MTB y Senderismo; Diez Años Después y Ascenso a las Aguas Sagradas Muiscas de Iguaque. Enero 2016
near Puente Nacional, Santander (Republic of Colombia)
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Itinerary description
(Ciclomontañismo y senderismo)
La mayoría de mis viajes son a lugares que toman distancia de la concurrencia turística, de la popularidad. Voy, cómo diría Salva Rodríguez "va la polilla a la luz" con un magnetismo particular, a lugares donde he tenido historias, donde estuve con alguien a quien amé y su recuerdo no se borra sin importar el tiempo transcurrido que lleva fuera de este mundo; su amor sigue presente. (…)
Este viaje combina dos lugares uno ya conocido y el otro no, uno turístico y el otro totalmente desapercibido para el mundo pero especial para mí. Combina también la bicicleta y el senderismo extremo en ascenso a 3700 metros de altura y su posterior descenso.
El primer lugar es el límite entre Santander y Boyacá, donde el año 2014 había intentado ir sin éxito por equivocarme de camino. (Ruta: Al cielo, o al menos cerca de él, agosto de 2014) Había estado allí diez años atrás y esos momentos fueron inolvidables. Mi madrecita Carmen y yo en el año 2006, habíamos caminado desde Santander a Boyacá para visitar un primo de ella quien estaba muy enfermo, con la sorpresa de encontrarle, después de ocho horas caminando con una potranca cargada de café, yuca, arracacha, bore, plátano y otras rarezas de tierra caliente para él, con su tanque de oxígeno pero trabajando en el arado de papa, no en la cama. Pasé por ese filo marcado con cruces indicando el fin de las procesiones de cada año, para la gente de esas veredas.
Fue grandioso llegar en bicicleta diez años después y recordarla, con su bondad y vitalidad, con su amor y paciencia. Me gusta ir a lugares que para mí tienen historia y recordar gente que amo.
Cuando el viento ya hacía cantar a las ramas de los pinos y eucaliptos a las horas del ocaso, emprendí el descenso a tierras boyacenses, hacia el sur y llego a Villa de Leyva en la noche. Me reciben en el Hostal Buda, un lugar muy agradable donde con una bienvenida y una fogata, inicia el descanso.
Me levanta el canto de los pájaros y las campanas de la misa de seis y el sol allí es más tímido pues se cubre hasta tarde por las montañas de Iguaque, altas y verticales, a las que estaba a punto de ascender.
Cuando comienzo un ascenso tedioso por una vía transitada que solo me dejaba polvo y los pitos de las veloces camionetas, llegó por fin a un desvío menos transitado, enmarcado en robles y pinos que dan sombra a quienes pasan allí.
Corrí contra el tiempo pues al santuario podía llegar solo antes de las diez de la mañana y el ascenso no daba más que metros de plana tregua entre ya un paisaje maravilloso, lleno de vida y naturaleza, donde el silencio del bosque era un millón de sonidos y el aroma era inolvidable.
Llego a las 10:30 con la frustración de no lograr la meta como equipaje y una hermosa dama de Parques Nacionales me ofrece agua y me pide que descanse. Todo estaba perdido pues la hora máxima de ascenso al santuario ya había pasado media hora atrás.
Ella me ve a los ojos y me dice tajantemente luego de responderle todo acerca del mismo "de dónde vienes y a dónde vas" de siempre, Tienes que firmar una cláusula que exime a PN de toda responsabilidad si algo te pasa y por favor en el punto que sea, si ya es la una de la tarde, sin importar que estés a metros de llegar al destino final, por favor regresa y debes estar antes de las cinco de la tarde, pues el parque y la oficina de registro se cierra.
