, que refleja al igual que sus caras, su reciente despertar, sus brazos y hombros recogidos protegiéndose del frio. Devolvemos el saludo con energía como curtidos senderistas, aunque semejante determinación es más producto de la cafeína que de la valentía ante los elementos. Las calles desiertas y calladas nos acompañan hasta el paso bajo las vías, donde el campo nos rodea. Almendros ya en flor, con tonos níveos y rosados, nos hacen rememorar experiencias agradables en el Valle del Jerte, aunque allí predominan los afamados cerezos. El protagonista de las fotos, son ahora los despuntantes rayos solares apareciendo por encima de las cumbres de los montes circundantes. Dejamos el cemento y enfilamos a la izquierda por sendero de tierra, a tramos pedregoso, siempre empinado, flanqueados por verde vegetación que permite ver las elevadas cumbres al frente y a la izquierda,los pueblos del lejano valle y las cadenas montañosas a la derecha. Nos da tregua al llegar a la Carretera dels Moros, pista terrosa salpicada de guijarros a pesar del nombre, donde después de detenernos a fotografiar desde su base el Turó de Mas de Grínjol, iniciamos la bajada hasta el Coll de la Sivina. Un estrecho sendero a la diestra se eleva hasta la cumbre. Nuestros ojos atesoran las hermosas estampas que hemos ido contemplando, y a pesar de dedicar nuestras fuerzas a superar este repecho, seguimos impresionando nuestras retinas con los nuevos gráficos tesoros que nos regalan las caprichosas formas de las rocas que nos rodean. La llegada nos depara un inesperado contraluz de la Torre D'En Petrol, recortandose en lo alto con el azulado cielo a su espalda. Una vez inspeccionados los restos del pasado esplendor de la torre de vigilancia y satisfecha la curiosidad sobre que alberga en su interior, volvemos nuestra atención hacia el Puigcabrer, incluido en la lista de 100 cims. Enseguida tenemos éxito, no en vano nuestros predecesores han puesto una humilde piedra en el montículo más alto que hay a la sombra de la torre, y decidimos que marca la cima y que es el punto exacto donde posar con la bota encima de ella. Pasada la euforia y sin prisas, buscamos el sendero de bajada, deteniendo de nuevo nuestra mirada en las cumbres y hermosos enclaves, hasta donde nos alcanza la vista. Reparamos ahora a nuestros pies, en el viaducto y la autovía de La Riba, que crean un curioso contraste entre la obra civil y la de la naturaleza. El descenso requiere toda nuestra atención por resbaladizo, mejor con un bastón de apoyo, aunque no llega a ser peligroso. En este punto nos detenemos para mirar de nuevo a la curiosa formación rocosa que tenemos enfrente un poco más abajo. Desde aquí se insinúa como un dragón soñoliento, retozando al sol después de su última comida, la cabeza y la cola, claramente visible por sus escamas dorsales, apuntando ambas hacia nosotros, como esperando a que de nuevo la magia reine en el mundo y él pueda cobrar vida. La pendiente pronto se suaviza, permitiendo fugaces vistazos en nuestro derredor, para que la belleza que llevamos atesorada no se extinga. Pisamos de nuevo cemento y llega el momento de relajarnos para departir sobre lo vivido hoy. A la altura de la Font del Poetó, sin agua, caemos en la cuenta de que estamos en el "paseo del colesterol", como llamamos coloquialmente a la ruta que siguen los habitantes de las poblaciones, para charlar, hacer ejercicio, tomar el aire y socializar. Un hombre de mediana edad con rictus de dolor, fuerte determinación y aferrado a una muleta nos saluda al pasar, nos deja una lección de cortesía y humildad a la vez, puesto que el pueblo aún está a cierta distancia, y él no teme aventurarse sólo, sin miedo al esfuerzo que le supone, para una pronta recuperación, intuimos. De improviso, descubrimos varias casetas a ambos lados del camino, medio abandonadas, sin puertas ni ventanas y cubiertas de suciedad. Las examinamos al pasar sin ser capaces de adivinar su origen o su uso, puesto que vemos en su interior los restos de una chimenea, un horno, y lo que se antojan mostradores. Ni parecen la caseta de un peón caminero, ni refugios ni barbacoas. Más adelante nos cruzamos con una anciana empujando con ímpetu un andador, de aquí el bautizo del "paseo del colesterol", y su acompañante esforzandose por alcanzarla, unos metros mas atrás. En un arrebato, nuestro más sociable colega, se dirige a ella y le inquiere por las casetas. La anciana con el rostro henchido de orgullo por compartir su sabiduría, aunque con nostalgia por lo perdido, le descubre que hace tiempo se recreaba un pesebre viviente en esta zona, y que en las casetas se representaba al panadero, al herrero, y se compartían alegres momentos, productos y viandas, con los lugareños y turistas. El viaje toca a su fin y visitando la parróquia, cerramos la jornada.
