Vacarisses-Cingles Rieres i Torrota

Iniciamos ilusionados la elegida ruta, amena y curiosa por su perfil, con apéndices como tentáculos que nos llevan a los puntos de interés. Si en general es aconsejable estudiar la ruta, hoy se hace indispensable para evitar extravios y no saltarnos los objetivos. Encontramos tramos por senderos, algunos tan resbaladizos que aconsejan el uso de bastón de apoyo, y en menor medida por pista, sin apenas parte urbana. Desde el principio el sendero se empina y aunque es de manera gradual, se empecina en subir hasta els cingles. Desde el Gros disfrutamos de la primera panorámica del dia y nos solazamos con el imponente perfil de Montserrat. Para ir al Petit, al que llegamos dando un pequeño rodeo para alargar la ruta, tenemos la oportunidad de asomarnos a la vertiente opuesta de la Carena de la Roquera, admirando en la lejanía los picos que anuncian L'Obac y Sant Llorenç del Munt. Cumplido el requisito de fotos y selfies, enfilamos hacia los torrentes y rieras, privados de agua por estas fechas, pero el cambio de vegetación y la abundancia de verdines, hacen evidente que en época de lluvias esta zona no sufre de sequía. La vegetación agradecida nos protege del astro Sol y nos premite disfrutar de sombra. La agresiva erosión que presentan las rieras, certifica y da fe de la fuerza del agua cuando está presente, arrastrando cuanto halla a su paso. Alternamos con la visitas a les masies que vamos encontrando en nuestro camino. Les Vendranes destaca por su excelente estado y un entorno bien cuidado. La presencia de una piscina parece confirmar que es el escenario de juegos y risas juveniles de grupos estivales. El Mas D'En Lleonard en ruinas nos deleita con un curioso Pou de tiempos pretéritos y nos empuja a imaginar como seria su dia a dia. Espléndido entorno, sin ruidos ni carreteras, senderos para explorar y tierra fértil para cultivar. La masia de Sanana en cambio rebosa vida. En el camino de entrada, una oca se hace dueña y señora de la balsa que lo preside, y con ruidos amenazantes nos avisa por si albergamos malas intenciones hacia sus preciados huevos. Alertados los perros por la algarabia, salen en tropel a ladranos con desespero, guiados por un impresionante y oscuro mastín. Los más pequeños se cuelan entre la valla y llegan hasta nosotros para intimidarnos. Por suerte con un leve grito y un pequeño ademán se paran, se calman, y nos miran con desconcierto y agitando sus colas. En el interin de visitas, nos amenizan el camino la Cova, dotada de una escalera para su visita, y las ruinas del Molí de Can Códol. Giramos hacia el pueblo y nos desviamos hasta La Torrota, donde la ausencia de puerta nos explica que seguramente había que acceder mediante una larga escalera. Su privilegiada ubicación nos regala la última panorámica de la jornada antes de finalizar la ruta.