Nada era más extraño, esa mezcla de alegría y cansancio, además de la desaparecida frustración que no me permitiría llegar, pero eso quedó atrás y comencé luego de abandonar mis cosas y mi bicicleta, llevando sólo mucha agua y un abrigo, comenzar a ascender lo que sería tal vez el senderismo más duro de mi vida, con pendientes de 45 grados, caídas vertiginosas a un costado lleno de vacío y lugares para trepar, literalmente, casi escalando a dos manos y dos pies, pero con un camino lleno de vida y naturaleza, tapizado en las raíces de los árboles que si te descuidas, te hacen besar la tierra llena de insectos y hojas secas. Un lugar maravilloso, que exudaba belleza y vida pura, los cantos de los pájaros carpinteros, el tucancito mariposas o los millones de seres voladores minúsculos, entre abejas e increíbles libélulas que me hicieron recordar el bautizo de días atrás con Catica y Bety.
Mucha gente en el camino sentados con cara de frustración por no poder seguir subiendo y gente que bajaba con una sonrisa muy franca y envidiable que yo también quería portar. En la penúltima estación llamada acertadamente "la pared" comienza el reloj a acosar con más fuerza y mucha gente hasta allí llegaba, pues ni los árboles se atrevían a crecer ya a esa altura que sobrepasaba los 3000 metros, nivel del mar y encontré a Kate, una chica alemana quien sin decirle nada me da de regalo un ánimo más de los que yo mismo me daba para ascender ya bajo el sol inclemente y me dice que en cuestión de minutos estaría en la meta final, pero no se veía nada bien el camino, solo rocas y mucho por ascender y luego de despedirme en un alemán que ella no esperaba, y le hizo sonreír, (Auf Wiedersehen) seguí subiendo y me temblaban las piernas, mientras el sol insistía en golpearme con fuerza.
Faltando casi dos kilómetros, miré el reloj y faltaban diez minutos para la una de la tarde, no podía creer que en media hora sólo había avanzado 200 metros, estaba desolado, desanimado y veía ya la gente bajar. Preguntaba una y otra vez y escuchaba todo tipo de tiempos, pero una chica de Burdeos, fascinada con tanta montaña y tanta maravilla en Colombia que a veces nosotros no apreciamos, me dice emocionada en un inglés a veces ilegible: "puedes llegar en 20 minutos, debes hacerlo, te vimos salir temprano en la plaza mayor con la bici y te pasamos en el carro en el camino desde Leyva hasta aquí y es increíble que vinieras en bicicleta, yo creo que deberías seguir, has de tener un estado físico envidiable", lo que ella no sabía es que estaba a punto de rendirme y de devolverme con ella y pedirle el teléfono más bien, pero eso desapareció mi angustia por el reloj, se fue el temblor de las piernas, el sol ya no quemaba, el peso del morral desapareció, bebí el último sorbo de agua que me quedaba y ya no me importaba lo que pasara, no iba a llegar tan lejos para nada, aunque ya lo recorrido era maravilloso quería llegar al destino final a casi 4000 metros de altitud. Allí recordé a mi amiga CLIP de años atrás quien tal vez ese mismo día, recorría el sur de Francia en bicicleta, pues tal vez ella me hubiese dado el mismo ánimo para no rendirme casi al final. Hubiese sido una frustración descomunal. No me equivoqué, pues cuando logro conexión, abajo en el hospital de Arcabuco, recibo una foto evidenciando la cortina Pirenaica, blanca y lejana, como la nieve de los sueños, fue increíble recibir esa postal y más aún tomada por ella desde una bicicleta.
Ya no encontraba a nadie ni en el camino ni regresando, solo éramos la montaña y yo y la luna tal vez monótona por aparecer cada mes de nuestra vida, se empotra en un paisaje sin igual, con un cielo azul infinito, los campos verdes abajo a lo lejos, los árboles bailando con el viento en los bosques lejanos, los frailejones de más de un metro, sabiendo que crecen un centímetro por año ni midiéndoles, creería en sus años de existencia y por fin a lo lejos a unos quinientos metros, la Laguna de Iguaque, lugar sagrado para los Muiscas y origen de sus leyendas de la cuna de la humanidad. Pienso que si el hombre ha de ser creado, este sería un excelente lugar para que aquí sucediese; un total y tangible paraíso de aguas verdes como la piel de las serpientes que al agua regresaron, como reza la leyenda.
