Celada de Robledo-Peña Tejedo-La Verdiana-Peña del Sol, del Gato y la Bermeja (Mi Odisea particular))
near Celada de Roblecedo, Castilla y León (España)
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Itinerary description
--Acariciaba ya la Aurora de rosados dedos los tejados de la hermosa villa de Celada de Robledo, cuando en completa soledad, atravesara yo sus desiertas avenidas.
--Cruzáronme al paso sendos mastines los cuales, tras dejarme clara mi calidad de forastero, marcáronme el camino de herradura por el que debiera continuar.
--Adentrábame yo en el bosque primigenio, formado por formidables ejemplares de Roble albar (Quercus petraea), cuando en un recodo del camino, salióseme al encuentro el espíritu del pastor de mesnadas Gonzalo de la Fuente, quien tras saludarme ofrecióme hospedaje.
--Aceptando tan divina invitación, sentámonos junto al quicio de su humilde morada contemplando el esplendor natural que nos rodeaba.
--Narrábame él como tiempo atrás había llevado en este valle una vida de felicidad espartana, conduciendo diariamente rehalas de ganado a los verdes prados de los que se alimentaban.
--Entendió los motivos que me habían llevado a tan recóndito lugar, mas no halló explicación alguna a mis ansias de ollar las cumbres cercanas cuando en ellas, no había extraviado cordero alguno.
--Dejé constancia de mi paso en su diario y despidiéndonos amistosamente, híceme yo el propósito de volver algún día y compartir con él un buen un trozo de queso y un poco de dulce vino.
--Ensimismado iba en mis pensamientos cuando, abandonando la protección del bosque y ya bajo los fúlgidos rayos de sol, asomábame a los lindes de Pradocollado. Allí decidí cambiar el rumbo y encaminar mis pasos hacia el chozo de Campullao, donde pastaban a merced grupos de ungulados.
--Mientras yantaba mis viandas meditaba que vía debía tomar. Al norte se perfilaba imponente el Peña Tejedo -podría subir por ahí, caminantes pasados lo calificaban como "comodo y accesible"-; también podría volver al sendero principal y bordeando los pastos acceder al collado. Al final opté por la tercera posibilidad, atravesé el corazón de Pradocollado y por una garganta rocosa me encaramé al chozo del Corpus Christi; anteriormente llamado de Las Traviesas.
--Cruzaba ya la alambrada para continuar por el cordal, cuando perdí los favores de Zeus, que las nubes acumula, y ocultándome el sol, ordenó que Bóreas soplara implacablemente. Así, embozado en mi capa, seguí avanzando hasta alcanzar el Peña Tejedo y la Peña de los Redondos, que distaba de la anterior en escasos metros.
--Aunque muy bellas, las cumbres no fueron hechas para la permanencia humana, por lo que no entreteniéndome demasiado alcancé una de las gargantas de bajada, formada por lajas pulidas, vegetación húmeda y piedras sueltas -fiera parecía desde arriba- y guardándome los bastones de caminante, afronté el destrepe como buenamente pude hasta entornos más hospitalarios.
--Proseguía el día y proseguía yo mi andadura internándome en terrenos escarpados con numerosas grutas, donde bien hubiera podido tener morada Polifemo; una de ellas partía en dos la Peña comunicando valle con valle -una delicia para los sentidos-.
--El Bóreas arreciaba cuando, dejando atrás La Verdina y el collado Morcillero y alcanzado ya el Peña Sol, ponía mis botas rumbo a la prominente Peña del Gato.
--Como tímido roedor, desandé camino hasta el collado, y paralelo a los altos muros de piedra, me fui aproximando discretamente al escarpado felino.
--El más fiero de todos ellos, con las nubes en sus cumbres y el vacío a sus pies, conectaba su afilada arista con el cordal de la Bermeja. Helada la sangre yo tenía cuando bien escuché en mis mentes las aladas palabras de Epifrón, deidad prudente y reflexiva, que me aconsejaba descender pacíficamente hasta la base y tomar la cresta que me depositaría en la añorada cima de la la bella Bermeja.
--Feliz hallóse mi espíritu contemplando la infinitud que me rodeaba; relajé mi cuerpo y mi mente, hasta que volviendo a la realidad misma, y al igual que hiciera el bueno de Ulises mañero, emprendí el regreso a mi Ítaca particular.
--Con el corazón lleno de júbilo, destrepé en dirección sur con la vista puesta en un buen y pisado camino que se divisaba al fondo, mas... ¡pobre de mí! que dejándome tentar por el poder de la tecnología bordeé la cima y me adentré en un mar de matorrales formado por el pinchudo Tojo.
--A pesar de todo, conecté con el sendero divisado que me condujo a la noble villa de Celada de Robledo.
--Tras limpiar mis sudores en su fuente, fuí a refugiarme en los muros de su ermita, donde tras realizar las libaciones correspondientes a los dioses simpre felices y muy especialmente a la ojizarca Atenea, di cuenta de mis vituallas.
-- ¡Y se acabó!, Regresé a la apresurada civilización en mi cóncava nave, cambiando el disfraz de cordero por el de lobo y recordando las palabras de David Le Bretón:
|~El caminar es una inmersión en la sobreabundancia del mundo, una sed de ir más allá de las apariencias organizadas y esterilizadas de nuestras ciudades o de nuestros campos, de nuestros lugares de vida habituales, para penetrar al máximo en esa copiosidad que hemos dejado de ver por culpa de la tecnología que intermedia en nuestra relación con el mundo, y por culpa del mapeo de todo el territorio a través de la urbanización|~
--Cruzáronme al paso sendos mastines los cuales, tras dejarme clara mi calidad de forastero, marcáronme el camino de herradura por el que debiera continuar.
