Vozmediano-Ruta del Agua-Aldehuela de Ágreda-Hayedo

Aparcamos cerca de los dos bares del pueblo anunciados en internet ofreciendo platos combinados, en previsión de tener asegurado el refrigerio al finalizar la jornada, más vana ilusión, nos rechazaron de pleno con un "No servimos comidas" sin ni siquiera dedicarnos un fugaz vistazo. Al fondo, el comedor desierto, pero aún así, vestido con sus mejores galas. Buscabamos el hayedo y nos topamos con lo inesperado , coincidimos en algunos tramos con el Camino del Agua y el Camino Antonino. El río Queiles nace de la nada a borbotones, alimenta la piscifactoría, y sigue su curso alegrando a su paso las tierras que riega y a sus gentes. Nos despide la silueta del castillo que contemplaremos por su parte principal a la vuelta. Saltarin y refrescante, rebasamos el nacedero del rio, y pequeños hilillos de agua van desapareciendo a medida que avanzamos. Toma el relevo la pista, flanqueada por zarzas repletas de moras, y pequeños oásis de pinos y robles, que conduce a un pequeño y entrañable rincón, no por ello menos bello. Nos ofrece Aldehuela una generosa fuente de chorro cristalino y un poyo donde reponer las fuerzas. A la salida, cambiamos los árboles por floridos acebos, hermosos, vestidos con sus mejores galas, y aprendemos que sólo tiene fruto la hembra, pero necesita a su lado al macho. Maravilloso milagro que tiñe de tonos rojizos nuestra mirada y que anticipa la belleza de lo que nos espera. Entrando al hayedo, giramos a derecha e izquierda para dilatar el paseo y embriagarnos de ocres y verdes, ocres de las hojas de las hayas, verdes de piedras vestidas de musgo y troncos bañados de rocío. Ahíta la mirada y dilatada la pupila, un ténue borboteo de agua, nos incita a internarnos en el bosque, hacia el hipnótico sonido que cual canto de sirena nos llama, un arroyuelo explota de colorido y cascabeleo formando pequeños remansos y menudos saltos de agua, deteniendo el tiempo y dejando patente que la tecnología, ni le hace justicia ni puede recoger su riqueza de matices, por más que lo intentemos con todos los medios a nuestro alcance, foto va, foto viene. Recorremos la pista hasta el pueblo, lamentando no poder llevar con nosotros más que meras imágenes para el recuerdo. Nos conformamos con observar el castillo y tras echar otro vistazo al río, marchamos con la cola entre las piernas después del citado rechazo de la mesonera.