Por La Tierra de la Caña, el Dulce Aroma y La Panela; Güepsa y San Benito Santander; Febrero de 2016
near Puente Nacional, Santander (Republic of Colombia)
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Trail photos
Itinerary description
Me espera mi amigo Julián en Güepsa mientras pedaleo al norte el astro rey va comenzando a lucir sus trajes anaranjados, rompiendo ese gris tan frío de las matutinas horas. Cuando llego a Güepsa, me saludan Julián y Hazard, su perrito quien presiente que su padre se va con ese señor que no conocía, mientras vamos viendo la ruta ya hecha y estiramos los músculos para que digieran mejor cada kilómetro a recorrer.
Era el primer ascenso y la niña nos perseguía a paso incansable, trotaba como un perro rabioso buscando a qué clavarle el diente, mientras yo me reía de verla, tras mí llanta y cuando nos cansamos de huir, pues era inútil, sólo nos detuvo la curiosidad y la risa. Cómo esta ave tan curiosa, que su dueña llamaba “Niña” y que en cualquier campo, es conocido este pajarito, como Guacharaca, nos perseguía de tal forma. Nos reímos a carcajada entera, porque como ciclo montañistas nos han perseguido todo tipo de criaturas, pero una Guacharaca, "en la vida".
Pasaba la gente sumergida en su cotidianidad trabajadora, arriando mulas preñadas de dulzura en forma de caña de castilla, mientras a nuestros costados el paisaje se bordaba de tapizados verdes, amarillos, hilos de plata de un río Suárez bastante amansado por el verano, bellos Ocobos que cortaban un verde casi omnipresente, con sus tonos rosados y lilas, como joyas colgantes en el cuello de la naturaleza, no había más que pedir, pues la ruta no era nada tortuosa al inicio y se descendía acompañando el río, que ni ruido hacía. No había barro, pero si muchas piedras y un horizonte dibujado con atípicas montañas. Niños arriando cabras y el saludo de la gente campesina, condimentado con una sonrisa tímida y sincera, aunque lo más hermoso era lo que los ojos no percibían, ese aroma de azahares y dulces tonos, nacientes en los molinos y trapiches que magullaban la caña hasta sus jugos, dejando el bagazo para dormir las penas, luego de la dura molienda, pero también dejando la apreciada panela, la misma que enamora a los viajeros extranjeros cuando sus lenguas viajan a ella por primera vez y sus olores son mejores que un bouquet en un rincón del viejo mundo.
Pues nos hemos metido a un trapiche en plena molienda, abriendo el broche y metiendo los dedos en la tibia miel, mientras los amigos que allí se ganaban el pan, nos miraban y nos preguntaban el "de dónde vienen y a dónde van" y los niños con su “miren esas ciclas tan bacanas". Como las abejas, fuimos atraídos a los fondos y a los moldes, para luego irnos contentos y pronto llegar a la primera equis en nuestros mapas del tesoro. San Benito Nuevo era una completa paradoja, pues es un pueblo casi fantasma, de no ser por la tienda y el hogar de abuelitos, junto con una música de despecho en una cantina sin clientes. La poca planeación de los años cincuenta, ha hecho que se construya tan cerca del río que al final no fue habitado y la gente se quedó en el San Benito de siempre, al cual no llegaríamos sin antes dar una vuelta más hacia el norte, hasta la vereda Juntas, donde luego de una cerveza inoportuna, me embarga el mareo y peor de como venía, comienzan los ascensos bajo un sol ya no tan amable como en horas más tempranas. El Suárez ya muy enclenque por la sequía, no ha puesto casi resistencia y nos ha dejado cruzarle. Nos ofrece un alivio que nos refresca el alma y luego de hacer un poco de careteo en él, admirando su fauna subacuática nos ponemos en trabajos para ascender hasta las Juntas.
Mi amigo saca su paciencia y la extiende en el sol, pues ha tenido que esperarme de nuevo, llegando a San Benito Viejo una hora antes que yo. El almuerzo esperado por mi temblorosa y lenta cadencia, nos hace echarnos en el prado del parque mientras reponíamos fuerza para seguir. La hermosa Ceiba del parque nos miraba y daba sombra así como cuando en los años ochenta, nos vigilaba, a mi padre y a mí, cuando fuimos a ese pueblito la primera vez. Al verla fue otra máquina del tiempo, como en Albania, como en La Granja, como en Cartagena, como seguramente lo será en Cartago o Pereira cuando vaya, solo por el hecho de ya haberles visto de la mano de mi padre que en mi infancia me hacía su compañero de aventuras. Los musgos colgantes de la ceiba parecían una lluvia extraña pero hermosa, que trataba de buscar a ese suelo que nos sostenía.
Dejamos atrás los recuerdos y seguimos pedaleando y burlándonos de la típica carretera nos salimos a un camino de herradura llenos de naranjales y ganado, ya en un naciente atardecer que nos cobijaba mientras ascendíamos pendientes de alto porcentaje con angostas sendas. Al final nos encuentra un filo con una vista necesaria para olvidar el cansancio y ver como se muere ese día que en su final nos deja llegar a Güepsa para no pedalear más, pues la lluvia no nos deja cerrar la ruta en Puente Nacional, obligándonos a llegar allí sobre cuatro ruedas y sin una gota de agua encima. Si me preguntan, que es lo que más me gusta de viajar, es el conocer, el recordar, el evocar un pasado que albergaba a esas personas que desde el cielo me cuidan y los lugares que compartí con ellas. Los aromas, los problemas, la incertidumbre, lo que hay tras cada curva o cada montaña, eso es lo mágico de pedalear (…)
Era el primer ascenso y la niña nos perseguía a paso incansable, trotaba como un perro rabioso buscando a qué clavarle el diente, mientras yo me reía de verla, tras mí llanta y cuando nos cansamos de huir, pues era inútil, sólo nos detuvo la curiosidad y la risa. Cómo esta ave tan curiosa, que su dueña llamaba “Niña” y que en cualquier campo, es conocido este pajarito, como Guacharaca, nos perseguía de tal forma. Nos reímos a carcajada entera, porque como ciclo montañistas nos han perseguido todo tipo de criaturas, pero una Guacharaca, "en la vida".