Sin ninguna tardanza, lleno de su agua sagrada mi boca y toda sed, todo miedo, todo cansancio se evaporan, magia pura. Logro descender tan rápido y emocionado que alcanzo gente en el camino mientras respondía que si había podido ver la laguna ante mis incrédulos compañeros de viaje y lástima no tener tiempo para mostrarles las fotos, pero desde que yo lo sepa y la gente que quiero, no importa nada más, soy afortunado por ese lugar tan inmenso, tan infinito donde uno se siente minúsculo ante la majestuosidad hecha paisaje.
Llego a la cabaña, después de hora y media de descenso y beber agua de la laguna, mientras que para llegar a la cima me tomó casi tres horas y me encontraba debatiendo si quedarme en el parque acampando o salir al próximo poblado, llamado Arcabuco, donde el gran Nairo Quintana cursó sus estudios. La última opción me atrajo más y no me importaba si la noche me arropara en el camino, pues con luna y buena luz led, se llega a donde sea. Debía trabajar al otro día y luego de despedirme emprendí la salida del parque con mucho agradecimiento, con aquella damita de Parques Nacionales, quien también en su motocicleta salía poco después y alcanzándome en el camino me despedía con su mano. Tenía tiempo para llegar a Arcabuco aún con la luz del día, pero mi alegría y mi felicidad se fueron al piso por un momento de descuido muy corto afortunadamente; gracias a las rocas sueltas y la arena del camino, que me hicieron caer de forma abrupta.
Ya había cruzado el punto de no retorno, debía levantarme y seguir, como en la vida, aunque pensaba que para llegar a la Laguna Sagrada de Iguaque, me hubiese caído cinco veces más y hubiese seguido valiendo la pena. Llego directo al Hospital de Arcabuco tres horas después de la caída, mientras una manecilla corta del reloj besa el número nueve, en una fría pared blanca, la enfermera, limpia todas mis desgracias sangrantes y polvorientas, sacando cada piedrecita incrustada en la piel, mientras yo le hacía bromas como “así no por favor, no tan rápido al menos pregúntame el nombre o si soy soltero”. Me despedí del portero, de la enfermera y de la doctora con una sonrisa en la mañana por mis curaciones, mientras escuchaba salir una frase graciosa de la médica, de ese hospital solitario: “Gracias por venir y por caerte, estábamos muy aburridos aquí”, no sabía si reírme o sorprenderme, pero lo tomé de la mejor forma, al final sin los efectos de las inyecciones de analgésico, lo entendí con gracia y halago.
El regreso era un aburrido descenso por la carretera central, con poco dolor y el sabor en la boca de un rico chocolate con queso y almojábana, acompañados del beso de los vientos boyacenses Soy afortunado, pensaba, pues si pude ascender a uno de los más hermosos destinos naturales de Colombia, luego de recorrer 70 kilómetros de montaña, en bicicleta, puedo hacer lo que sea. Son esos viajes que ante un problema, los recuerdas y te dices a ti mismo, si logre eso, solucionaré esto y se superan mejor los problemas. Lo fácil no vale mucho la pena.
La mayoría de mis viajes son a lugares que toman distancia de la concurrencia turística, de la popularidad. Voy, cómo diría Salva Rodríguez "va la polilla a la luz" con un magnetismo particular, a lugares donde he tenido historias, donde estuve con alguien a quien amé y su recuerdo no se borra sin importar el tiempo transcurrido que lleva fuera de este mundo; su amor sigue presente. (…)
Este viaje combina dos lugares uno ya conocido y el otro no, uno turístico y el otro totalmente desapercibido para el mundo pero especial para mí. Combina también la bicicleta y el senderismo extremo en ascenso a 3700 metros de altura y su posterior descenso.