Un tímido sol que comienza a calentar, nos recibe al llegar a Picamoixons, privilegiada localidad, a mi modo de ver, porque a pesar de estar rodeada de modernas infraestructuras, via férrea, Ave, C-14 y A-27, el frenesí que les da vida, no llega hasta aquí con su ruidoso clamor. Por el contrario, las moles pétreas que la circundan, proporcionan la sensación de recogimiento y sosiego deseada, sólo perturbada por el paso de algún esporádico vehículo, circulando por la carretera que hace las veces de calle Major, a lo largo de la cual han crecido los edificios. Elegimos el solar que se usa de aparcamiento, ubicado a la entrada del pueblo, para evitar sorpresas en sus estrechas calles y no tener que dar vueltas buscando un hueco salvador. Una pareja paseando a su perro, nos acoge con un saludo, que refleja al igual que sus caras, su reciente despertar, sus brazos y hombros recogidos protegiéndose del frio. Devolvemos el saludo con energía como curtidos senderistas, aunque semejante determinación es más producto de la cafeína que de la valentía ante los elementos. Las calles desiertas y calladas nos acompañan hasta el paso bajo las vías, donde el campo nos rodea. Almendros ya en flor, con tonos níveos y rosados, nos hacen rememorar experiencias agradables en el Valle del Jerte, aunque allí predominan los afamados cerezos. El protagonista de las fotos, son ahora los despuntantes rayos solares apareciendo por encima de las cumbres de los montes circundantes. Dejamos el cemento y enfilamos a la izquierda por sendero de tierra, a tramos pedregoso, siempre empinado, flanqueados por verde vegetación que permite ver las elevadas cumbres al frente y a la izquierda,los pueblos del lejano valle y las cadenas montañosas a la derecha. Nos da tregua al llegar a la Carretera dels Moros, pista terrosa salpicada de guijarros a pesar del nombre, donde después de detenernos a fotografiar desde su base el Turó de Mas de Grínjol, iniciamos la bajada hasta el Coll de la Sivina. Un estrecho sendero a la diestra se eleva hasta la cumbre. Nuestros ojos atesoran las hermosas estampas que hemos ido contemplando, y a pesar de dedicar nuestras fuerzas a superar este repecho, seguimos impresionando nuestras retinas con los nuevos gráficos tesoros que nos regalan las caprichosas formas de las rocas que nos rodean. La llegada nos depara un inesperado contraluz de la Torre D'En Petrol, recortandose en lo alto con el azulado cielo a su espalda. Una vez inspeccionados los restos del pasado esplendor de la torre de vigilancia y satisfecha la curiosidad sobre que alberga en su interior, volvemos nuestra atención hacia el Puigcabrer, incluido en la lista de 100 cims. Enseguida tenemos éxito, no en vano nuestros predecesores han puesto una humilde piedra en el montículo más alto que hay a la sombra de la torre, y decidimos que marca la cima y que es el punto exacto donde posar con la bota encima de ella. Pasada la euforia y sin prisas, buscamos el sendero de bajada, deteniendo de nuevo nuestra mirada en las cumbres y hermosos enclaves, hasta donde nos alcanza la vista. Reparamos ahora a nuestros pies, en el viaducto y la autovía de La Riba, que crean un curioso contraste entre la obra civil y la de la naturaleza. El descenso requiere toda nuestra atención por resbaladizo, mejor con un bastón de apoyo, aunque no llega a ser peligroso. En este punto nos detenemos para mirar de nuevo a la curiosa formación rocosa que tenemos enfrente un poco más abajo. Desde aquí se insinúa como un dragón soñoliento, retozando al sol después de su última comida, la cabeza y la cola, claramente visible por sus escamas dorsales, apuntando ambas hacia nosotros, como esperando a que de nuevo la magia reine en el mundo y él pueda cobrar vida. La pendiente pronto se suaviza, permitiendo fugaces vistazos en nuestro derredor, para que la belleza que llevamos atesorada no se extinga. Pisamos de nuevo cemento y llega el momento de relajarnos para departir sobre lo vivido hoy. A la altura de la Font del Poetó, sin agua, caemos en la cuenta de que estamos en el "paseo del colesterol", como llamamos coloquialmente a la ruta que siguen los habitantes de las poblaciones, para charlar, hacer ejercicio, tomar el aire y socializar. Un hombre de mediana edad con rictus de dolor, fuerte determinación y aferrado a una muleta nos saluda al pasar, nos deja una lección de cortesía y humildad a la vez, puesto que el pueblo aún está a cierta distancia, y él no teme aventurarse sólo, sin miedo al esfuerzo que le supone, para una pronta recuperación, intuimos. De improviso, descubrimos varias casetas a ambos lados del camino, medio abandonadas, sin puertas ni ventanas y cubiertas de suciedad. Las examinamos al pasar sin ser capaces de adivinar su origen o su uso, puesto que vemos en su interior los restos de una chimenea, un horno, y lo que se antojan mostradores. Ni parecen la caseta de un peón caminero, ni refugios ni barbacoas. Más adelante nos cruzamos con una anciana empujando con ímpetu un andador, de aquí el bautizo del "paseo del colesterol", y su acompañante esforzandose por alcanzarla, unos metros mas atrás. En un arrebato, nuestro más sociable colega, se dirige a ella y le inquiere por las casetas. La anciana con el rostro henchido de orgullo por compartir su sabiduría, aunque con nostalgia por lo perdido, le descubre que hace tiempo se recreaba un pesebre viviente en esta zona, y que en las casetas se representaba al panadero, al herrero, y se compartían alegres momentos, productos y viandas, con los lugareños y turistas. El viaje toca a su fin y visitando la parróquia, cerramos la jornada.
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Scenery
Easy
Las pequeñas exigencias de las subidas, quedan ampliamente recompensadas por las maravillosas vistas que se disfrutan.
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Easy
Entretenida. Buen paseo. Graciaspor compartir