Atienza

Paseo por la monumental villa de Atienza, en la comarca de la Serranía de Guadalajara, punto de partida del Camino del Cid en las “Tierras de Frontera”; realmente el Campeador no llegó a entrar en la población, por entonces perteneciente a la taifa islámica de Toledo (tras abandonar Castilla, desterrado por Alfonso VI), pues como dice el Cantar: “Assiniestro dexan Atineza vna penna muy fuert”. Efectivamente, Atienza se asienta sobre un promontorio en una amplia planicie, con su castillo sobre una “peña muy fuerte”.
Esta situación estratégica de la villa atencina, entre ambas mesetas, ya tuvo relevancia en la Antigüedad, habiéndose encontrado restos celtíberos en sus alrededores (también del Neolítico), por lo que se cree que aquí se ubicaba un enclave arévaco, Titrhya, que opuso resistencia a Roma a la vez que Numancia
(hay quienes aseguran que en el cerro del castillo existió un castro celtíbero).
Luego en la Edad Media fue tierra fronteriza entre los andalusíes y Castilla (incorporada a este reino por Alfonso VI en 1085) y entre ésta y Aragón. Alfonso VII le concedió el fuero que le permitió constituir su extenso Común de Villa y Tierra, pero fue otro Alfonso, el monarca aragonés primero de su nombre, quien transformó la alcazaba árabe en una fortaleza, empezó a amurallar la parte alta de la villa y mandó construir la primera iglesia, llamada Santa María del Rey. A través de su fuero, se favoreció la actividad mercantil, en la que destacó el gremio de arrieros. Con Alfonso VIII aún alcanzó mayor impulso urbanístico la población como reconocimiento real al vecindario y especialmente a la cofradía de los arrieros, una de las más antiguas documentadas en Castilla, que le salvó de las tropas leonesas cuando contaba tan sólo cuatro años de edad: aprovechando su minoría de edad, su tío Fernando II de León presionaba política y militarmente para hacerse con la corona castellana, con las familias nobiliarias más importantes apoyando a uno o a otro, de manera que los Lara llevaron al rey niño a Atienza para resguardarlo de los Castro, que cercaron la villa; el asedio se prolongó hasta que en la mañana de Pentecostés de 1162 la cofradía de arrieros de Atienza, simulando realizar una romería a la cercana Ermita de la Virgen de la Estrella, distrajeron a los sitiadores mientras las caballerías más veloces condujeron a Alfonso hasta Ávila, pudiendo así conservar la corona castellana independiente de la de León. En conmemoración, todavía se celebra todos los Domingos de Pentecostés la fiesta de La Caballada, organizada por los herederos de aquella cofradía de arrieros (la Cofradía de la Santísima Trinidad, que conserva documentación que acredita su presencia desde el siglo XII y los libros de acuerdos y cuentas desde 1679); está declarada de Interés Turístico Nacional.

La población, que llegó a contar con 12 iglesias, nueve parroquiales (ahora quedan siete iglesias y tres ermitas), y alcanzó los 10 000 habitantes (hoy son poco más de 400), inició su declive a mediados del siglo XV, a raíz del sitio de la localidad por el condestable Álvaro de Luna durante la guerra con los Infantes de Aragón (que arruinó numerosos edificios); ya sin su carácter fronterizo y tras decaer la antaño floreciente actividad mercantil en beneficio de otras rutas, perdió importancia en favor de Sigüenza.
También se verá seriamente afectada por la Guerra de la Independencia tras ser cuartel general de El Empecinado, por lo que los franceses, al mando del general Duvernet, se ensañaron con ella en varias ocasiones, desvalijando iglesias, saqueando casas e incendiando gran parte de la villa (donde llegó a alojarse el general Hugo, padre del escritor Víctor Hugo).