El primer lugar es el límite entre Santander y Boyacá, donde el año 2014 había intentado ir sin éxito por equivocarme de camino. (Ruta: Al cielo, o al menos cerca de él, agosto de 2014) Había estado allí diez años atrás y esos momentos fueron inolvidables. Mi madrecita Carmen y yo en el año 2006, habíamos caminado desde Santander a Boyacá para visitar un primo de ella quien estaba muy enfermo, con la sorpresa de encontrarle, después de ocho horas caminando con una potranca cargada de café, yuca, arracacha, bore, plátano y otras rarezas de tierra caliente para él, con su tanque de oxígeno pero trabajando en el arado de papa, no en la cama. Pasé por ese filo marcado con cruces indicando el fin de las procesiones de cada año, para la gente de esas veredas.
Fue grandioso llegar en bicicleta diez años después y recordarla, con su bondad y vitalidad, con su amor y paciencia. Me gusta ir a lugares que para mí tienen historia y recordar gente que amo.
Cuando el viento ya hacía cantar a las ramas de los pinos y eucaliptos a las horas del ocaso, emprendí el descenso a tierras boyacenses, hacia el sur y llego a Villa de Leyva en la noche. Me reciben en el Hostal Buda, un lugar muy agradable donde con una bienvenida y una fogata, inicia el descanso.
Me levanta el canto de los pájaros y las campanas de la misa de seis y el sol allí es más tímido pues se cubre hasta tarde por las montañas de Iguaque, altas y verticales, a las que estaba a punto de ascender.
Cuando comienzo un ascenso tedioso por una vía transitada que solo me dejaba polvo y los pitos de las veloces camionetas, llegó por fin a un desvío menos transitado, enmarcado en robles y pinos que dan sombra a quienes pasan allí.
Corrí contra el tiempo pues al santuario podía llegar solo antes de las diez de la mañana y el ascenso no daba más que metros de plana tregua entre ya un paisaje maravilloso, lleno de vida y naturaleza, donde el silencio del bosque era un millón de sonidos y el aroma era inolvidable.
Llego a las 10:30 con la frustración de no lograr la meta como equipaje y una hermosa dama de Parques Nacionales me ofrece agua y me pide que descanse. Todo estaba perdido pues la hora máxima de ascenso al santuario ya había pasado media hora atrás.
Ella me ve a los ojos y me dice tajantemente luego de responderle todo acerca del mismo "de dónde vienes y a dónde vas" de siempre, Tienes que firmar una cláusula que exime a PN de toda responsabilidad si algo te pasa y por favor en el punto que sea, si ya es la una de la tarde, sin importar que estés a metros de llegar al destino final, por favor regresa y debes estar antes de las cinco de la tarde, pues el parque y la oficina de registro se cierra.
Nada era más extraño, esa mezcla de alegría y cansancio, además de la desaparecida frustración que no me permitiría llegar, pero eso quedó atrás y comencé luego de abandonar mis cosas y mi bicicleta, llevando sólo mucha agua y un abrigo, comenzar a ascender lo que sería tal vez el senderismo más duro de mi vida, con pendientes de 45 grados, caídas vertiginosas a un costado lleno de vacío y lugares para trepar, literalmente, casi escalando a dos manos y dos pies, pero con un camino lleno de vida y naturaleza, tapizado en las raíces de los árboles que si te descuidas, te hacen besar la tierra llena de insectos y hojas secas. Un lugar maravilloso, que exudaba belleza y vida pura, los cantos de los pájaros carpinteros, el tucancito mariposas o los millones de seres voladores minúsculos, entre abejas e increíbles libélulas que me hicieron recordar el bautizo de días atrás con Catica y Bety.
