Badajoz a Novelda (Abdelkrim, semáforo, ardores y azadón)

Hay un semáforo en Badajoz, junto al Mercadona de Huerta Rosales, que tarda lo suyo y lo de los otros, vamos, que te empiezas a calentar y a maldecir si te encuentras con el disco en rojo ( que es el 99% de las ocasiones). Pero eso no es nada comparado con un semáforo que se encuentra en la desviación de Gévora, y que yo tuve la desdicha de padecer. Iba siguiendo la ruta de Abdelkrin, por la parte derecha del pueblo, por la circunvalación y allí, a pocos metros de un puente de vía estrecha, un semáforo regulón se puso rojo, y no de vergüenza precisamente, y allí que paré, y me estuve quieto, pero el semáforo sufría de una inquietante parálisis que me detuvo a mí y a un buen número de coches esperantes. Estuve por pedir un desayuno a la cantina de Gévora porque el tiempo pasaba y mis fuerzas flaqueban, allí con el pie a tierra, y no precisamente en una cuesta sino por aquel hijoputa de semáforo que se había quedado estancando. Hasta que cambió a verde y entonces, sentimos una dicha tremenda, por fin, llega nuestro turno. «Por fin, maldito regulón, ahí te quedas, no pienso volver».
Pasado el semáforo, cicliteé por campos y sembrados hasta llegar a la quietud de Sagrajas y tomar la pista hasta Novelda en donde me tomé el plátano potásico y escuché las conversaciones de dos paisanos en el bareto de la plaza.
—Pues no sé si voy a tener que tomar menos vino—esto lo decía el hombre setentón a las once de la mañana, delante de una copa de licor.
—¿Pos y eso? —preguntó uno algo más joven.
—Chacho, que tengo ardores, pero yo creo que esto no es del vino. El otro día, que estuve en la parcela arrancando unos yerbajos con el azadón...y me entró un dolor aquí—y se señalaba la cadera y la pierna.
— Buah, pos yo tengo un dolor aquí en la tirilla esta de la pierna que pa qué.
De la farmacia, que está pegada al bar, salía una señora, parienta de la del azadón.
—¿Ya sales?
—¿No lo ves? Anda te toca.
—Bueno, voy a ver que me dice de los ardores.
Cogió la copa y se la llevó a la boca, y dando un repentino quiebro cervical, se jincó lo que quedaba. Puso la copa en la mesa, se levantó, se tocó la barriga y con paso decidido se dirigió a la farmacia.
Yo apuré mi descafeinado con delicadeza y chasqueé la lengua para saborear lo último. El quiebro cervical lo dejo para cuando escucho "Highway Star " de Deep Purple.
Haya salud para diez mil rutas más