A Caballo con mi Hermano, por Tierras de Mamá, Mayo de 1997

He tenido la fortuna maravillosa de no solamente tener una madre, pues Carmen me tomaba en sus brazos y así como a mi hermano diez años mayor, me alimentaba y me abrigaba con las gruesas ruanas de lana que ella misma tejía. Su hija Martha de mi misma edad en un brazo y yo en otro.

Durante años, le debía devoción, por todo su cariño y por todo lo que ayudó a mi madre y yo solía visitarla, desde muy joven. Recuerdo yo ya adolescente, que iba a pie con mi hermano desde el pueblo y ella a penas llegábamos se alegraba y su delgada voz, nos daba la tranquilidad, junto con una sonrisa, de estar como en casa.

Nos preparaba los más ricos y atípicos platos, como amacijos de guatila y almojábanas con melao y nos sonreía con honestidad y humildad. Creo que nunca habíamos montado a caballo con mi hermano y venciendo nervios, cabalgamos por esos entrañables parajes que yo desde niño he disfrutado, cuando volvía, por su puesto y con la burla de mi hermano por no pasar de un temeroso trote a su intrépido galope, he llegado al destino propuesto, mucho después que él, en donde tuvo que esperarme en las ruinas de la vieja estación del tren de Providencia, un pequeño poblado de un pasado de máquinas de vapor y viajeros.

Mi hermano es mi amigo, aunque aveces hayan páginas negras en nuestra historia, pero desde que he podido recordar, él siempre fue quien llenó el vacío que dejó mi padre, al protegernos a mi madre, mi hermana y a mí.