Mucha gente en el camino sentados con cara de frustración por no poder seguir subiendo y gente que bajaba con una sonrisa muy franca y envidiable que yo también quería portar. En la penúltima estación llamada acertadamente "la pared" comienza el reloj a acosar con más fuerza y mucha gente hasta allí llegaba, pues ni los árboles se atrevían a crecer ya a esa altura que sobrepasaba los 3000 metros, nivel del mar y encontré a Kate, una chica alemana quien sin decirle nada me da de regalo un ánimo más de los que yo mismo me daba para ascender ya bajo el sol inclemente y me dice que en cuestión de minutos estaría en la meta final, pero no se veía nada bien el camino, solo rocas y mucho por ascender y luego de despedirme en un alemán que ella no esperaba, y le hizo sonreír, (Auf Wiedersehen) seguí subiendo y me temblaban las piernas, mientras el sol insistía en golpearme con fuerza.
Faltando casi dos kilómetros, miré el reloj y faltaban diez minutos para la una de la tarde, no podía creer que en media hora sólo había avanzado 200 metros, estaba desolado, desanimado y veía ya la gente bajar. Preguntaba una y otra vez y escuchaba todo tipo de tiempos, pero una chica de Burdeos, fascinada con tanta montaña y tanta maravilla en Colombia que a veces nosotros no apreciamos, me dice emocionada en un inglés a veces ilegible: "puedes llegar en 20 minutos, debes hacerlo, te vimos salir temprano en la plaza mayor con la bici y te pasamos en el carro en el camino desde Leyva hasta aquí y es increíble que vinieras en bicicleta, yo creo que deberías seguir, has de tener un estado físico envidiable", lo que ella no sabía es que estaba a punto de rendirme y de devolverme con ella y pedirle el teléfono más bien, pero eso desapareció mi angustia por el reloj, se fue el temblor de las piernas, el sol ya no quemaba, el peso del morral desapareció, bebí el último sorbo de agua que me quedaba y ya no me importaba lo que pasara, no iba a llegar tan lejos para nada, aunque ya lo recorrido era maravilloso quería llegar al destino final a casi 4000 metros de altitud. Allí recordé a mi amiga CLIP de años atrás quien tal vez ese mismo día, recorría el sur de Francia en bicicleta, pues tal vez ella me hubiese dado el mismo ánimo para no rendirme casi al final. Hubiese sido una frustración descomunal. No me equivoqué, pues cuando logro conexión, abajo en el hospital de Arcabuco, recibo una foto evidenciando la cortina Pirenaica, blanca y lejana, como la nieve de los sueños, fue increíble recibir esa postal y más aún tomada por ella desde una bicicleta.
Ya no encontraba a nadie ni en el camino ni regresando, solo éramos la montaña y yo y la luna tal vez monótona por aparecer cada mes de nuestra vida, se empotra en un paisaje sin igual, con un cielo azul infinito, los campos verdes abajo a lo lejos, los árboles bailando con el viento en los bosques lejanos, los frailejones de más de un metro, sabiendo que crecen un centímetro por año ni midiéndoles, creería en sus años de existencia y por fin a lo lejos a unos quinientos metros, la Laguna de Iguaque, lugar sagrado para los Muiscas y origen de sus leyendas de la cuna de la humanidad. Pienso que si el hombre ha de ser creado, este sería un excelente lugar para que aquí sucediese; un total y tangible paraíso de aguas verdes como la piel de las serpientes que al agua regresaron, como reza la leyenda.
Sin ninguna tardanza, lleno de su agua sagrada mi boca y toda sed, todo miedo, todo cansancio se evaporan, magia pura. Logro descender tan rápido y emocionado que alcanzo gente en el camino mientras respondía que si había podido ver la laguna ante mis incrédulos compañeros de viaje y lástima no tener tiempo para mostrarles las fotos, pero desde que yo lo sepa y la gente que quiero, no importa nada más, soy afortunado por ese lugar tan inmenso, tan infinito donde uno se siente minúsculo ante la majestuosidad hecha paisaje.