Pasaba la gente sumergida en su cotidianidad trabajadora, arriando mulas preñadas de dulzura en forma de caña de castilla, mientras a nuestros costados el paisaje se bordaba de tapizados verdes, amarillos, hilos de plata de un río Suárez bastante amansado por el verano, bellos Ocobos que cortaban un verde casi omnipresente, con sus tonos rosados y lilas, como joyas colgantes en el cuello de la naturaleza, no había más que pedir, pues la ruta no era nada tortuosa al inicio y se descendía acompañando el río, que ni ruido hacía. No había barro, pero si muchas piedras y un horizonte dibujado con atípicas montañas. Niños arriando cabras y el saludo de la gente campesina, condimentado con una sonrisa tímida y sincera, aunque lo más hermoso era lo que los ojos no percibían, ese aroma de azahares y dulces tonos, nacientes en los molinos y trapiches que magullaban la caña hasta sus jugos, dejando el bagazo para dormir las penas, luego de la dura molienda, pero también dejando la apreciada panela, la misma que enamora a los viajeros extranjeros cuando sus lenguas viajan a ella por primera vez y sus olores son mejores que un bouquet en un rincón del viejo mundo.
Pues nos hemos metido a un trapiche en plena molienda, abriendo el broche y metiendo los dedos en la tibia miel, mientras los amigos que allí se ganaban el pan, nos miraban y nos preguntaban el "de dónde vienen y a dónde van" y los niños con su “miren esas ciclas tan bacanas". Como las abejas, fuimos atraídos a los fondos y a los moldes, para luego irnos contentos y pronto llegar a la primera equis en nuestros mapas del tesoro. San Benito Nuevo era una completa paradoja, pues es un pueblo casi fantasma, de no ser por la tienda y el hogar de abuelitos, junto con una música de despecho en una cantina sin clientes. La poca planeación de los años cincuenta, ha hecho que se construya tan cerca del río que al final no fue habitado y la gente se quedó en el San Benito de siempre, al cual no llegaríamos sin antes dar una vuelta más hacia el norte, hasta la vereda Juntas, donde luego de una cerveza inoportuna, me embarga el mareo y peor de como venía, comienzan los ascensos bajo un sol ya no tan amable como en horas más tempranas. El Suárez ya muy enclenque por la sequía, no ha puesto casi resistencia y nos ha dejado cruzarle. Nos ofrece un alivio que nos refresca el alma y luego de hacer un poco de careteo en él, admirando su fauna subacuática nos ponemos en trabajos para ascender hasta las Juntas.
Mi amigo saca su paciencia y la extiende en el sol, pues ha tenido que esperarme de nuevo, llegando a San Benito Viejo una hora antes que yo. El almuerzo esperado por mi temblorosa y lenta cadencia, nos hace echarnos en el prado del parque mientras reponíamos fuerza para seguir. La hermosa Ceiba del parque nos miraba y daba sombra así como cuando en los años ochenta, nos vigilaba, a mi padre y a mí, cuando fuimos a ese pueblito la primera vez. Al verla fue otra máquina del tiempo, como en Albania, como en La Granja, como en Cartagena, como seguramente lo será en Cartago o Pereira cuando vaya, solo por el hecho de ya haberles visto de la mano de mi padre que en mi infancia me hacía su compañero de aventuras. Los musgos colgantes de la ceiba parecían una lluvia extraña pero hermosa, que trataba de buscar a ese suelo que nos sostenía.
Dejamos atrás los recuerdos y seguimos pedaleando y burlándonos de la típica carretera nos salimos a un camino de herradura llenos de naranjales y ganado, ya en un naciente atardecer que nos cobijaba mientras ascendíamos pendientes de alto porcentaje con angostas sendas. Al final nos encuentra un filo con una vista necesaria para olvidar el cansancio y ver como se muere ese día que en su final nos deja llegar a Güepsa para no pedalear más, pues la lluvia no nos deja cerrar la ruta en Puente Nacional, obligándonos a llegar allí sobre cuatro ruedas y sin una gota de agua encima. Si me preguntan, que es lo que más me gusta de viajar, es el conocer, el recordar, el evocar un pasado que albergaba a esas personas que desde el cielo me cuidan y los lugares que compartí con ellas. Los aromas, los problemas, la incertidumbre, lo que hay tras cada curva o cada montaña, eso es lo mágico de pedalear (…)
Waypoints
Religious site
4,524 ft
San Benito Viejo, Santander
Curiosamente el poblado más antiguo, es el mejor conservado y donde viven la mayoría de sus habitantes.
Panorama
5,007 ft
Vista de San José de Pare y Santana Boyacá
Vista de San José de Pare y Santana Boyacá
Comments (1)
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Muy buen recorrido, muy buen registro fotográfico y mejor a un esta amena crónica, felicitaciones Marius y gracias por compartir el trazado.