¿Un Camino Hacia el Cielo? Minca, El Campano, Cerro Kennedy, Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena. Marzo 2024.

Mi entrañable Lala y yo quisimos aventurarnos en esta ruta brutal y espectacular, en donde se va desde el nivel del mar, hasta más de tres mil metros sobre este, haciendo que, ante nuestros ojos, corran los pisos térmicos y pasen sin que casi nos demos cuenta y viajemos de playas, a selva y de bosques de montaña a páramo en un solo ascenso de montaña de un día. Se le conoce como una de las rutas de ciclismo de montaña, más difíciles y hermosas en Colombia.

Interrumpíamos la cadencia, para disfrutar de uno de los mejores lugares del mundo para la ornitología y algo de ello intentamos a simple vista, al canto de tucanes, el zumbido de colibríes multicromáticos, el susurro de canoras y otras aves y seres de todo tipo, que sobre y junto a nosotros, pululaban en su cotidianidad, rota por el aberrante sonido de nuestra voz, que rompe la paz de su naturaleza. Monos aulladores y mariposas; libélulas y serpientes, pasan también entre estos árboles inmensos a cada costado de la fuerte y arisca carretera, que más bien semejaba un río seco, que partía en dos aquella jungla de todos los verdes posibles e imposibles, por donde podíamos a duras penas pasar, estando dicha senda, forrada en grandes rocas sueltas, charcos y barro que, a cualquier desconcentración, prometían tiquete directo al suelo. También dejábamos de pedalear para descansar caminando mientras empujamos la bicicleta pues no es este un buen lugar para quedarse quieto o sentarse.

La música de la montaña no podría ser mejor, después del despertar en Minca, el bello pueblo indígena, ahora lleno de foráneos; el clima fue de seda, porque el sol tuvo piedad con nosotros y se quiso esconder entre la inmensidad blanca de un día que auguraba en próximas semanas, la añorada lluvia.

¿Qué es lo que se busca aquí, después de sufrir, porque realmente se sufre pedaleando estos caminos? No es solamente ver cómo cambia en poco el paisaje, no es solamente ver animales increíbles o al menos saber de ellos por su música, cerca o a lo lejos, no es el destino que promete una de las mejores vistas en la vida, pues hacia el oeste, está la inmensidad azul del caribe, fundido con el firmamento y al virar mirada al este, si la niebla da permiso, los picos nevados de las montañas más inmensas de Colombia, cuya cima es la cumbre colombiana, más cercana al cielo, con sus más de cinco mil imponentes metros, que quitan el aliento. No, no es solo eso.

Es el reto que supone, es disfrutar y agradecer a un duro e inclemente camino, mientras este, te quiere escupir de regreso a Minca, es impregnarse de la naturaleza, o sentir como poco a poco se siente el calor de las tierras costeras y en pocas horas gozar del alivio del frío del páramo mientras se contempla abajo el océano; es ver los ocres de las tierras bajas cercanas a la playa como si fuese una nostálgica pintura otoñal y poco después sin darse uno cuenta, luego de que cada hoja, cada frondoso árbol, bambú y pájaro, se van colando poco a poco y dejar el seco ocre y marrón de tierras bajas, en el recuerdo y percibir la repentina aparición de la selva en inmensas, circundantes y coloridas montañas, los aromas de los pinares en grandes bosques andinos, que poco después le abren paso a musgos azules o verdes y hasta rosados, entre helechos y plantas de páramo que besan el espíritu blanco del aire para atraparle y destilarle en caudales frescos de vida, montaña abajo, pero la razón principal, era sentir la fortuna de la compañía de una de las personas más queridas e importantes para mí, quien con su amistad de muchos años, su admirable frugalidad y fortaleza, su sencillez, espontaneidad y alegría hoy estaba a mi lado pedaleando estas tierras altas junto al mar, de inconmensurable belleza y valor. Gracias Lala, que como tu padre y el mío, quienes hoy nos acompañan en mente y corazón, disfrutamos de la vida al ser amigos, como ellos, ya décadas atrás.

Mi amiga Liliwhale a quien profundamente agradezco esta y muchas otras rutas más, fue nuestra guía en la distancia y me decía, pocos días antes, que habiendo hecho esta ruta en sus años de más práctica, le ha parecido extremadamente compleja, luego de estudio previo e intentos fallidos, haberlo logrado y ser premiada con las vistas, desde las montañas más altas del mundo junto al mar y al hacer nosotros la ruta, ella no estaba muy lejos de la realidad, pues si la montaña no quiere, no subes y con mi compañera de ruta, quien hoy comparte conmigo la razón y el sentido de esta travesía, podemos decir que esta aventura, podría ser de las más costosas y exigentes de nuestras vidas. Gracias a Liliwhale quien hace más de una década ha hecho esta ruta, para su seguimiento, compartiendo la información más útil y necesaria para poder aprovechar y disfrutar al máximo esta travesía.

- Está lloviznando; imagínate tener que devolvernos a dos kilómetros de llegar, dijo ella.

- Con esta ruta es posible, le contesté con una sonrisa a mi compañera y desde allí comencé a decir algo que realmente sentía y algo que he aprendido en todas las rutas que he emprendido.

- ¿Por qué lo crees, está muy tarde ya?, ¿crees que va a llover más fuerte?

- La verdad no sé pero si te digo algo sincero, me siento feliz y lo seguiría, si la ruta se acaba aquí mismo. Lo que he visto me ha asombrado y no llegar a los miradores por toda la cuchilla de San Lorenzo o a la misma meta donde acaba este camino, en el Batallón de Alta Montaña, no me importaría.

