Peña Carazo, 2.013 m y Horca de Lores, 2.020 m, desde Abadía de Lebanza (La Pernía I)

Una ruta bonita y no muy larga pero que nunca puedes decir que esta va a ser fácil, pues la aventura es la aventura y siempre pasan cosas que hacen que sean especiales.

Dejando el coche en la Abadía de Lebanza, se traspasa una cerca que guarda el ganado y, pasando al lado de una piscina, empezamos los primeros metros del camino. Éste está completamente embarrado y mancha las botas en los primeros metros de la ruta. Enseguida tuerce fuerte a la izquierda y empieza a ascender suavemente entre los robles por los que discurre. Al cabo de un kilómetro el bosque se abre y tengo ante mí un increíble prado todo verde de primavera, que contrasta con el robledal aún gris de invierno. Veo a lo lejos a donde me tengo que dirigir, el Collado de Hontanillas y con buen paso y ánimo me encamino en dicha dirección pensando cómo afrontarlo dado que aparece protegido de mucho matorral.

AVISO 1:
Yendo más hacia la derecha, como me indicaba el track que seguía, del montañero "en_xixa", se halla un sendero que, si bien también trascurre entre brezos y escobas, no tienes que luchar con ellos como hice yo. Importante tenerlo en cuenta.

Creyendo encontrar un paso entre las escobas me dirijo hacia ellas, dándome cuenta tarde que no era la senda correcta. Continúo hacia adelante hasta encontrar una senda y de ahí enlazar con la vereda que seguía desde el principio. Hubiera sido sólo un contratiempo de unos minutos si no fuera porque descubro que he perdido la cámara de fotos en medio de los brezos. Maldiciones y clamo al cielo. Lo que fue un despiste por no ir por el camino correcto ahora se convierte en un problema.
Dudo si proseguir mi camino o ponerme a buscarla en medio de los brezos y escobas que, en ocasiones, tenían mi altura. Si no lo busco me voy a arrepentir, y si lo busco lo tengo que hacer a conciencia para no gastar el tiempo en balde. Decido buscar y pauso el GPS para no grabar esta parte de mi ruta. Pero con el aparato en la mano desando el camino intentando ir exactamente por encima de mis pasos, por los brezos primero, luchando con ellos una vez más, hasta el prado después, el que salía del bosque, donde fue la última vez que recordaba haberla usado. Estoy convencido que se ha caído en las escobas, pero tengo que agotar todas las posibilidades. Por las escobas retrocediendo no la encontré, y por los prados tampoco. Me encuentro con otros 3 montañeros y no han visto nada ellos tampoco, me desean suerte, gracias. Solo quedaba atravesar otra vez los brezos (ya sería la tercera) y tirar otra vez los dados. Examino cada brezo, miro debajo de ellos, desando una y otra vez el camino para cerciorarme que no está ahí... y lo más importante, pido ayuda a las hadas de los bosques y a los duendes de la montaña y, finalmente, la hallo. Y con ella los recuerdos que cargaba de muchos días, que realmente era lo que quería recobrar, más que la cámara en sí.

Vuelvo a la senda desde la cual iba a volver a retomar el camino. Manos y cara arañadas, piernas amoratadas, un ecce homo, pero súper contento y aún flipando por haberla hallado. Dos horas de esfuerzo me ha costado. A partir de aquí progreso con rapidez, los arbustos que hay me parecen minucias y asciendo a buen ritmo, pero sintiendo el desgaste de las horas anteriores. Me cuesta alcanzar el Collado de las Hontanillas, hay que superar un buen desnivel hasta el mismo. En él me recibe el viento y un paisaje de película: Curavacas, Peña Prieta y Lezna, nos reciben a nuestra llegada al collado Hontanillas a 1.838 mts. Hay una valla que separa comarcas. Hago foto, con la cámara, en una piedra. Me voy a ir, ando unos metros y... me doy media vuelta a recogerla, casi la olvido :)
Ahora asciendo sin dilación paralelo a la cerca con alambre de espino, todo hacia arriba. Tengo que encontrar una brecha, un paso para poder pasar al otro lado. No es complicado y al atravesarlo me encuentro con una cresta de roca muy fracturada pero de progresión rápida (en esta ruta todo lo que no sean arbustos, brezos y demás, me va a gustar, todo, todo) pero hay que ir con cuidado. A rato el viento pega y hacia la derecha hay un buen salto, mejor alejarse.
Un esfuerzo más, pienso que va a ser el último porque no tengo ganas de continuar más allá de la Peña Carazo. Veo a los tres montañeros que ya han llegado a la cumbre y para cuando lo hago yo se disponen a abandonarla. Hace mucho viento en la cumbre, hay que guarecerse bajando un poco o abandonarla. Ellos van a ir al Carazuelo, el Horca de Lores, que lo tenemos enfrente.
El subidón de haber hecho cumbre, el ver la siguiente cumbre al alcance de la mano, saber que las hadas y los duendes están de mi parte... hace que me decida y sin más dilación que un mini bocata de nocilla, y enfundándome el cortavientos, marcho tras ellos para subir el Horca de Lores yo también. Vamos en paralelo, prácticamente, sendas parejas que llegan a la misma cima. Esta vez hago cumbre yo primero y cuando ellos llegan ya tengo decidida la ruta para seguir, llegar a una pista de tierra que se distingue no muy lejos. Más adelante me daré cuenta que esa no es el camino de regreso dado que es el camino que lleva a Lores. Que si bien no queda muy lejos, hay que llegar campo a través con la dificultad y la lenta progresión que eso me va a conllevar. Ellos regresarán por donde han subido, tenían decidido hacer. Hablamos un rato recuperando fuerzas, nos despedimos, son de Valladolid también.
Empiezo a bajar el Carazuelo otra vez de subidón, muy contento. He conseguido hacer las dos cumbres y por aquí no hay escobas ni brezos, ¿qué más se puede pedir? Creo que queda poco hasta la pista, según la ruta que llevo siguiendo. En dicha ruta se sube además El Castro, otro pico que está justo delante. Y sí, me animo y lo subo. Y luego lo bajo... no ha sido mucho rato, pero sí otro esfuerzo y ya voy justito. Lo malo que al bajarlo y antes de encontrar una senda mejor hay que atravesar otro más de escobas, un horror.