--Adentrábame yo en el bosque primigenio, formado por formidables ejemplares de Roble albar (Quercus petraea), cuando en un recodo del camino, salióseme al encuentro el espíritu del pastor de mesnadas Gonzalo de la Fuente, quien tras saludarme ofrecióme hospedaje.
--Aceptando tan divina invitación, sentámonos junto al quicio de su humilde morada contemplando el esplendor natural que nos rodeaba.
--Narrábame él como tiempo atrás había llevado en este valle una vida de felicidad espartana, conduciendo diariamente rehalas de ganado a los verdes prados de los que se alimentaban.
--Entendió los motivos que me habían llevado a tan recóndito lugar, mas no halló explicación alguna a mis ansias de ollar las cumbres cercanas cuando en ellas, no había extraviado cordero alguno.
--Dejé constancia de mi paso en su diario y despidiéndonos amistosamente, híceme yo el propósito de volver algún día y compartir con él un buen un trozo de queso y un poco de dulce vino.
--Ensimismado iba en mis pensamientos cuando, abandonando la protección del bosque y ya bajo los fúlgidos rayos de sol, asomábame a los lindes de Pradocollado. Allí decidí cambiar el rumbo y encaminar mis pasos hacia el chozo de Campullao, donde pastaban a merced grupos de ungulados.
--Mientras yantaba mis viandas meditaba que vía debía tomar. Al norte se perfilaba imponente el Peña Tejedo -podría subir por ahí, caminantes pasados lo calificaban como "comodo y accesible"-; también podría volver al sendero principal y bordeando los pastos acceder al collado. Al final opté por la tercera posibilidad, atravesé el corazón de Pradocollado y por una garganta rocosa me encaramé al chozo del Corpus Christi; anteriormente llamado de Las Traviesas.
--Cruzaba ya la alambrada para continuar por el cordal, cuando perdí los favores de Zeus, que las nubes acumula, y ocultándome el sol, ordenó que Bóreas soplara implacablemente. Así, embozado en mi capa, seguí avanzando hasta alcanzar el Peña Tejedo y la Peña de los Redondos, que distaba de la anterior en escasos metros.
--Aunque muy bellas, las cumbres no fueron hechas para la permanencia humana, por lo que no entreteniéndome demasiado alcancé una de las gargantas de bajada, formada por lajas pulidas, vegetación húmeda y piedras sueltas -fiera parecía desde arriba- y guardándome los bastones de caminante, afronté el destrepe como buenamente pude hasta entornos más hospitalarios.
--Proseguía el día y proseguía yo mi andadura internándome en terrenos escarpados con numerosas grutas, donde bien hubiera podido tener morada Polifemo; una de ellas partía en dos la Peña comunicando valle con valle -una delicia para los sentidos-.
--El Bóreas arreciaba cuando, dejando atrás La Verdina y el collado Morcillero y alcanzado ya el Peña Sol, ponía mis botas rumbo a la prominente Peña del Gato.
--Como tímido roedor, desandé camino hasta el collado, y paralelo a los altos muros de piedra, me fui aproximando discretamente al escarpado felino.
--El más fiero de todos ellos, con las nubes en sus cumbres y el vacío a sus pies, conectaba su afilada arista con el cordal de la Bermeja. Helada la sangre yo tenía cuando bien escuché en mis mentes las aladas palabras de Epifrón, deidad prudente y reflexiva, que me aconsejaba descender pacíficamente hasta la base y tomar la cresta que me depositaría en la añorada cima de la la bella Bermeja.
--Feliz hallóse mi espíritu contemplando la infinitud que me rodeaba; relajé mi cuerpo y mi mente, hasta que volviendo a la realidad misma, y al igual que hiciera el bueno de Ulises mañero, emprendí el regreso a mi Ítaca particular.
--Con el corazón lleno de júbilo, destrepé en dirección sur con la vista puesta en un buen y pisado camino que se divisaba al fondo, mas... ¡pobre de mí! que dejándome tentar por el poder de la tecnología bordeé la cima y me adentré en un mar de matorrales formado por el pinchudo Tojo.
--A pesar de todo, conecté con el sendero divisado que me condujo a la noble villa de Celada de Robledo.
--Tras limpiar mis sudores en su fuente, fuí a refugiarme en los muros de su ermita, donde tras realizar las libaciones correspondientes a los dioses simpre felices y muy especialmente a la ojizarca Atenea, di cuenta de mis vituallas.
-- ¡Y se acabó!, Regresé a la apresurada civilización en mi cóncava nave, cambiando el disfraz de cordero por el de lobo y recordando las palabras de David Le Bretón:
|~El caminar es una inmersión en la sobreabundancia del mundo, una sed de ir más allá de las apariencias organizadas y esterilizadas de nuestras ciudades o de nuestros campos, de nuestros lugares de vida habituales, para penetrar al máximo en esa copiosidad que hemos dejado de ver por culpa de la tecnología que intermedia en nuestra relación con el mundo, y por culpa del mapeo de todo el territorio a través de la urbanización|~
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