De todo este intenso pasado histórico conserva un bellísimo casco urbano, declarado Conjunto Histórico Artístico, y una importante riqueza patrimonial. Comenzando el paseo en la calle Barruelo, a poco de cruzar la antigua Puerta de la Guerra (del arco, que pervivió hasta la primera mitad del siglo XX, se conservan las impostas), se encuentra la Iglesia de la Santísima Trinidad, originariamente del siglo XII del que conserva su ábside románico de influencia segoviana; luego se compone de un ábside gótico (con bóveda de crucería), una portada sur y otra a poniente renacentistas y un retablo mayormente barroco (con la talla de la Santísima Trinidad). Hoy es un museo (aunque de dependencia eclesiástica como los otros dos museos ubicados en templos) con piezas de arte sacro como las tallas del Cristo de los Cuatro Clavos, tardorrománico, del Cristo del Perdón (de Luis Salvador Carmona, el más prestigioso escultor español del siglo XVIII) y la de la Inmaculada Concepción, de estilo rococó, donada por Felipe V en atención a la hospitalidad de Atienza para con su persona durante la Guerra de Sucesión; o un catafalco del siglo XVII (mueble litúrgico funerario en madera policromada). También alberga el Museo de la Caballada: diversos diplomas medievales concediendo privilegios a Atienza, entre los que destaca el dado por Alfonso VIII por el que se regula la cofradía de la Santísima Trinidad (en un pergamino denominado "Ordenanzas", en el que se detallan las obligaciones y derechos de sus miembros, además de delimitar las infracciones cometidas en las Juntas y en otros actos ordinarios o festivos de la Cofradía). Además, según la leyenda, posee dos espinas pertenecientes a la corona de Jesucristo, en la capilla de las Santas Espinas (antigua del Cabildo).

Sigo subiendo dejando a mi izquierda los restos del cinturón de murallas más interno ( construido en el siglo XII, reconstruido poco después de su destrucción parcial en el XIV), pasando entre el castillo (que conserva la Torre del Homenaje y el patio de armas), sobre un espolón de roca, y la iglesia más antigua de Atienza, Santa María del Rey, que data de los primeros años del XII, templo románico de una gran belleza (si bien se encuentra vacío en su interior ya que su altar fue trasladado después de la Guerra Civil a la iglesia de Torija, cuyo ara fue destruida en la contienda; no obstante aquí se celebra misa el día de la Virgen de Agosto); el cementerio de la villa se encuentra adosado a la entrada principal.

Rodeo el castillo por el camino asfaltado hasta llegar a la carretera de Berlanga, volviendo en dirección a Atienza. Ya en el núcleo urbano, paso por dos plazas asoportaladas, la de España (en donde se encuentra el Ayuntamiento) y la del Trigo o del Mercado, separadas por el arco de San Juan o de Arrebatacapas (así llamado porque el viento arrebataba las capas de los atencinos cuando lo atravesaban), el de mayor valor monumental de los cuatro que permitían cruzar las murallas; ya en la plaza del Trigo (donde tenía lugar el mercado de la villa y su comarca), de estilo tradicional castellano con soportales sobre columnas de piedra y estructura de madera a la vista, en un costado se emplaza la Iglesia de San Juan del Mercado, dedicada a San Juan Bautista (y aún hoy abierta al culto): aunque se empezó a construir en el siglo XII, se rehízo a fines del XVI, ya en estilo renacentista. Su retablo principal, con un cuerpo central y dos laterales separados por dos columnas salomónicas, es de estilo barroco.

Salgo de la plaza y atravieso el Arco de la Virgen (llamado así por una Inmaculada Concepción que aparece en la parte interna superior del arco), bajando a la Iglesia de San Gil, también desacralizada y convertida en museo de arte sacro (con piezas de diversas épocas y una pila bautismal románica, además de una buena colección paleontológica). De su fábrica románica solo queda el ábside (siglo XII), de planta semicircular y con columnas de decoración foliácea.

Cruzando la carretera de Berlanga giro ligeramente al este para visitar el ábside del antiguo convento de San Francisco (lo único que resta del mismo), uno de los escasos ejemplos de gótico inglés en España. Se construyó a instancias de doña Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III de Castilla, y señora de Atienza. Tras la Desamortización el edificio fue deteriorándose, siendo empleado posteriormente como almacén de trigo anexo a una fábrica de harinas (hoy es de un particular y está adosado a otras edificaciones).

Sigo la carretera a la izquierda, pasando junto al que fuera Hospital de Santa Ana, fundación testamentaria de Ana Hernando Hernando (1665-1745), atencina afincada en Madrid, donde regentó una importante cerería (establecimiento de fabricación y venta de artículos de iluminación), siendo proveedora del Palacio Real. En su oratorio albergaba la talla del
Santísimo Cristo del Perdón (hoy en el museo de la Santísima Trinidad). En su
fachada puede verse un medallón-relieve que representa a Santa Ana enseñando a leer a su hija, la Virgen María Niña.

Volviendo a entrar en el recinto amurallado, me dirijo a la calle más importante del casco histórico, la de Cervantes, antiguamente llamada “de la Zapatería”, que conserva casas blasonadas con los escudos de familias nobiliarias asentadas en otras épocas en Atienza.

Aquí concluyo este interesante paseo, ya abierto el apetito, para disfrutar de la magnífica gastronomía que también caracteriza a la comarca.