7 Caspe Mequinenza

Tenía marcada en rojo esta etapa del viaje. Según la web del ministerio, son tres etapas de andar que voy a hacer del tirón. Ya había empalmado etapas senderistas antes, pero había escapatorias, pasabas por pueblos, en esta jornada... nada. Lo voy a poner en mayúsculas.
NO HAY FUENTES EN TODO EL RECORRIDO. 77 KILÓMETROS Y NO HAY SEGURIDAD DE CONTAR CON AGUA. Y POR SUPUESTO, TAMPOCO CON ALIMENTOS. Avisados estáis.
Además del respeto por la zona, más Monegros que ribera del Ebro, tenía clavada la espina del dia de ayer, que fue muy complicado de seguir el GR. Decidí seguir fielmente el track marcado; por mí no iba a ser.
Tras turistear un poquito por Caspe, salgo por las faldas del castillo (de los restos) circulo paralelo al antiguo cauce del Guadalope. El río Guadalope rodeaba Caspe y daba sus aguas al Ebro tras hacer fértiles las huertas caspianas. Pero la construcción del embalse de Mequinenza amenazaba con inundar el curso bajo del río y rodear prácticamente Caspe. Solución: una presa de apoyo en el punto donde desembocaba el Guadalope, y un túnel triple bajo una loma para que las aguas acabaran llegando al Ebro. Y otra presa para evitar inundaciones en las huertas. Total, que tras recorrer el cauce hasta la presa nueva y cruzar vías del tren y carretera por pasos inferiores, vuelvo a la orilla del Ebro, ya empantanado. El tratamiento le ha sentado bien a las aguas, que ahora lucen un color turquesa más apetecible para remojarse. Aunque hoy no va a tocar remojón.
Esta primera parte, hasta llegar al camping, es hermosa y dura. Hay miradores estupendos sobre el ancho embalse, se adivinan lo que eran meandros y ahora son islas, alguna barca a motor recorre el agua y en esta y en la otra orilla, sobre todo en la otra, se ven puestos de pescadores tirando la caña. Pero también hay pasos donde hay que empujar la bici, cuesta arriba o abajo, y uno de ellos especialmente duro. Lo malo se acaba y, tras dos kilómetros de arcén, se llega a la puerta del camping Lake Caspe.
En una entrada de wikiloc leí que, si no eres cliente del camping, no puedes comprar nada en el bar-restaurante. Supongo que siempre puedes mendigar que te rellenen los bidones... no me parece algo muy digno de un GR. Yo iba con tres litros para todo el día, me pareció suficiente.
Seguí el track, ahora por buena pista, y así se alcanza un merendero con mesas justo enfrente de la Isla Magdalena. El terreno, eso sí, sigue siendo rompepiernas. Pero hace falta volver a la carretera para seguir camino, y ahi me perdí otra vez. Decidí tomar la antigua calzada, para evitar los coches, pero eso me costó atravesar un grupo de arbustos de esos que ruedan en las pelis del oeste bien compacto. Y hacer campo a través. Y pasar la bici sobre el quitamiedos. Recomiendo, si no se da con el GR, usar el arcén, aunque en las cuestas arriba queda reducido a la mínima expresión al ser ocupado por el carril de vehículos lentos.
Son dos kilómetros y medio que dan paso a otra zona de sendas, de ramas, de bajarse de la bici, de hacer zig zag en el mapa mientras pasamos cerca de estaciones de bombeo que sacan el agua del pantano para llevarlo a balsas de riego más arriba. Y tras un último toque a la carretera nacional, empieza una subida complicada. Durilla por el calor. Vamos dejando atrás cerezos, almendros, olivos y demás. Y se llega a una finca de procesamiento de alimentos, con su almazara y todo. En una puerta unos trabajadores se me quedan mirando; la verdad es que el calor aprieta y no debo de despertar envidia, sino misericordia. Por cierto, puede ser otro punto para mendigar agua.
Al pasar la finca el camino se hace asfalto, pica para abajo con algún tobogán y en una de las bajadas me llevo un susto tremendo: me adelanta un perro. Seguramente se ha escapado de la finca. Intento que no me siga, pero es juguetón y quiere acompañarme. Éste sí que me envidia. Pero viajo solo. Uno de los capataces de la finca me adelanta en su coche y me cuenta que sí, que se escapa cada dos por tres, que ha aparecido luego por allí y por allá, y que me quede quieto, a ver si le sigue a él. El capataz sigue su camino, pero el chucho no muerde el señuelo. Paro y arranco, le llamo, nada. Al final, se busca una sombra en un lado y paso andando por el lado contrario, adelantandole. Entonces le espanto para que vuelva a la finca. Misión cumplida. Con la satisfacción del deber cumplido, llego al fin de la etapa senderista: tres bancos en mitad de la nada. Uno de ellos está bajo una estructura de madera digna de una parada de autobús rural, pero nada más. Me queda la peor subida del día y sólo medio bidón de agua. Ministerio de medio ambiente, ¡un aljibe de agua aquí vendría bien eh!
Apechugo la cuesta sacando fuerzas de donde no hay. A veces empujando, por descansar un poco. Son 5 kilómetros que tampoco tienen un desnivel tremendo, pero estoy baldao. Cuando llego arriba hay una meseta con almendros y vistas de sierras a lo lejos. Necesito agua. La pista va llaneando hasta que se decide a perder altura claramente, ¡por fin la bajada! A ratos de asfalto, a ratos de tierra, algún falso llano, pero por fin veo el final de mi etapa. Paso junto a la presa de Mequinenza y llego al pueblo viejo de Mequinenza por donde estaba antes, antes de la inundación; un camino senderista, o de bicis, o yo que se, me deja en el centro del pueblo de ahora. Ha sido duro pero a mí me ha merecido la pena.