245. Villavedón: Aguachal del Odra, Encinar de Mazo, y Ermita de la Brezosa

📸 FOTOS:
▶ Las 6 primeras seleccionan aspectos de interés (con descripción al pie).
▶ Las siguientes se ordenan según el itinerario (asociadas a cada 'waypoint').

📝 TEXTO (5 secciones):
▶ Índice IBP de la ruta,
▶ Preámbulo: antecedentes y motivos,
▶ La Ruta: recorrido y dificultades,
▶ Destacado: rasgos sobresalientes, y
▶ Anécdota: hechos curiosos.


INDICE IBP de Dificultad de la Ruta

Para Criterios y Tabla de Interpretación, Ir a:
https://www.ibpindex.com/index.php/es/

El resultado del análisis IBP es de 37 (para Senderismo): dificultad 'Fácil' para una preparación física 'Media'.

El cómputo del desnivel acumulado de la ruta por parte de IBP es de 149 metros (superior al que estima Wikiloc).

PREÁMBULO

Dos meses atrás había estado en Villavedón para otra ruta: https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/236-entre-villavedon-y-congosto-el-manglar-y-la-gloria-146620493 . Aún veraniega, entonces.

Vi allí, al final del trayecto, un sorprendente humedal en torno al río Odra; justo al norte del pueblo. Ocupa un espacio relativamente reducido (750 m de largo x 100 m en lo más ancho). Pero dentro parece un universo.

Es asombroso por su propia naturaleza: decenas de especies vegetales (árboles, arbustos y plantas bajas, de tierra y acuáticas) se apretujan en pos del agua. En el retrato de aquella ruta, enumeré una larga lista.

Asombran también los espacios ahormados dentro por la mano humana: el cauce molinero, el puente y las ruinas del molino viejo, el prado de los cortejos, las galerías, senderos y recovecos, el merendero….

Me quedé con ganas de contemplarlo con su indumentaria otoñal. Siendo sus plantas de hoja caduca, verlo en el esplendor de cambios cromáticos, en sus diferentes ritmos, se presumía fascinante.

Pero había una pega…. Después de los calores del largo veranillo infiltrado en el otoño, habían llegado las lluvias. Sin demasiada intensidad, pero recurrentes. Llevábamos así varias semanas sin tregua.

El humedal estaría como un ‘aguachal’. De hecho, así lo llaman en Villavedón. ‘Aguachal’, por aguazal (o estero). La RAE lo define como terreno bajo pantanoso, que suele llenarse de agua por la lluvia o la filtración de un río.

Yo lo denominé ‘Manglar’ en mi visita veraniega; dándole así un toque exótico. Un manglar en la austera meseta; o en la frontera entre ella y la montaña. Y no es mera fantasía.

Entonces estaba transitable; quizá ‘en exceso’, por la escasez acuática. Ahora, sin embargo, con las lluvias, no sé…. No veía llegado el momento de que escampase y orease un poco.

Esperando desesperaba. Vislumbré un resquicio de unas horas sin lluvia. Cogí unas botas altas de goma y un chubasquero tamaño sayal, y allá me encarrilé. Preparado para lo que fuera.

LA RUTA

Tras el Aguachal, extendí la ruta haciendo el PR-BU-197 (‘Sendero del Encinar de Mazo’). Y, dado que éste es corto (< 9 km), lo extendí también, desviándome a la ermita de la Brezosa, cerca de Palazuelos de Villadiego.

Hice los primeros 3,7 km por el Aguachal (todo lo que el terreno me consintió) y su entorno. Pudo haber sido más (otro tanto), de haber estado más seco (pero entonces no habría sido aguazal…).

A partir del km 3,8, me uní al camino del PR, permitiéndome algún capricho, algún desvío (por ej., del km 4,5 al 5,1), para acercarme más a la ribera del Odra, orlada de amarillo.

