Villaverde de Guadalimar, Arroyo del Tejo, Cruz del Pernales, Padrón, La Sarga y Los Picarazos.

Villaverde del Guadalimar, Arroyo del Tejo, Cruz del Pernales, Padrón, La Sarga, Los Picarazos.

“Todas las cimas están a tu alcance si no dejas de subir” – Barry Finlay

La Sierra de Alcaraz es una de las sierras que forman la cordillera Prebética y también es la denominación de una comarca de Castilla, en la provincia de Albacete, actualmente dividida entre dos mancomunidades de servicios: las entidades Sierra del Segura y Sierra de Alcaraz y Campo de Montiel. La comarca se caracteriza por ofrecer un paisaje de media montaña caracterizado por sierras escarpadas y profundos valles donde se alterna el bosque mediterráneo con los cultivos, especialmente el olivo, en las zonas menos abruptas.
Según el geógrafo andalusí Al-Zuhri, tenemos actualmente conocimiento de que la existencia del topónimo "Sierra de Alcaraz" الكرز الجبل (es decir, Sierra de los cerezos) era anterior al nombre de la población de Alcaraz, que ostenta su capitalidad histórica, y que parece haberlo recibido de esta y no al revés, como podría parecer lógico.
Su pico más alto es el Pico Almenara, de 1796 metros, y el segundo pico más importante es el Pico de la Sarga, de 1769 metros.
Junto a la mayor parte del hoy llamado Campo de Montiel albaceteño, formó parte de la Comunidad de Villa y Tierra de Alcaraz durante la Edad Media, desde la Reconquista castellana. Posteriormente, las villas de Bienservida, Villaverde de Guadalimar, Riópar, Cotillas y Villapalacios, formaron el Señorío de las Cinco Villas; privilegio que se remonta al año 1436, otorgado por el rey Juan II de Castilla a Don Rodrigo Manrique, conde de Paredes y maese de Santiago, de la Encomienda de Segura. Entre 1691 y 1833, perteneció a la provincia de La Mancha, pasando a formar parte de la provincia de Albacete en 1833.

La ruta la comenzamos en la entrada del Cementerio, donde hemos aparcado el coche. En el desvío al Cementerio hay unos indicadores del Arroyo del Tejo y de los Picarazos. Tomamos la pista que, en principio baja para encontrarse con el arroyo del Tejo, una pista muy agradable de andar, en buen estado para vehículos, rodeados de pinos, chopos, arces, quejidos, fresnos… que ahora en el otoño destacan por sus variadas tonalidades del color y, además, acompañados del murmullo de las generosas aguas del arroyo. Pronto llegamos a un espacio precioso, donde han acondicionado un área recreativa, rodeados de sombra y agua, con fuentes , pequeñas cascadas, mesas…, al final de la misma, donde hace una curva el camino se encuentra otra fuente con baldas que algunos llaman de La Guitarra por su forma. Seguimos ascendiendo por la pista del arroyo del Tejo hasta llegar a la bifurcación de la Cruz del Pernales, (su apodo derivaba de “pedernales”, alusión a la dureza con que maltrataba a sus víctimas), tomamos el camino hasta la explanada llamada Prado de la Rosinda , desde el que continuamos andando y ascendiendo por la senda entre las indicaciones oficiales, desde el prado y en unos diez minutos llegaremos al monolito conmemorativo del acontecimiento. Aquí encontraremos una narración de la vida y muerte del Pernales (la cual reproducimos unas líneas más abajo). En este lugar permanece como recuerdo de su muerte un buen puñado de piedras, que han ido dejando como homenaje al bandido los caminantes a lo largo de los años. La cruz con el montículo de piedras se puso, según reza la placa el 31 de agosto de 1999
“Excelentísimo Ayuntamiento de Villaverde de Guadalimar
Francisco de Paula-José Ríos González, nació el 23 de julio de 1879 en Estepa Sevilla, Pernales aprendió a leer y a escribir durante su niñez, trabajó como cabrero y cuidador de caballos por lo que se ganó la fama de jinete aventajado, aunque soñaba con resucitar la vieja estampa del bandolero.
