Torà Sant Miquel de Fontanet-Tossal de la Creu 100 Cims

El temporal de viento y la ola de frío, controlan nuestro destino. De nuevo debemos cambiar el objetivo, dejando Colldejou para otro momento, y dirigirnos al norte. Aunque encontraremos una ligera cencellada, será más seguro no caminar por las crestas con un desatado vendaval. Orgullosa y altiva, nos recibe la ermita, acompañada su austera silueta de un coro de incesantes ladridos de , creemos, aburridos perros. Despunta el sol y atenúa la sensación térmica, pero el vaho del aliento se revela a cada exhalación. Ocupamos un pequeño hueco para dejar el coche, curioseamos alrededor de la ermita, oteamos el horizonte, e inciamos la andadura. Carretera y, sin manta, giramos hacia sendero, donde enseguida besa el suelo el más ufano de nosotros, pagando con creces la osadía de pisar heladas piedras con las manos enfundadas en la chaqueta. Le salvan los reflejos y para el golpe, deteniendo su rostro antes de golpear contra el duro y rocoso suelo. Salvo un leve golpe en dedos y brazos, sólo herido en el orgullo. Prestando atención a los posibles resbalones, avanzamos tranquilos por senderos y pista, pasando cerca de varias masias, otras vistas en la lejanía. Para cerrar el primer círculo del casi perfecto ocho que dibuja la ruta, caminamos por el margen de unos campos, por un seco canal de riego , de nuevo por el margen, y atravesando unos metros de bosque, nos hallamos en un terroso camino. Aprovechamos unas piedras al sol, a modo de trono, que encontramos en el tramo común que une los círculos, para reponer fuerzas y seguir repasando la agitada actualidad social, política y deportiva. Nos recreamos en Sant Pere del Soler anexa a la masia que le da apellido, admirados por tan bello y cuidado entorno, que ahora sabemos protegido y declarado como parte del Patrimoni Arquitectònic Catalá. Sin barreras ni carteles disuasorios, nos solazamos largo rato con los edificios y las vistas. Oteando siempre que es posible el horizonte, intentando adivinar la identidad de las montañas que se vislumbran, nos orientamos como podemos entre vegetación y rocas, gracias a las fitas colocadas por amables predecesores. Alcanzado el Tossal de la Creu, nos apretujamos como podemos en el reducido pedestal, riendo y musitando "lluiiiisss" para selfis y retratos. Bellas panorámicas casi de 360º desde el vértex, nos premian generosamente el que ha sido apenas un pequeño esfuerzo. La bajada se antoja algo más complicada, resbaladiza por el barro de las anteriores lluvias, aconsejando usar bastón a modo de eslalon entre fites. Tras un corto trecho por otro margen, ya de nuevo en pista, llegamos a Cal Millet, debiendo admirar su ermita desde un lejano recodo de la carretera, dado que los sueltos perros nos disuadieron, con un interminable concierto de ladridos, del empeño de tomar cercanas fotos. Con exquisita precaución recorremos la carretera, deteniendo el paso sólo cuando toca. Como ante la Creu de Pedra; ante el ahora esmirriado Salt del Torrent, seguramente majestuoso y adecuado para el baño cuando no se le niega el preciado líquido; ante el Memorial de una caminante fallecida sobre una roca; y ante el Molí de Fontanet. Aunque confesamos no saber si este poco interesante edificio es el rotulado objeto de deseo; si lo son las ruinas situadas ante él; el pozo de riego de su patio; u oculto junto al río a salvo de indiscretas miradas, quedaría por descubrir. Sacudido el barro de botas y vestiduras, nos desplazamos al templo gastronómico por excelencia de Jorba, donde tienda, gasolinera y libre buffet atrae a conductores, camioneros y vecinos, como un potente e irresistible canto de sirena.