San Pedro de Rozados - Salamanca

San Pedro de Rozados - Salamanca.

Última etapa de Cáceres - Salamanca, 2023, tras Sevilla-Cáceres 2022.

Enlace al vídeo:
https://youtu.be/1iA2_MWej_c?si=ItOIW9-VcC7Ve_Do

La noche del día siguiente.

Me he despertado a media noche, me pasa casi siempre. A menudo desconozco la razón; pero hoy sí la sé. Me ha despertado la rememoración del ruidillo cadencioso de los pasos en el camino y el cimbreo pendular de las cinchas de las mochilas.


La experiencia ha sido..., beberse el otoño servido en copa, salir del florero y pasear por un campo sin cerrojos para pisar caminos salpicados por charcos de lluvia y fascinantes amaneceres en dehesas, bosques y praderíos. Paisajes tejidos con madejas de colores. Un colgar nieblas de las pestañas con los ojitos llenos de noviembre en las horas tempraneras. Ver desayunar a la luna. Mojarse los pies con la hierba por el relente de la noche y caminar al compás del tronido del silencio. Tratar de capturar en fotos lo que las propias retinas nunca habrán de olvidar ( por mucho que pase el tiempo). Ganas de abrazarse a los árboles y salpicarse la cara con el agua fresca de la fuentes. Comunión espiritual con el rastrojo y la zarza. Canelita en rama para los sentidos. Una forma de flotar por el sendero con el pensamiento disperso y deslumbrado por tanta belleza contenida en las cosas sencillas, las más simples. Un beso suave a una hoja de haya al trasluz. Un renovar de savias del miocardio. Un piropo a la autoestima bien tirao por cada piedra romana de la calzada. Por cada miliario romano. Noches en pueblos de cuatro casas en los que la oscuridad ameriza muy temprano y dibuja en una taberna, de cuatro sillas y ocho cervezas, lo que uno quisiera plasmar y no consigue en una servilleta de papel. Ser parte de la misma noche en diferentes literas. Escuchar por las noches el lamento de los pies, con el consuelo del soplo del mimo sanitario.

Dejarse despeinar, en el camino que tanta gente recorrió antes, por la ventolera que sabe que no somos nadie y que no nos volverá a encontrar nunca más. Ni serán las mismas las gotas del rocío que en su esfera de cristal reflejaron nuestras botas cuando el día empezaba a clarear. Como las golondrinas de Bécker. Las brisas que aprendieron nuestros nombres, esas...., no volverán.

Alcornoques y encinas que lanzaron a volar los pájaros de la noche por la sorpresa cosida con los hilos brillantes de la luz de la linterna.



Ha sido...., cambiar la brea urbana del zapato por el barro campestre bajo la suela de la bota, mientras por unos días ...., se aparca la vida en un arcén, y al olvido se le suelta la melena.

Caminar y sonreír, caminar y escuchar música, caminar y conversar, caminar y guardar silencio, caminar y no desear estar en ese instante en ningún otro sitio planetario, y sentir que mientras exploras la vida micológica del bosque...., el bosque también explora la vida que habita en ti.


Y al llegar, al separarte del Camino, sentir cómo te retumba el pecho de satisfacción, recordando los tramos duros, los momentos dulces, las anécdotas, los caminantes con quienes el azar deparó que compartiéramos algo.


Todo eso.

Casi nada.

Cultivar la Esencia, que no es otra cosa que sostener el ánimo del palpitar cada día con alegría, y paciencia..., se recorra un camino u otro, real o imaginado.


Ha sido eso.


Un vendaval de aire fresco. Un disparo de vida.

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