AVISO 2:
Retrocediendo hacia El Horca de Lores, como a mitad de camino entre este y El Castro, se podría bajar hacia los prados de abajo de mejor manera. Hay que tenerlo en cuenta para evitar enfrascarse en los arbustos, los cuales parecen accesibles al principio pero se van tornando muy cerrados.

Después de atravesar otro mar de escobas y brezos, de caerme y arañarme de nuevo, encuentro un prado que es como un jardín del Edén, bonito y bucólico. En los mapas aparece con el nombre de El Jardín Sin Flores, curioso nombre para un sitio tan bonito. Dan ganas de ir allí únicamente para dormir. En ese momento tomo una decisión: abandonar la ruta que sigo con el GPS, que va campo a través en busca de una pista de tierra. Decido buscar también esa pista de tierra pero dando un rodeo para no acometer esa parte del camino que me da la sensación de ser más abrupta, además de recordar en las precisas explicaciones de "en_xixa" que se atraviesa un escobal complicado. No tengo ganas de más escobas por hoy, las fuerzas estaban ahí, ahí. No voy a lo loco, sigo una senda por prados despejados que la puedo seguir con la mirada casi un kilómetro y luego me encamino por un bosque de robles. Un robledal que parece muerto y seco, que aún no ha despertado del invierno. Todo cruje y se quiebra y parece que nadie lo ha atravesado nunca. Es muy abierto y se anda con facilidad. Sigo sendas de animales que no ganan ni pierden desnivel, lo que me viene de lujo ahora mismo. Son sabios los animales. Aquí bajo el ritmo de la ruta, voy más justo y quiero disfrutarlo más. Me paro en varias ocasiones para recrearme de la majestad del bosque aún dormido, para recobrar fuerzas, para comer lo poco que aún me queda de vituallas. Soy un extranjero en ese mucho y me encuentro con el señor del bosque, a lo lejos. Aún no tienen cornamenta y va con su hijo. Me miran y huyen rápido, no les gusto. Un espectáculo y un regalo que me brinda la foresta.
El camino se hace largo, bajo hasta un arroyo donde cojo agua y como un cacho del último bocadillo, guardo el resto para cuando encuentre el camino que persigo. Luego subo otra vez, un corto pero gran esfuerzo por una torrentera seca de agua y llena de hojas secas, una alfombra que me anima a subir.
Por fin hallo la pista y vuelvo al track que seguía antes. A partir de aquí disfrutar y dejarse llevar. Pensar menos en qué camino es el mejor el más adecuado, el que no te perderás. Las pistas discurren siempre hacia abajo, pendiente suave, sólo hay que dejarse llevar. Si aprietas un poco casi hasta vuelas. Disfruto el bosque que atraviesan, es enorme y en un par de meses será terriblemente el estallido de vida que tendrá. Ahora parece los bosques de "On the Road", agazapado, sin hojas, dormido.
Después de varios kilómetros y varios puentes, tengo por fin a Lebanza a un tiro de piedra, pero giro a la derecha pronunciadamente para cruzar otro puente y enlazar con la carretera que lleva a la Abadía de Lebanza, a otros dos kilómetros de andar cómodamente por el asfalto, rodeado de ganado y prados verdes de primavera, con una libera subida que hace que no pienses que aún se ha acabado la película.

Una ruta muy chula que se me hizo dura y larga, la mitad de la ruta discurre sin caminos, pista o senderos. Por el contrario, otra gran parte de ella discurre por pista de tierra donde se puede avanzar rápido y sin esfuerzo. Creo que sin contratiempos su dificultad sería mejor, quizá moderada, pero hay que tener en cuenta que es posible acabar en un mar de brezos, lo cual es muy incómodo y al final no queda otra que atravesarlos. Aún llevando GPS es fácil perder el camino, a no ser que vayas mirando el aparato a cada momento.

AVISOS:
En mi track atravieso dos escoberas, ambas se podrían evitar en parte con previsión previa. No es difícil pero hay que estar atento.
El tiempo en movimiento debería ser algo más largo de lo que ha anotado el dispositivo, unas 4 horas.
Lo más bonito para mi fue el atravesar el bosque de robles, saliéndome de la ruta más común. Además, el contraste entre el extraordinario verdor de los prados y los sombríos robledales.
La recomiendo hacer en cualquier tiempo, en invierno con material adecuado, debe de ser una gozada. Intentaré hacerla así el próximo invierno, con la experiencia de lo aprendido en este día.