Subida al Bucentaina desde la Peña del Olivar - circular

Un paseito por el cerro Bucentaina, en Siles (Jaén), viendo algunos de los paisajes más hermosos de la Sierra de Segura.

La salida es del área recreativa "Peña del Olivar", donde hay sitio para dejar el coche al pie del camino. La duración unas cinco horas, cuatro caminando y una extasiándose con el paisaje. La recompensa por el ejercicio, confundirse con la naturaleza para gozar de ella, que es lo que nos gusta a los caminantes.

Apenas andado el primer km nos encontramos con la fuente del Noguerón, que no solo es espectatular de contemplar con su abrevadero, sino que tiene un agua de buen sabor. Un poco más adelante comienza la subida a la cima del Bucentaina, por un camino que va marcando zetas en la ladera norte del monte. Allí los pinos cobijan un bosquecito de madroños, que en esta época dan fruto: el suelo y las ramas estaban llenos de puntitos rojos de fuego, de sabor dulce y textura harinosa.

Tras dos km y medio de subida tolerable se llega a una pista, que ahora dejamos y luego retomaremos. Por el momento seguimos por el cortafuegos y subiendo. Primero, el camino está muy bien marcado, pero a unos 600 m de la cima tuerce a la derecha, para seguir por otro cortafuegos adyacente y deja a los caminantes al albur de su olfato. Da igual, los caminantes saben que la cima está hacia el sur y la alcanzan navegando entre las agujas y los restos de la madera de pino. Arriba, este día de diciembre, hay tres cabras montesas viendo el paisaje, que se van silenciosas pero dejándose ver por los claros entre las manchas de pinos. Nos hubiera gustado platicar con ellas, pero no nos dieron cuartelillo.

La cima está marcada por un filo rocoso desde el que se ve todo el valle de La Hueta. A la izquierda el calar de Navalperal, que termina en una meseta muy larga, y a la derecha Peñalta, que destaca por el enorme roquedal de la cumbre. Alguno de mis compañeros siente vértigo al asomarse, pero el panorama, de verde con tonos de ocre marcados por los robles y otros árboles caducifolios, todo ello bajo un manto de nubes grises que amenazan lluvia, es toda una muestra de lo que puede dar la naturaleza de estas sierras, contemplada a 1.400 m de altitud. Un vídeo donde se puede ver el paisaje de subida es el de Galeno MaM; el enlace está entre las fotos.

Bajamos por el mismo sitio hasta encontrarnos con la pista que rodea por el este la montaña y, tras recorrer escasos 200 m tomamos el sendero de la derecha, muy bien trazado y con paneles que enseñan la geología y la flora porque es una parte del GR-247 (Montes del Sur), que recorre en una docena de etapas lo más importante de las Sierras de Cazorla y Segura. Nuestra meta, por este lado, es acercarnos a ver la Piedra del Agujero, una rara y bonita formación rocosa debajo mismo del precipicio que acabamos de ver en en la cima.

Como alguno de los caminantes es entendido en piedras (hay que ver qué gustos más raros tiene la gente), nos explica que la formación del agujero se produce por una sustitución del carbonato cálcico por el de magnesio, que da lugar a la dolomía (los agujeros se producen por la reducción de volumen que lleva aparejado el nuevo compuesto). La piedra aquí tiene un color entre ocre y rosa. Se puede subir hasta el pie, saliendo del camino, pero como amenaza lluvia nos quedamos a un centenar de metros, desde donde contemplar el perfil mejor. En fin, como yo soy de letras y no entiendo, dejo una dirección para los interesados en la geomorfología de la zona:

http://www.unsitiodiferente.es/2009/04/hacia-la-piedra-del-agujero-y-el.html

Volvimos sobre nuestros pasos hasta la pista al pie del Bucentaina y la tomamos en dirección oeste. Primero baja con mucha pendiente, pero tras un par de km se convierte en una plácida y tranquila senda muy amplia, entre pinos que de vez en cuando dejan crecer a la jara, al romero y a la retama. La vertiente oeste del Bucentaina da al caserío de Puentehonda (Benatae), por el que pasa el río Morles, que desciende desde el calar de Navalperal y atraviesa el pueblo de La Hueta. Pero todo este paisaje, que se puede recorrer otro día, queda ahora lejos.

Al seguir dando la vuelta, ya en la parte noroeste, comienza a verse Siles, que se tiende, blanco de cal y rojo de teja, por la falda de la colina. Desde estas alturas se pueden ver las torres de vigilancia redondas y se adivinan los paños de las murallas que lo protegerían cuando este territorio estaba en disputa entre los moros granadinos y los cristianos venidos del norte: al final acabó dominado, como se sabe, por los godos de la Orden de Santiago.

Desde hace unos meses, al pié de Siles ha crecido un embalse sobre el Guadalimar, un río que antaño llevaba al Guadalquivir los troncos de los pinos y ahora sive para regar olivos y otras hierbas. Del Guadalimar son tributarios tanto el río Morles, que pasa por Puentehonda, como el río de los Molinos, que es el que discurre allá abajo y se ve desde la pista por la que vamos.

Antes de llegar al final, volvimos a beber agua en la fuente del Noguerón y contemplamos, al norte, el impresionante Puntal de Siles, que estaba cubierto de nubes. No obstante, a nosotros no nos llovió demasiado en el camino. Al volver al coche, en el área recreativa de la Peña del Olivar (no confundir con la peña de igual nombre, que está más arriba en el monte), nos detuvimos a ver, cabe el puente de la carretera, el remanso donde los niños y quienes no lo somos tanto nos refrescamos en el buen tiempo.

Ese día, para quitarnos el frío, nos zampamos en casa unas verdinas con todos sus sacramentos, que el miguelangel había traído de sus lares, más al norte de estas sierras, y además´había estado guisando el día anterior, como dios manda.