Llego a la cabaña, después de hora y media de descenso y beber agua de la laguna, mientras que para llegar a la cima me tomó casi tres horas y me encontraba debatiendo si quedarme en el parque acampando o salir al próximo poblado, llamado Arcabuco, donde el gran Nairo Quintana cursó sus estudios. La última opción me atrajo más y no me importaba si la noche me arropara en el camino, pues con luna y buena luz led, se llega a donde sea. Debía trabajar al otro día y luego de despedirme emprendí la salida del parque con mucho agradecimiento, con aquella damita de Parques Nacionales, quien también en su motocicleta salía poco después y alcanzándome en el camino me despedía con su mano. Tenía tiempo para llegar a Arcabuco aún con la luz del día, pero mi alegría y mi felicidad se fueron al piso por un momento de descuido muy corto afortunadamente; gracias a las rocas sueltas y la arena del camino, que me hicieron caer de forma abrupta.
Ya había cruzado el punto de no retorno, debía levantarme y seguir, como en la vida, aunque pensaba que para llegar a la Laguna Sagrada de Iguaque, me hubiese caído cinco veces más y hubiese seguido valiendo la pena. Llego directo al Hospital de Arcabuco tres horas después de la caída, mientras una manecilla corta del reloj besa el número nueve, en una fría pared blanca, la enfermera, limpia todas mis desgracias sangrantes y polvorientas, sacando cada piedrecita incrustada en la piel, mientras yo le hacía bromas como “así no por favor, no tan rápido al menos pregúntame el nombre o si soy soltero”. Me despedí del portero, de la enfermera y de la doctora con una sonrisa en la mañana por mis curaciones, mientras escuchaba salir una frase graciosa de la médica, de ese hospital solitario: “Gracias por venir y por caerte, estábamos muy aburridos aquí”, no sabía si reírme o sorprenderme, pero lo tomé de la mejor forma, al final sin los efectos de las inyecciones de analgésico, lo entendí con gracia y halago.
El regreso era un aburrido descenso por la carretera central, con poco dolor y el sabor en la boca de un rico chocolate con queso y almojábana, acompañados del beso de los vientos boyacenses Soy afortunado, pensaba, pues si pude ascender a uno de los más hermosos destinos naturales de Colombia, luego de recorrer 70 kilómetros de montaña, en bicicleta, puedo hacer lo que sea. Son esos viajes que ante un problema, los recuerdas y te dices a ti mismo, si logre eso, solucionaré esto y se superan mejor los problemas. Lo fácil no vale mucho la pena.
Waypoints
Summit
9,439 ft
Diez años después. Filo, límite entre Santander y Boyacá
Este es un lugar especial, geográficamente, porque permite ver hacia el sureste y divisar Villa de Leyva y hacia el noroeste, desde el mismo punto, permite ver Puente Nacional y otros municipios de Santander.
Lake
11,768 ft
Agua sagrada
Agua sagrada Si hay lugares que se han de recordar, este sería uno de ellos
Comments (4)
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Una ruta sin duda fabulosa, de esas que cualquiera anhelaría ir, muy buena crónica y muy buen registro fotográfico, felicitaciones Marius, la has sacado del estadio con esta excelente ruta.
Saludos Amigo.
Muchas gracias. He unido un lugar para homenajear y otro turístico y muy conocido donde se gesta la mitología muisca y el origen del mundo en la laguna de Iguaque. Su merced sabe que lo que uno puede hacer al ya no tener a las personas que importaron tanto, es recordarlas y yo recorro esos caminos que alguna vez se compartieron. El ascenso a la laguna fue genial y exigente pero valió la pena ir a ese lugar sagrado.
Hay momentos donde el cuerpo te dice. Que ya no se puede cansar más… ya lo has llevado al límite, pero la mente lo pone en modo avión y sigue trabajando muchas más horas de lo que tenías pronosticado.
Que gran satisfacción la que debes haber sentido cuando pudiste beber agua recién echesita. Lastima la caída, pero todo esto son heridas de guerra, que le dan más recuerdos a tu aventura. Saludos
Diego, muchas gracias, la verdad esta es una aventura que recuerdo con cariño por todo el esfuerzo que implicaba y por las alegrías y dificultades.