Vértice geodésico Mojonera (Caravaca de la Cruz) y vértice geodésico Miñano (Cehegín)
near Caravaca, Murcia (España)
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Itinerary description
En mi afán por visitar todos los vértices geodésicos de la Región de Murcia (me quedan a estas alturas menos de sesenta de los cerca de trescientos que hay, aunque sé que algunos no los voy a poder realizar, bien por su inaccesibilidad, bien por si dificultad técnica para alcanzarlos), hoy he visitado dos, aunque que ya había estado anteriormente en la Mojonera. El reto, pues, era hacer el Miñano, que además tenía el doble hándicap de requerir una trepada para llegar a él, y de estar dentro de una cantera, por lo que debía ir un día festivo para que no estuvieran trabajando.
Así, un domingo de primavera a las 14:30 me dirijo hacia Moratalla. Muy cerca del cruce con la carretera de Caravaca sale un camino asfaltado que desemboca en la Bodega Tercia de Ulea: es el Camino del Artalejo a Ulea. A un kilómetro aproximadamente hay una caseta del trasvase del Taibilla, con un ensanche donde aparcar. Arrancamos.
Rodeados de pinos, almendros y campos de cereal que ya empiezan a verdear, iniciamos la marcha siguiendo el Camino de la Cruz de Caravaca, junto a un pequeño viaducto del canal. Nos uniremos a otro camino, pero a los pocos metros lo abandonamos por otro de menor entidad que sube a la izquierda, junto a una marca de GR, una estaca del Camino de la Cruz y tablillas de coto de caza.
Este agradable camino nos introduce en un pinar. A la derecha queda la Casa de las Monjas. Casi vamos llaneando, atravesaremos un cortafuegos, y el bosquete se densa. Da gusto caminar alternando sol y sombra.
El primer vértice geodésico está situado a nuestra derecha, en un claro. Un pequeño mojón de piedras señala el lugar por donde nos salimos del camino y en un par de minutos nos plantamos ante la Mojonera (estamos en la línea que delimita los municipios de Caravaca y Moratalla). Para volver al camino nos emboscamos entre pinos y coscojas, sin sendero pero sin complicaciones.
Tras un breve rato salimos a una parcela de cereal. El camino al que hemos llegado (Camino de la Cañada de Moratalla) lo podemos seguir de frente o girar a la derecha. La opción correcta es girar a la derecha, pero yo he seguido de frente hasta toparme unos metros más adelante con una cadena y un cartel de prohibido el paso. Ahí he girado a la derecha, por la linde de la parcela, hasta reconectar con el camino, que primero pasará junto a una torre eléctrica y comenzará un descenso a otra vertiente de estos pequeños cerrillos.
Nuevas lomas en las que hay cereal y almendros conviven con más monte y más pinares. El paisaje es muy bonito, sobre todo si miramos al oeste, con el Cerro Gordo y la Sierra del Buitre como telón de fondo. Dentro de unas semanas, cuando el cereal esté más crecido, va a ser una preciosidad.
Pero lo que más me agrada es la completa soledad. A pesar de que los terrenos están perfectamente cuidados, labrados, los árboles podados y hay huellas recientes de ruedas de tractor, no he visto ni un alma durante las horas que me ha llevado completar la ruta, aunque desde algunos puntos se veían coches lejanos por la carretera de Cehegín a Moratalla.
Descendemos por el camino hasta conectar con otro, girando a la izquierda, hacia unos almendros, pero enseguida sale otro camino a la derecha y lo tomamos. El mapa dice que es la Cañada Real de Cehegín. El camino desaparece en una especie de explanada natural, pero bien por la derecha, bien por la izquierda, encontraremos las trazas del viejo y desdibujado camino que sube entre matorrales hasta los primeros bloques blancos que evidencian la presencia de una cantera.
De repente nos vemos en una plaza rodeados de estos bloques, numerados algunos y con pinta de llevar allí bastante tiempo. Esta cantera está abandonada, y el efecto visual es impactante -como siempre que hablamos de una cantera-.
