Sant Quirze de Besora R3-Bellmunt 100 Cims-Torelló R3

Parece que el invierno se apodera de los trenes, propiciando con la reinante oscuridad, que vayan medio vacios. Nada que ver con el bullicio y la algarabía del verano y su luminosidad. Y eso que aún son gratis. Llegados a destino nos rodea la negrura, pero nos consuela el bello reflejo de la iluminada villa en El Ter. Derrochando energía y ganas de disfrutar obviamos la espesa niebla, como puré de guisantes, e iniciamos la andadura. Tal es nuestro ímpetu, que traspasados los hilos eléctricos para contención del ganado, una enorme vaca nos mira fijamente y cede el paso al notar nuestra determinación. El sendero, empinado y de resbaladizas rocas por la humedad, obstaculiza mantener buén ritmo, y hace desfallecer, pidiendo contínuas treguas, al menos en forma. El impenetrable manto blanco y opaco, nos priva del merecido premio, ganado con sudor y esfuerzo, negando vistas y bellas fotos, y debemos conformarmos con el singular y de ocres hojas alfombrado sendero. Poco podemos relatar del paisaje, sólo mencionar las desgastadas rocas a base de hollarlas pies de incansables caminantes en pos de una quimera, y de los hermosos y caprichosos dibujos de tonos otoñales, formados por la caida hojarasca, las iniestas raices y las redondeadas piedras. Suplica otro descanso nuestro agotado compañero, y come a puñados cereales chocolateados, con el ansia del que a fondo respira tras un breve lapso sin aire. El solitario camino hasta el santuario, de pronto cobra vida. Varios grupos de senderistas, llegados a pie unos y otros en coche, corretean por todos los rincones, compartiendo experiencias y deseos. Dos señoras afirman haber visto hace una hora el Pedraforca, y otros suspiran y se confabulan para volver en condiciones mejores. Los llegados en coche, vestidos de calle y con aspecto descansado, comentan de memoria que se debería ver a nuestro alrededor. Confiando en su palabra y dando por ciertas sus explicaciones, nos aposentamos en la fuente recobrando fuerzas y compartiendo vituallas. Al partir dudamos si los senderos serán practicables debido a las insistentes lluvias, y el mas deseoso de aventuras encabeza la marcha ladera abajo, convencido de triunfar en el empeño. Con suerte y mucha precaución respetamos el track previsto. Cerca del Pedró de Montserrat, en un tramo de carretera, nos cruzamos con un avi, que nos toma el pelo preguntando si nos han gustado las vistas. El más desenvuelto le contesta con serio semblante, "Allí arriba se veia todo", haciendo una breve pausa para añadir, "aunque todo de color blanco". Encaja el avi la broma, no sin rematar, "No os preocupeis, mas abajo podreis ver el color de los árboles". Alejandose ufano de triunfar con sus chanzas. Pisamos senderos con lecho de piedra, otros tramos de carretera, a ratos rodeados de campo y bosques, hasta avistar a lo lejos Sant Pere. Casi todo es ahora urbano y atravesando Sant Vicenç, nos aposentamos en el Café de l'Estació, ubicado en Torelló. Buen recibimiento nos da el mesonero, y nos recuerda aunque han pasado tres meses. Seguimos con las bromas y le decimos que nos tiene fichados por mala gente, contestando orgulloso que aunque por aquí pasan muchos, le sonaban nuestras caras. Roto el hielo y compartidas experiencias, nos anima a participar en medias maratones y travesias corriendo, aunque hemos de confesar, que sin conseguir ni el compromiso ni un aparente entusiasmo por nuestra parte. Tras un apetitoso festín, con ronda especial de hidratación, partimos a la carrera al asalto del tren. Aposentados en el vagón, y algo amodorrados, unos mas que otros, planeamos futuras gestas antes de despedirnos.