Luego me mantuve en el carril del PR hasta el km 11. Siempre por camino, se asciende primero a través de un holgado pinar. En el km 7,4 se hace un giro a la derecha, entrando en el denso encinar de Mazo (hasta el 8,6).

Bajando por el encinar (que se extiende largamente hacia arriba), enseguida entramos en tierra de campos. En el km 11, virando a la derecha, se puede continuar por el PR hasta terminar en Villavedón.

Pero en ese punto los ojos se me fueron de frente, a una ermita: la de Nuestra Señora de Brezosa (km 11,6). Las piernas obedecieron encantadas. Allá me encaminé.

Cerca de la ermita (km 11,8) pasa la sedosa pista que une los pueblos de Palazuelos de Villadiego y Villavedón. En poco más de 1,5 km estaremos de regreso en éste.

Aunque la tarde llegaba ya a su fin, quise apurar sus esencias dando una vuelta por alguno de los jardines próximos al río y los alrededores. Cerré la grabación de la ruta.

La cerré, pero, cual furtivo, a hurtadillas, volví a sumergirme en el Aguachal. Hasta un poco más allá que antes, al inicio. Hasta donde él hizo la vista gorda. Hasta donde la jungla y el estero pusieron a mi osadía en su sitio.

Posibles Dificultades:

No las hay, excepto en época de lluvias. El Aguachal puede inundarse (está en su esencia hacerlo) e impedirte transitar por él. Lo ideal es encontrar el momento de equilibrio entre terreno inundado y tierra firme. Ahora me perdí una parte.

En ese espacio, aun siendo limitado, con tantos senderos y cerrada vegetación, es posible quedarse atascado, como en un laberinto. Afortunadamente, el campo abierto queda cerca. En algún momento encuentras la salida.

En el resto del trayecto, la ruta es sencilla físicamente y no es complicado orientarse. No obstante, en el monte hay múltiples cruces de caminos.

DESTACADO

Las botas altas sí fueron necesarias; aunque no suficientes…. El chubasquero, finalmente, sobró. Hubo más sol que nubes.

(1) El Aguachal del Odra:

Era el protagonista, la máxima atracción para la ruta de hoy; al menos, en mis expectativas, … mis esperanzas. Conociendo su variedad vegetal, pensé que ahora, otoñal, aquello sería como un arcoiris; un caleidoscopio.

El fuerte viento y las lluvias recientes, sin embargo, habían despojado al ‘jardín botánico’ de muchas hojas. Los nervudos troncos (o ramas, o raíces; no se sabe bien) de las mimbrajeras sobresalían desnudos y grises.

El lugar resultaba así menos colorido, menos vivaracho de lo esperado. No obstante, en los márgenes más exteriores de la ribera, los chopos aún mantenían su vistosa vestimenta.

Afortunadamente, compensando el ya demediado tornasol, había allí otros atractivos: con las lluvias, el Odra bajaba crecido, con múltiples mangas, creando isletas, y con brío en sus corrientes.

Además, estaban los corredores, el molino, el prado, el merendero…. Y la magia del cerrado manglar. Eso, si te atreves a adentrarte en la selva; agarrándote a lianas, raíces aéreas, y ramas; balanceándote entre las ramificaciones del río….

(2) El Paisaje de Campo y Monte:

Excepto el Aguachal, que tiene su encanto (sus variables encantos) en cualquier época del año, el resto del paisaje alcanza su apogeo en el final de la primavera y el principio del verano.

El campo, mayormente desarbolado, estaba ya mustio, apagado, a mitad del otoño. El monte, mayormente de pinos y encinas, mantenía su sempiterno y algo desvaído verde.

Aun así, hubo varios aspectos destacables. Por un lado, las costanas entre campo y monte, de un fuerte rojizo, aportaban tinte y contraste cuando el sol se colaba entre las nubes.

Por otro, está la presencia de Peña Amaya, recortando su silueta en el cercano horizonte norteño. Aportaba grandeza y elevación a un paisaje plano y sin límites por el sur.