El 25 de diciembre de 1901 se casó con María de las Nieves Pilar Caballero con la que tuvo dos hijas, aunque años mañas tarde ésta lo abandonó. Inició sus andanzas bandoleriles, asaltos en los cortijos y exigiendo dinero a las gentes acaudaladas. Solían actuar por los campos de Marchena, Puebla de Cazalla, La Roda, Sanataella, Lucena, Morón, Écija y todo el valle del río Genil. El diario contacto con las víctimas de injusticias permanentes, hacían que estas gentes le solicitasen de vez en cuando alguna ayuda a lo que él no rehusaba. Solía repartir algunos cigarros y algún duro entre los compasivos que se cruzaba, éstos le prometían fidelidad y veían en él un aliado. Sus robos consistían en solicitar a la persona elegida amablemente una cantidad de dinero (generalmente 1000 pesetas).
En mayo de 1907 Antonio Jiménez Rodríguez, pero al que todos llamaban el Niño del Arahal, se une a la partida del Péinales, a finales de ese mismo mes y tras un enfrentamiento con la Guardia Civil murieron varios de sus hombres y las autoridades decidieron dar el golpe definitivo para capturar al bandido. Llegaron guardias civiles de distintos puntos de España, sus movimientos eran cada vez más reducidos y el encuentro con los guardias iba en aumento. Entonces decidió escapar para Valencia junto con su inseparable compañero, el Niño del Arahal, tomar rumbo hacia las Américas.
A ñas nueve de la mañana del sábado 31 de agosto, un guarda forestal se encontró con los bandidos en las inmediaciones del puerto del Bellotar, al noroeste de Villaverde. Este debió sospechar algo de estos dos hombres que venían tan armados y enseguida dio cuenta al juez municipal quien decidió dar aviso al teniente de la Guardia Civil. El segundo teniente Juan Haro López salió en su busca con varios guardias. Se enteraro de que los sospechosos se encontraban en el cortijo del Arroyo del Tejo.
El cabo Villaescusa y el guarda Segovia se dirigieron por el Prado de la Rosina hasta el Portillo y desde aquí siguieron el camino que se dirige por Las Morricas hacia el arroyo del Mesegar, el teniente se dirigió hacia el cortijo del Arroyo del Tejo.
Pernales y el Niño llegaron hasta ocho pasos de donde estaban apostados el cabo Villaescusa y el guardia Segovia quienes les dieron el alto, a lo que respondieron disparando los bandoleros, la primera andanada hacía caer mal herido a Pernales que gritaba a su fiel compañero “vamos a ellos, no hay que temer, si no me matan esta mañana un gran recuerdo han de tener”, cayó Pernales herido de muerte y algo más abajo el Niño del Arahal yacía con un disparo en el corazón.
El 31 de agosto de 1907, en este mismo lugar donde hoy se alza un montículo de piedras y una cruz de madera murió el bandolero y nació la leyenda.”
En el cementerio de Alcaraz fue enterrado según una sencilla lápida de piedra incrustada en la pared blanca, encalada, del cementerio, podría pertenecer a cualquier vecino del pueblo albaceteño de Alcaraz, pero señala la tumba de uno de los bandoleros más temidos del siglo XIX español. Pocos forajidos causaron tantos quebrantos como Francisco Ríos González, “el Pernales”. Visitada la Cruz, desandamos lo recorrido y volvemos de nuevo a la pista del Valle del Guadalimar para seguir ascendiendo hasta el cercano cortijo del Arroyo del Tejo donde una bonita fuente hecha con mampostería de toba nos recibe. Podemos contemplar las casas en ruinas donde pasaron los bandidos la última noche antes de morir. Un idílico lugar. Seguimos ascendiendo por la pista hasta llegar a otra bonita fuente acompañada de una pequeña balsa en la misma orilla del camino con un agua limpia y transparente. Seguimos subiendo y antes de llegar al Tejo que da nombre a la pista, cuando la pista comienza a llanear — cota 1250 aproximadamente — nos salimos por la derecha y remontamos con gran esfuerzo, pues la pendiente que se salva es mucha en pocos metros, hacia un collado que separa el macizo del Padrón del cerro Picayo, justo en la linde municipal entre Riópar y Guadalimar, linde que también es divisoria de aguas entre el Mediterráneo (levante) y el Atlántico (poniente). De esta forma, haciendo equilibrios por este espolón tan significado, vamos remontando hacia la primera cumbre de la jornada. En un momento dado abandonamos los pinos para entrar en una zona libre de vegetación, tan solo las toliagas "cojines de monja" entre piedras blancas y pendiente ya moderada, parecida a una zona calar que es el precioso anticipo de la cumbre, la gran mole pétrea del Padrón que domina el paisaje.