Salimos por un camino junto a una loma, y llegamos a la segunda cantera, ésta sí, a pleno rendimiento, aunque al ser domingo por la tarde lo único que vivo que había era una cabra montesa.
Las canteras son lugares que me repelen. Me pone los pelos de punta ver esas ciudades de polvo piedra, de paredes absurdamente lisas, desechos y viejos artilugios por todas partes, casetas en ruinas, ruedas apiladas desde hace lustros, desprendimientos, caminos rotos, ausencia de vida.
Al final, y tras algún que otro requiebro, consigo llegar a la zona alta, donde una antena campea junto a una oxidada tubería que no sé de dónde proviene ni a dónde va, pero que tiene toda la pinta de estar absolutamente fuera de servicio.
A la derecha está el Poyo Miñano, la muela rocosa sobre cuya planicie está instalado el vértice geodésico Miñano. El terreno es adherente, está completamente seco y no parece que el acceso requiera escalar, sólo poner las manos, así que busco el mejor paso, que es evidente, y corroboro que así es, con una sencilla trepada y tras haber ascendido unos metros empinados, corono la cima sin problemas.
El vértice geodésico, que aún conserva el color blanco, aguarda en esta plazuela cubierta de esparto y otros rastrojos. Las vistas bien valen el esfuerzo, aunque afeadas en parte por la existencia de esta cantera, mucho más grande de lo que jamás hubiera sospechado. Destaca al sureste el cercano Embalse del Argos.
Y aquí llega el dilema, porque lo ideal hubiera sido hacer la ruta circular y bajar por la umbría de la Sierra de la Puerta, pero no he visto claro el descenso, y además casi no me quedaba batería en el teléfono (despiste mío, que olvidé ponerlo a cargar), de manera que decido no complicarme la existencia y volver por el mismo camino de la ida.
Ahora me doy cuenta de que hay un camino comodísimo que baja desde la misma cantera, pero como no quería arriesgarme a quedarme sin teléfono ni lo miré in situ. Una pena, porque esa vertiente tenía una pinta bastante interesante.
En fin, cosas del directo, como suele decirse. De todos modos, como una vez fuera de las canteras el entorno es tan apetecible y solitario, la vuelta ha sido una delicia.
Al final, dieciséis kilómetros, varias horas de monte y otro vértice geodésico tachado de mi lista de pendientes. En el debe queda explorar esa vertiente norte de la Sierra de la Puerta.
Así, un domingo de primavera a las 14:30 me dirijo hacia Moratalla. Muy cerca del cruce con la carretera de Caravaca sale un camino asfaltado que desemboca en la Bodega Tercia de Ulea: es el Camino del Artalejo a Ulea. A un kilómetro aproximadamente hay una caseta del trasvase del Taibilla, con un ensanche donde aparcar. Arrancamos.
Rodeados de pinos, almendros y campos de cereal que ya empiezan a verdear, iniciamos la marcha siguiendo el Camino de la Cruz de Caravaca, junto a un pequeño viaducto del canal. Nos uniremos a otro camino, pero a los pocos metros lo abandonamos por otro de menor entidad que sube a la izquierda, junto a una marca de GR, una estaca del Camino de la Cruz y tablillas de coto de caza.
Este agradable camino nos introduce en un pinar. A la derecha queda la Casa de las Monjas. Casi vamos llaneando, atravesaremos un cortafuegos, y el bosquete se densa. Da gusto caminar alternando sol y sombra.
El primer vértice geodésico está situado a nuestra derecha, en un claro. Un pequeño mojón de piedras señala el lugar por donde nos salimos del camino y en un par de minutos nos plantamos ante la Mojonera (estamos en la línea que delimita los municipios de Caravaca y Moratalla). Para volver al camino nos emboscamos entre pinos y coscojas, sin sendero pero sin complicaciones.