Y, finalmente, la línea ondulante del río Odra surcando la campiña. Ahora estaba quizá más bonita que nunca. Contra el sol de la tarde, parecía emperifollada de oro; uniendo norte y sur; dando profundidad panorámica.

(3) La Ermita de Nuestra Señora de Brezosa:

Fuera del plan inicial, la ermita se auto-invitó a última hora; justo cuando entró en mi campo de visión. Fue una buena idea desviarse a ella; poco costosa en tiempo y distancia. Un complemento cultural para una ruta naturalista.

La ermita pertenece al pueblo de Palazuelos (a 1 km de distancia). Al parecer, hubo allí un asentamiento humano (el despoblado de Santa María de Brezosa, citado en documentos del año 1.515). Ya no quedan restos.

Es una construcción sencilla de sillería caliza, con dos secciones: una nave románica de principios del siglo XIII y una cabecera reformada en época más moderna. Lo más interesante es su portada románica.

Se distinguen algunos elementos ornamentales con motivos botánicos. Destacan en la arcada dos columnas con capiteles, ya corroídos por la intemperie. Poniendo imaginación, en uno se aprecian dos cuadrúpedos. Algún canecillo lucha por sobrevivir en el alar.

ANÉCDOTA

Si todo el Aguachal hubiera estado practicable (para caminar), la anécdota no habría tenido lugar. Lo habría recorrido de sur a norte, completo, y habría salido de él enlazando directamente con el PR-BU-197.

Pero no. Quiso la fortuna que, después de llegar a la mitad, fuese imposible avanzar (¿’fortuna’ dices?). Algunos brazos del Odra podían (malamente) vadearse; otros, no. El agua superaba las piedras-pasadero.

Lo intenté por el tronco-puente (más de 3 metros de largo) sobre el brazo principal del río. Hay dispuestas unas varas para hincar en el lecho del río, pero la impetuosa corriente las arrastraba. El propio tronco estaba resbaladizo.

‘Dios sabe que lo intenté’…, pero tuve que dar la vuelta y regresar al inicio, para tomar el sendero hacia el encinar de Mazo. Mas en esa mala suerte me esperaba otra mejor (‘la fortuna’): Yo bajaba, él subía.

Él, el Artífice: el ingeniero y el currante. El domesticador del Aguachal. El que abre los senderos, el que poda los arbustos, el que pone los puentes, el que talla escalones …. Y todo, por nada (salvo la querencia por su tierra …; no veo motivos menos espirituales).

Sigue siendo salvaje (el Aguachal, quiero decir; el Artífice es una persona sobradamente cultivada). Pero así aquél es accesible. Así se deja admirar por los amantes de la naturaleza y la pequeña aventura.

No le había visto en mi anterior visita (al Artífice). Ahora tuve esa satisfacción.

--“… Aún falta mucho por hacer…. Tengo que desbrozar…”, me decía. Y yo, a mi vez: --“Estás peleando con un gigante que, además, se mueve, crece, muda, se disfraza…”.

Después de cambiar algunas impresiones, me dice al final: --“Si subes al encinar, mira si hay bellotas; sólo eso”. Me quedé intrigado por sus motivos. Le pedí una dirección.

Una vez en el encinar, miré y miré. Encinar sano y frondoso, pero sin bellotas. Le envié un mensaje: --“De las de la boina chula, ninguna. En 30 minutos no he visto ni un fruto”.

Al rato me contesta, también con pareado: --“Ya sabes el dicho: ‘Año de bellotas, nieve hasta las polotas’ (sic); pero, si no, …allá tú te las compongas”. No conocía yo el refrán. Me reí.

De momento, yendo a Villavedón, había visto los picos de la Montaña Palentina con sus cumbres blancas. Eran ya, tempranas, las primeras nieves desde el pasado invierno. ‘Hechos son amores…’, me dije. (Que yo también me sé alguno).