Ahora cresteamos hacia el Padrón. Justo a nuestra espalda tenemos el escarpado Morro de los Esparteros en el que se deja ver en lo alto lo que parece una pequeña caseta de foguero y pronto llegamos a la cima del Padrón (1752), donde no hay vértice geodésico pero si un mojón de piedras que nos indican su situación exacta, y unas vistas espectaculares: una visión completa de la cuerda de las Almenaras, con la Almenarilla (o Almenara Chica) y la gran mole de piedra de la Almenara. A continuación el valle de Riópar al fondo y muy cerca de nosotros, casi a nuestros pies El Padroncillo o Pernales como se conoce a esta montaña. A partir de aquí, alzando la vista al fondo y en dirección tenemos una vista perfecta del Mentiras, en Yeste, frente a nosotros el imponente calar del mundo... Desde aquí puede verse con toda claridad la forma perfecta de otra montaña importante, se trata de la Sagra, si el día está claro podemos divisar algo más a lo lejos la cumbres de  Sierra Nevada, el Veleta, la Alcazaba y el Mulhacén. Delante de ella, muy cerca de nosotros, la Peña del Cambrón.
Pronto nos ponemos en marcha otra vez, ahora para la Sarga, se ve al lado con su antena destacando en lo más alto, descendemos unos metros para superar la naciente vaguada del arroyo del Tejo que también es origen del Guadalimar, vamos atravesando la dolina y cogemos un nuevo carril a la izquierda que remonta hasta el vértice del Pico de la Sarga (1769), esta pista viene desde el Puerto del Bellotar; desde el pico de la Sarga, seguiremos contemplando una de las mejores panorámicas que nuestra sierra nos ofrece, con Villaverde del Guadalimar y los Calares del Mundo y de la Sima al sur, la sierra de las Cabras, la Sagra y todo el Parque Natural de Cazorla Segura y las Villas con el Banderillas y el Yelmo lleno de antenas… sin olvidarnos del Cambrón, cumbre emblemática por estas sierras; hacia el noroeste lo único que apreciamos es la del Campo de Montiel y las inabarcables extensiones de la Mancha que permanecen ajenas a los caprichos de la orogenia. Pues bien, ahora toca descender de nuevo al valle por un recorrido diferente. Para ello desandamos unos pocos metros por el carril y enseguida a mano derecha (al sur) encontramos una senda muy trillada que pierde metros de forma vertiginosa hasta enlazar con la pista de los Picarazos (donde termina la pista).
Transitamos por la pista dirección a Los Picarazos y nos metemos en medio de todos ellos,
estamos a una altitud de 1.450 metros. Los Picarazos, conocidos también popularmente como Los Frailes por la singularidad y disposión de sus formaciones. Estas formaciones geológicas son de material calizo, típicas de los paisajes kársticos donde nos encontramos, en los que la erosión, la filtración del agua y la permeabilidad del terreno determinan formaciones en superficie tan características como las dolinas y en el subsuelo determinan la aparición de simas y cuevas. A poniente de estas impresionantes piedras caballeras y frailes de roca descendemos para buscar una senda preciosa con la dirección del camino nítida hacia el sur — hacia Villaverde que está ahí abajo — y pierde metros de forma continua pasando por un collado que determina el pico del Cerrón. A nuestra derecha — a poniente — siempre está presente la silueta rotunda de la Piedra del Cambrón que va cambiando de aspecto conforme perdemos metros: antes parecía accesible e inocente y ahora que andamos muy por debajo se presenta otra vez fiera y agresiva. Sin querer llegamos a un campo de olivos, lo atravesamos dirección al cementerio donde tenemos aparcado el coche para dar por terminada la ruta.
Y recuerda: “A veces nos perdemos, pero siempre llegamos”.