Tras un breve rato salimos a una parcela de cereal. El camino al que hemos llegado (Camino de la Cañada de Moratalla) lo podemos seguir de frente o girar a la derecha. La opción correcta es girar a la derecha, pero yo he seguido de frente hasta toparme unos metros más adelante con una cadena y un cartel de prohibido el paso. Ahí he girado a la derecha, por la linde de la parcela, hasta reconectar con el camino, que primero pasará junto a una torre eléctrica y comenzará un descenso a otra vertiente de estos pequeños cerrillos.
Nuevas lomas en las que hay cereal y almendros conviven con más monte y más pinares. El paisaje es muy bonito, sobre todo si miramos al oeste, con el Cerro Gordo y la Sierra del Buitre como telón de fondo. Dentro de unas semanas, cuando el cereal esté más crecido, va a ser una preciosidad.
Pero lo que más me agrada es la completa soledad. A pesar de que los terrenos están perfectamente cuidados, labrados, los árboles podados y hay huellas recientes de ruedas de tractor, no he visto ni un alma durante las horas que me ha llevado completar la ruta, aunque desde algunos puntos se veían coches lejanos por la carretera de Cehegín a Moratalla.
Descendemos por el camino hasta conectar con otro, girando a la izquierda, hacia unos almendros, pero enseguida sale otro camino a la derecha y lo tomamos. El mapa dice que es la Cañada Real de Cehegín. El camino desaparece en una especie de explanada natural, pero bien por la derecha, bien por la izquierda, encontraremos las trazas del viejo y desdibujado camino que sube entre matorrales hasta los primeros bloques blancos que evidencian la presencia de una cantera.
De repente nos vemos en una plaza rodeados de estos bloques, numerados algunos y con pinta de llevar allí bastante tiempo. Esta cantera está abandonada, y el efecto visual es impactante -como siempre que hablamos de una cantera-.
Salimos por un camino junto a una loma, y llegamos a la segunda cantera, ésta sí, a pleno rendimiento, aunque al ser domingo por la tarde lo único que vivo que había era una cabra montesa.
Las canteras son lugares que me repelen. Me pone los pelos de punta ver esas ciudades de polvo piedra, de paredes absurdamente lisas, desechos y viejos artilugios por todas partes, casetas en ruinas, ruedas apiladas desde hace lustros, desprendimientos, caminos rotos, ausencia de vida.
Al final, y tras algún que otro requiebro, consigo llegar a la zona alta, donde una antena campea junto a una oxidada tubería que no sé de dónde proviene ni a dónde va, pero que tiene toda la pinta de estar absolutamente fuera de servicio.
A la derecha está el Poyo Miñano, la muela rocosa sobre cuya planicie está instalado el vértice geodésico Miñano. El terreno es adherente, está completamente seco y no parece que el acceso requiera escalar, sólo poner las manos, así que busco el mejor paso, que es evidente, y corroboro que así es, con una sencilla trepada y tras haber ascendido unos metros empinados, corono la cima sin problemas.
El vértice geodésico, que aún conserva el color blanco, aguarda en esta plazuela cubierta de esparto y otros rastrojos. Las vistas bien valen el esfuerzo, aunque afeadas en parte por la existencia de esta cantera, mucho más grande de lo que jamás hubiera sospechado. Destaca al sureste el cercano Embalse del Argos.
Y aquí llega el dilema, porque lo ideal hubiera sido hacer la ruta circular y bajar por la umbría de la Sierra de la Puerta, pero no he visto claro el descenso, y además casi no me quedaba batería en el teléfono (despiste mío, que olvidé ponerlo a cargar), de manera que decido no complicarme la existencia y volver por el mismo camino de la ida.
Ahora me doy cuenta de que hay un camino comodísimo que baja desde la misma cantera, pero como no quería arriesgarme a quedarme sin teléfono ni lo miré in situ. Una pena, porque esa vertiente tenía una pinta bastante interesante.
En fin, cosas del directo, como suele decirse. De todos modos, como una vez fuera de las canteras el entorno es tan apetecible y solitario, la vuelta ha sido una delicia.
Al final, dieciséis kilómetros, varias horas de monte y otro vértice geodésico tachado de mi lista de pendientes. En el debe queda explorar esa vertiente norte de la Sierra de la Puerta.
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