Castro de Baroña, Porto do Son
near Baroña, Galicia (España)
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Trail photos
Itinerary description
Vista al Castro de Baroña, desde el centro de interpretación del mismo, que es pequeño y en el que puedes ver fotos del castro y dibujos recreando cómo era, así como información de dicho castro y de la cultura castreña en Galicia. Es un recorrido corto sin mayores complicaciones, aunque no es aconsejable ir con chanclas o similares, aunque luego se vaya a ir a tomar el Sol. Lo hicimos con niños de 3 y 5 años sin ningún tipo de problemas.
Es una auténtica joya en un sitio privilegiado sobre el mar y asomándose al mismo. La primera vez que lo vi, me quedé sobrecogido. Lo visitamos siempre que pasamos por Galicia, incluso si nos queda lejos. Es increíble a cualquier hora, pero con la puesta de Sol el ocaso te queda justo delante, hundiéndose el Sol en el mar que se lo traga para hacerlo desaparecer, pero éste tras unas hora siempre logra burlarle y aparecer por el extremos contrario. El estar sentado entorno a piedras que fueron las casas hace veinte siglos de las gentes que habitaban estos parajes, te hace sentirte pequeño e insignificante, un grano de arena en una playa, un canto rodado de un río.
Desde el centro de interpretación sale la senda bajando por unos escalones en tierra mal trazados. Luego se interna en un pinar bonito, hace años lleno de tiendas de seudo hippies y basura y hoy recuperado en un entorno más natural. Hay marcas blancas y rojas que te indican el trayecto, aunque no tiene perdida aun sin ellas. Al cabo de un corto paseo se termina el pinar y ya podemos observar a lo lejos el castro que se alza en un acantilado, rodeado por el mar y por arena por su parte de acceso.
El castro estuvo habitado entre los siglos I a. C. y I d. C. y constaba de dos murallas defensivas. La más exterior un gran muro de tierra con un foso, ambos de varios metros. Lo que queda de estos hay que atravesarlos andando, cuidado con los resbalones de la arena sobre la roca. Llevábamos a los niños de la mano para evitar culadas. Después de este primer muro, se alzan los restos de otro compuesto de dos paredes de roca rellenas de diversos materiales, se puede observar muy bien su construcción y composición en algunos puntos. La entrada conserva la escalinata de subida y una pequeña torre de guardia. Por detrás de la misma hay una doble escalinata en ambas direcciones que dan acceso a la garita y la muralla que seguía de la misma.
Dentro del castro se pueden distinguir dos zonas. Un barrio a la izquierda, donde nos encontramos con un edificio con una forma menos redondeada que destaca por su tamaño. Seguimos recorriendo el castro por la esta zona y hay numerosas casas con planta circular. Yendo hacia el lado derecho, tras subir otras escaleras que nos suben a otro nivel, se juntan varios restos de edificaciones, todos de planta circular muy juntas entre ellas, con es habitual en los castros, dejando calles muy estrechas con un trazado irregular. Para acceder a la tercera zona, hay que subir bastante rodeando una pared de piedra que nos lleva a lo más alto del acantilado. Esto no lo hemos hecho ningún año con los niños (la tercera vez que los traemos), pero sí en otras ocasiones antes de tenerlos, y no es aconsejable para todos, aunque con cabeza y despacio no tiene mayor complicación. Al superar la altura de las rocas nos hayamos en lo más alto del acantilado con alguna estructura suelta a mayores, pero ya sin formar la viviendas típicas y agrupadas de la parte baja del castro. Hay un sendero que lo rodea por la derecha y puedes avanzar con cuidad tanto como quieras hasta el final del acantilado, teniendo bajo ti el mar inmenso que lo abarca hasta el infinito.
Todos los castros que he visitado tienen algo de especial, pero el de Baroña es mi favorito sin duda.
Es una auténtica joya en un sitio privilegiado sobre el mar y asomándose al mismo. La primera vez que lo vi, me quedé sobrecogido. Lo visitamos siempre que pasamos por Galicia, incluso si nos queda lejos. Es increíble a cualquier hora, pero con la puesta de Sol el ocaso te queda justo delante, hundiéndose el Sol en el mar que se lo traga para hacerlo desaparecer, pero éste tras unas hora siempre logra burlarle y aparecer por el extremos contrario. El estar sentado entorno a piedras que fueron las casas hace veinte siglos de las gentes que habitaban estos parajes, te hace sentirte pequeño e insignificante, un grano de arena en una playa, un canto rodado de un río.
Desde el centro de interpretación sale la senda bajando por unos escalones en tierra mal trazados. Luego se interna en un pinar bonito, hace años lleno de tiendas de seudo hippies y basura y hoy recuperado en un entorno más natural. Hay marcas blancas y rojas que te indican el trayecto, aunque no tiene perdida aun sin ellas. Al cabo de un corto paseo se termina el pinar y ya podemos observar a lo lejos el castro que se alza en un acantilado, rodeado por el mar y por arena por su parte de acceso.
El castro estuvo habitado entre los siglos I a. C. y I d. C. y constaba de dos murallas defensivas. La más exterior un gran muro de tierra con un foso, ambos de varios metros. Lo que queda de estos hay que atravesarlos andando, cuidado con los resbalones de la arena sobre la roca. Llevábamos a los niños de la mano para evitar culadas. Después de este primer muro, se alzan los restos de otro compuesto de dos paredes de roca rellenas de diversos materiales, se puede observar muy bien su construcción y composición en algunos puntos. La entrada conserva la escalinata de subida y una pequeña torre de guardia. Por detrás de la misma hay una doble escalinata en ambas direcciones que dan acceso a la garita y la muralla que seguía de la misma.
Dentro del castro se pueden distinguir dos zonas. Un barrio a la izquierda, donde nos encontramos con un edificio con una forma menos redondeada que destaca por su tamaño. Seguimos recorriendo el castro por la esta zona y hay numerosas casas con planta circular. Yendo hacia el lado derecho, tras subir otras escaleras que nos suben a otro nivel, se juntan varios restos de edificaciones, todos de planta circular muy juntas entre ellas, con es habitual en los castros, dejando calles muy estrechas con un trazado irregular. Para acceder a la tercera zona, hay que subir bastante rodeando una pared de piedra que nos lleva a lo más alto del acantilado. Esto no lo hemos hecho ningún año con los niños (la tercera vez que los traemos), pero sí en otras ocasiones antes de tenerlos, y no es aconsejable para todos, aunque con cabeza y despacio no tiene mayor complicación. Al superar la altura de las rocas nos hayamos en lo más alto del acantilado con alguna estructura suelta a mayores, pero ya sin formar la viviendas típicas y agrupadas de la parte baja del castro. Hay un sendero que lo rodea por la derecha y puedes avanzar con cuidad tanto como quieras hasta el final del acantilado, teniendo bajo ti el mar inmenso que lo abarca hasta el infinito.
Todos los castros que he visitado tienen algo de especial, pero el de Baroña es mi favorito sin duda.
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