- Sí, entonces vamos hasta donde se pueda y otro poquito más, tu me dirás Marito.

Con esa conversación espantamos la sensación, que algunas veces, invitada solo por aquellos prepotentes planes, que se jactan de ignorar las circunstancias, llega y da un toque de amargura. No es otra más que la frustración sin aceptación alguna, que todo no ha salido como el camino de rosas que imaginamos, sin un gramo de realidad y coherencia. De esta manera, aceptamos y no intentamos controlar todo a nuestro antojo, más que nuestro pensamiento y reacción a los azares de la realidad, eso sí, con el máximo esfuerzo aplicado en el propósito de pedalear y disfrutar, mientras se avanza, lo más posible porque si no hiciésemos, esto último, caeríamos vilmente a los charcos del conformismo.

Allí, en ese momento, entre el silencio posterior de nuestra voz, el agua cae con un poco más de fuerza, el frío es tal que pinta de blanco todo el entorno y el reloj llega a un punto llamado, tarde. Faltaba muy poco y justo iniciaba la Cuchilla de San Lorenzo. (...) Había que regresar.


¿Acaso importa si nos faltaron cuatro kilómetros para la cima?, ¿cabe el mínimo de frustración porque a nivel de páramo, no se veía más que neblina? ¿podría sentir que el esfuerzo no ha valido la pena, por no haber llegado?

¿Llegar a dónde? estábamos disfrutando un camino y alcanzamos la cima de la humildad y la prudencia al regresar a buena hora y no dejar que la noche o la lluvia nos alcanzara a estas alturas y en estas antípodas. Aun así, la montaña, kilómetros abajo nos tenía una sorpresa y en uno de muchos parajes a borde de abismo, el cielo se desnuda de neblinas y lloviznas y nos muestra un ocaso naranja entre montañas y no entendíamos la rareza y rara lógica de aquel paisaje que nos mostraba como un camino ascendía en el cielo. ¿Pero como es posible, si lo oscuro es tierra y lo claro es cielo, por qué esa franja de tierra sube a las nubes?

Quizás el esfuerzo nos hacía alucinar, pero no era tal cosa, pues ambos veíamos lo mismo sin entender y aquel camino al final se convertiría en el motivo por el que por muchos minutos, nos hallábamos contemplativos, descifrando el misterio, hasta que aquel cielo en ocaso naranja, no era otra cosa que un sorprendente reflejo del sol en el mismísimo mar caribe, que daba también la sensación de estar sobre las montañas de ese extraño y bellísimo horizonte y dicho camino no se abría paso ascendiendo entre el cielo sino que era la franja de tierra de Tasajeras, que separa como una muralla, el agua dulce de la gran Ciénaga Grande de Santa Marta y el Mar Caribe, lugar que viéndolo en los mapas, de niño me despertaba curiosidad, de como era esa delgada carretera en esa franja de tierra bordeada por la ciénaga a un lado y el mar al otro y por donde en aquel primer viaje en bicicleta hacia la costa, diez años atrás, he cruzado para llegar a Cartagena y saciar aquella curiosidad geográfica, que tenía desde la infancia.

Poco tiempo después y por un descenso muy fuerte, casi vertical, que me dejaría de recuerdo, las ampollas en las manos de tanto frenar entre piedras y sin casi suspensión, deshacemos el esfuerzo y metros ganados para llegar a Minca y regresar a casa de Lalita en cercanías de Santa Marta y ya con el enigma resuelto de aquel camino que parecía llegar a lo alto e incrustarse en el horizonte hasta desvanecerse, nos queda el gran sabor de boca que deja esta pedaleada por la Sierra Nevada de Santa Marta, en búsqueda del paisaje que brinda el casi inalcanzable cerro Kennedy.

Ahora comparto lo que aprendimos:

A la montaña se va sin saber hasta donde se puede llegar y por ello hay que sentir el camino y disfrutar el recorrido, sin estar pensando a dónde se va a llegar. Es mejor hacer este recorrido con óptimo estado físico previo entrenamiento por vías destapadas, para mantener un buen equilibrio y habilidad de maniobra entre los muchos pasos difíciles y rocosos de esta vía. Es indispensable dormir bien la noche anterior y salir de Santa Marta o Minca, antes del amanecer. Entre más se cuenten o se mire, cuántos kilómetros faltan, más largo se hará el recorrido. La lluvia y el frío serían un factor determinante para regresar, sobre todo en la parte alta, ya que hablamos de clima de páramo y pocos lugares donde refugiarse. Las bicicletas deben estar en óptimas condiciones y si son alquiladas, aún más. Se debe llevar más agua de la que se cree necesitar y también en lo posible, algo de comida, herramientas y repuestos de uña del desviador o tensor, neumático y eslabones de cadena. Por último, se debe tener buena actitud, pues estar pensando en que la vía va a mejorar después de cada curva, es un factor psicológico que no ayudará mucho ya que el camino, cada vez es peor y más difícil en terreno e inclinación, además de medir bien el tiempo, pues en el descenso de regreso, se debe contar con buena luz y precaución, porque ya en vía asfaltada hay tráfico de vehículos que toman muy abierta la vía al subir, sin precaución alguna.

Si disfrutas el camino, ya no importa el destino. Si no se llega al final, queda otra revancha para batallar, cumplir, al volver y de nuevo, intentar.

DUNÍ, ÍNGUA NÁCHUCUA