Pico Colines (2.215 m), Robezu (2.043 m) y Peña Cigacha (2.054 m), invernal desde LE-481, Torrebarrio

«Qué bien se está cuando se está bien»...
Supongo que la sensación de bienestar es universal, independientemente de como se produzca ,y aunque una invernal de alta montaña por Babia no tenga mucho que ver con la que tenía el gran Paco Rabal cuando sentado y en paz en la playa lanzó su mirada sobre el Mediterráneo, estoy seguro que era muy parecida a la que tuve cuando al terminar la ruta volví la mirada hacia esas maravillosas montañas que tantas cosas me habían dicho y me sentí en paz.
La ruta parte de una pista que sale a nuestra derecha a unos 3 km de Torrebarrio, y que sin nieve es transitable en coche, aunque yo no pude avanzar más de 800 m por la cantidad de nieve y hielo que había.
En km y medio llegamos a la vega invernales de Cuspasante (curioso nombre) donde me hice un mini lío teniendo que pelearme con varias alambradas, lo que es absolutamente innecesario ya que se puede ir, como se ve en el track de vuelta, casi en línea recta. Tras atravesarla llegamos a la vallina del Arca, que es por donde discurre el río del mismo nombre, y que se me hizo un poco latoso por la cantidad de nieve que había, pero que se pasa sin ningún problema. Al terminarla me calcé los crampones y ahí empezó la verdadera aventura, aventura en absoluta soledad todo el día, en terreno para mi ignoto, y desconociendo como estaría la nieve y si el descenso lo podría realizar por donde había planeado; como siempre había un plan B, y como siempre es el mismo: dar media vuelta y volver por donde se había venido si el tema se ponía feo.
Empezamos la ascensión que es constante con una pendiente del 25% y con nieve aceptable hasta llegar a un refugio destartalado, de la Pierna se llama (alguna razón debe tener esa denominación tan extravagante), dónde aproveché para hidratarme y zamparme al habitual plátano, en este caso con unos dátiles que parecían melones (gracias Cris) y que me sentaron mejor que bien. A partir de aquí, la nieve tenía un par de cms de polvo, y después pétrea, lo que obliga, por lo menos a mí, a subir mas despacio y con mucho ojo teniendo un km por delante con una pendiente superior al 35% con alguna placa de hielo, pero también con muchas sensaciones por un esfuerzo físico importante rodeado de una belleza y una paz sobrecogedora, que se acentúan en lo alto del Robezu, con una panorámica guapa guapa. Pasamos un pequeño collado y “solo” son 500 metros más con un ascenso de 175 hasta llegar al Pico Colines.Subía cansado, pero contento por una imagen que creía que iba a aparecer en la cumbre, el tremendo paredón del Prau Fontán, de 2.357 m con una caída casi vertical de 200.
Y ahí estaba, descomunal...es como si me hubiera dado un sopapo porque su presencia es abrumadora. Ninguna foto puede ni acercarse al impacto visual que me produjo.Tanto que ni siquiera me fijé en que se veían muy bien los dosmiles de Babia y Somiedo, y hacia el este Picos, tan atrayentes como siempre.
Con los pelos como escarpias me encaminé hacia la cresta que une el Colines con la Cigacha, y que dada la cantidad de nieve que había me puso un poco nervioso...kkita...
Es una cresta preciosa de unos 250 metros, hasta tirar “to pabajo” hasta la Vega del Robezu; tardé en decidirme por donde bajar ya que la nieve estaba dura y la pendiente es del 35%, pero con cuidado se hace bien. Desde el valle ya vemos nuestro siguiente objetivo, Peña Cigacha. Andaba yo ya justito de fuerzas y he de decir que coroné la cumbre con el corazón en la boca por unos 15 metros finales de nieve pétrea con una pendiente que luego he visto del 45%; si en vez de 15 son 30 reviento.
Desde aquí de nuevo la perspectiva de lo que nos rodea es apabullante, teniendo una vista privilegiada del Pachón, la Mojonera, Peña Arca y creo que al fondo el Huerto del Diablo Sur. No preciso del regalo visual al subir una montaña para sentirme emocionado, lo que ocurre cuando hay postal es que me justifico por ella...pero no es verdad. Es otra cosa, pero no lo sé explicar, y todavía no he encontrado a nadie que sepa hacerlo, aunque se juegue la vida para conseguir esa sensación.
El descenso ya lo hice con tranquilidad, con nieve más agradecida, y pensando en la papatoria con la que me iba a homenajear en cuanto llegara a la vega del Robezu, como así hice, rodeado de montañas nevadas.
Todavía me quedaban 4 km de descenso hasta el coche, lo que hice pensando para mis adentros en lo afortunado que soy, entre otras cosas, por poder disfrutar así de la montaña invernal en un sitio tan espectacular y pacífico