30 Días en Bici. Hoyo del Aire, Aguada, Cascada Los Caballeros, Las Gachas, Cascadas de Guadalupe, Santander. Mayo 2023

Ruta Hecha en Bikepacking y Senderismo

Escudriñé aquel lugar del corazón, decidido a sacarme aquella espina, de hacer un viaje por esta ruta en bicicleta y quería llegar a ese maldito baúl donde se guardan las promesas insulsas y quemarlo. He estado muy feliz como para seguir con utopías ridículas del pasado y faltas de coherencia y desde Vélez emprendo la aventura.

Era el penúltimo día del reto de los Treinta Días en Bicicleta y de ninguna forma iba a dejármelo arrebatar de mis manos una vez más y elegí un primer destino al cual llegar, plantar mi carpa allí y así garantizar que el último día de este reto se cumpliera. Mi amigo Yutaka de Japón, en su visita a esta tierra, quedó tan maravillado con el Hoyo del Aire en La Paz Santander, que allí en el borde de un abismo de más de cien metros, plantó su carpa y pernoctó para deshacer el cansancio de más de cien kilómetros de pedaleo y algunos años después, en este 2023, he decidido dormir allí y comprobar por mí mismo las historias que mi buen amigo me contaba sobre los más extraños sonidos que en plena noche escuchó. Los nuevos amigos que me brinda el camino, poco antes de llegar a este lugar me ofrecieron un guarapo para la sed, mientras me contaban de los espantos y ánimas del lugar, para motivarme a armar mi campamento con más entusiasmo.

En un bello ocaso, las aves en picado se zambullían al interior del hoyo y se resguardaban en sus paredes o en la cueva del fondo. Se dejaban caer de las verticales paredes y poco después extendían sus alas para burlarse del abismo que tenían como jardín. Era un grupo de aves similar a los guácharos que viven en cuevas y con la más grande de las alegrías pude ver un urutaú; ya en plena oscuridad y con el eco que da el abismo, sí sonaba aterrador el canto y silbido de todas estas aves. Este mágico lugar de noche es una experiencia distinta y dormir allí fue inusualmente mágico, por no decir intimidante en un principio, por la altura, los truenos que caían no tan lejos y que el abismo replicaba en perfecta imitación, en medio de una lluvia que besaba la media noche y las historias de mi amigo que se recordaban al detalle en ese silencio que se rompía por el viento o los ecos de animales en el segundo agujero más grande del mundo ya cuando la lluvia en madrugada, se había marchado.

El día siguiente fue de festejo, pues ya superando los duros ascensos que implicaba salir de allí, recordaba que daba por fin después de cuatro intentos fallidos, el cumplimiento al reto de Treinta Días en Bicicleta y compartí muy feliz dicho logro para el alma, pues esta debe nutrirse de estos pequeños y nada fáciles retos que ajustan bastante bien la voluntad.

Un hermoso, viejo pero restaurado trapiche, colorido y mágico, me daba la bienvenida a La Paz, tercer municipio de esta aventura y me marcho rechazando cortésmente a su dueña que amablemente me invitaba a seguir, para no ensuciar de barro el impoluto prado y los pasillos de antiguo enchape colonial y al cruzar por La Paz y La Aguada, dos pueblos que hace mucho no visitaba, se revelaban los inmensos paisajes y a lo lejos San José de Suaita y la gran cascada de Los Caballeros como una diminuta hebra de plata colgando de la lejana e inalcanzable montaña.

Día treinta, pero como si fuera poco, para mi regocijo, bajando la montaña, esa parte del valle del Saravita me llenó el espíritu de júbilo y cruzando en cercanías del famoso cañón de Alférez al que también debo conocer, me encontraba con el tenebroso y mellado por el tiempo, Puente Lata, que ponía fin a mi provincia de Vélez y daba bienvenida a la de los Comuneros, no sin un duro ascenso cuando apenas la lluvia y la tarde se marchaban.

Llegando aquí, ¨the rest is silence¨, como escribió el caldense Darío Vélez en su novela La Hora del Ángelus, para hacer entender, cuando la suerte estaba echada o cuando ya se daba algo por suficiente o bien servido y luego de una laberíntica trocha, tapizada en finos barros de todos los colores, llegaba a San José en una noche que fue saludada por los más vibrantes y presuntuosos arreboles , antes que se fueran a dormir al oeste.

Día treinta y uno, día glorioso; (primero de mayo), este año el reto se cumple y con creces, con este día adicional, cuyo amanecer disfruto en San José, aunque mi Negrita Tata ya no daba más y hasta su cadena tronaba pidiendo un cambio, pero ya aquí, temprano en la mañana, llego a la gran Cascada Los Caballeros, cuyo rugido no se sospechaba allá al otro lado del cañón cuando la distancia la hacía ver minúscula e inofensiva. Cascada hermosa que me refrescaba con sus aguas y música de la mejor calma y vitalidad para seguir.

He cambiado la trocha por caminos de piedra, como aquellos de Lenguerke que prometí terminar de recorrer algún día y mientras el temblor en los brazos me hacía ir más despacio, tomaba así por asalto después de algunos kilómetros de este camino de nobles arrieros, Las Gachas, los pozos naturales más visitados de Santander, aunque esta vez, me llevo la sorpresa que todo está controlado, más limpio e incluso con servicios de todo un lugar turístico que antes brillaban por su ausencia.

Mi sorpresa no cesa con la tibieza del agua de aquellos jacuzis naturales, ya que al dejar aquel balneario inusual y bello por el color y calor de sus aguas, emprendo un camino absolutamente nuevo y exclusivo para los caminantes que deseen regresar al bello Guadalupe. En uno de sus kioscos he descansado un poco a la sombra pues la hora del día me permuta el agua tibia de mi cuerpo por el sudor agobiante, aunque todo cesa al llegar a aquel Guadalupe y a su Escuela Normal.

Me dejan ingresar a su capilla y allí una oración y el recuerdo por esa bella mujer que físicamente hoy ya no está pero que desde aquí saludo y a quién agradecí haber conocido su nobleza, cortesía y hospitalidad. Ella es toda una Gloria y lamenté no haber vuelto a verle, pues se ha ido en circunstancias impensables, como si la vida fuese algo que damos por hecho y nos atrevemos aun así a prometer, sin si quiera un ¨si Dios quiere¨. Cuando he vuelto a su casa, ya era tarde, se había ido y mientras allí llegaba, trataba de asimilar la noticia de su enfermedad y su partida. Me quedaba el escaso consuelo, de recordarla en un lugar donde pasó su juventud, como la Normal de Guadalupe y así de una manera ya tardía y que no hubiera pensado o querido, darle forma a ese <> que salió de mí, algún puñado de años atrás, cuando le conocí, como respuesta a su deseo de que yo volviera a visitarla, sin imaginarme (aún así sabiendo de lo efímero de la vida) que la primera vez que la conocí, también fue la última vez que la vi.

Mi viaje termina en el regocijo de estar allí, para revordarla y en poder caminar a las famosas cascadas de La llanera y los Pericos o también llamados Tres Chorros y de esta forma, tras una cortina de agua maravillosa e impolutamente traslúcida, como el alma de la tierra que nos alimenta, sale por fin aquella espina de mi corazón y doy cuenta de solo lo que yo puedo decidir, lo que yo puedo controlar, lo que yo mismo puedo hacer, porque no quería seguir esperando, lo que ya no debía llegar; de aquí en adelante quizás por un largo tiempo, la Tata, mi bicicleta querida, esté guardada por las obligaciones de la vida, que poco después, también se cumplirán con felicidad.

Reto y promesas cumplidas y un gracias a la vida.