Los Chozos de Villafría de la Peña (Sierra del Brezo VII)

Ruta sencilla que parte de Villafría hasta unos mini chozos, como si fueran de duendes o hobbits, que representan distintas cabañas y chozos de la región, así como personajes que son o debieron ser conocidos de la zona.
La hicimos con el niño de 4 años y la niña de casi 3, y es una ruta muy asequible para hacerla en familia y con niños pequeños, sobre todo lo la recompensa que les espera al final del recorrido. Quizá se pueda hacer larga para niños pequeños si no están algo fogueados a los caminos de campo. El camino de ída tiene una fuerte pendiente, el de vuelta todo bajada pero se notaba el esfuerzo de la subida y el tiempo correteando por los chozos, terminaron muy cansados.

Según se sale de Villafría de la Peña, en dirección al Santuario de la Virgen del Brezo, a la derecha nos indican unos carteles la dirección hacia los chozos. Dejamos el coche al borde de camino y echamos a andar. Al lado de un cruce de pistas de tierra donde se ve el otro cartel vertical en madera con una flecha de metal encima, indicando la dirección, es donde se empezaría propiamente la ruta. Vamos muy animados, llaneando con pequeñas bajadas y subidas e imaginando cómo serán los chozos que veamos.
Tras unos cientos de metros nos encontramos con un banquito al lado de una intersección y unas flechas que indican los chozos. Por el ramal de la izquierda estarían a 1 km. Por la derecha a 1,6 km. Hemos estudidado el mapa antes y, aunque sabemos que hay cierto desnivel (unos 150 m aunque el gps haya anotado menos) tomamos el camino más corto para hacer la subida más rápida, aunque cueste más. Preferimos subir más a pico y poder bajar más tranquilos.
En efecto, la subida es continua y acusada para los niños. Después de la primera rampa tenemos que tomar agua en una sombra y un poco más adelante descansamos otra vez en un banco "que no cobra comisión" pone en un cartel al lado, y volvemos a beber agua. El sol está alto y pega duro.
Después de ese breve descanso, nos quedan varias rampas más empinadas que las abordamos con ganas y decididos y no paramos hasta llegar al final de las mismas que coincide con otro cruce y letrero señalando los chozos a la izquierda. Hacia la derecha estaría el otro ramal, más largo, que se puede usar para subir también, y que nosotros usaremos para bajar luego. Desde aquí son otros pocos metros ya con una subida muy relajada.
Una vez que hemos llegado a los chozos, lo primero que vemos es un mirador con un catalejo subido en una plataforma. Con él podemos ver todo el valle hacia abajo. Al lado hay un chozo de pequeña estatura, como serán todos, con techo hecho de brezos y paredes de piedra. Dentro banquitos de madera entorno al poste central que sostiene el techo, y unos bastones por si algún caminante lo necesita. Genial que sigan ahí y nadie se los lleve de recuerdo. Al lado hay mesas y bancos de piedra que usamos para almorzar unos bocadillos y reponer fuerzas. Hay duendes de madera con forma de muñecos de nieve, y un columpio abajo.
El siguiente chozo es una cabaña de cazador, todo el techo hecho de brezos que llegaba al suelo formando un triángulo. Genial equipada con una litera plegable y unos taburetes. Todo del tamaña de hobbits o de niños de metro y poco. Un banco que parece casi un trono, esculpido en madera, está a la entrada como si de un mirador se tratara.
Lo siguiente que vimos fue una mina, con vagoneta llena de carbón, raíles y candiles. La gente grande debe entrar algo agachada, los trabajadores deben de ser enanos de las montañas azules.
La que más me gustó fue una casa en un árbol. Una pasada, subí con los niños y tenía que estar inclinado y apenas pude entrar de lo pequeña que era. La puerta diminuta (1,10 metros) y los muebles dentro (atornillados al suelo) igual.
El siguiente fue bautizado como el chozo cohete, por la forma que tenía. Alargado y estrecho, todo de piedra incluido el techo con un pastor de cierta edad y de madera, cual Pinocho ya hecho Gepetto, sentado a la entrada fumando una pipa de madera. Justo al lado, muy cerca de este chozo, se encontraban unos cervatillos hechos en madera, de un modo sencillo pero muy bonito. Y desde ellos se veían medio escondidos una familia de osos: papá oso y mamá osa (que aparentaba estar embarazada aprovechando un saliente redondeado del tronco del que estaba hecha). Realmente parecía una búsqueda de un tesoro, dado que mientras explorábamos una cosa, veíamos a lo lejos otra que nos invitaba a ir corriendo a descubrirla.
Hay otros edificios y aún otros en construcción. Es una obra muy grande que no está acabada y que sus autores siguen mejorándola y ampliándola. Cada edificio tiene apuntado el año en que se hizo y algunos son muy recientes. Vemos también un molino y panadería, con la rueda de moler, horno para hacer el pan... todo en miniatura. Justo enfrente de ella hay un pozo pequeño y, oh sorpresa, en el cubo del pozo hay varios botellines de cerveza que la gente respeta y no se lleva, y lo mismo hicimos nosotros. Algo más lejos se encuentra una forja con un enorme fuelle dentro, aún para las proporciones pequeñas de los chozos.
El último edificio que vimos fue un hórreo, súpe bien reproducido con todos los detalles, pero en pequeñín, como todo en este país que no puedo evitar compararlo con Hobbitón. El hórreo tiene su escalera típica: en piedra, sin barandillas y sin estar unido a la estructura de la casa para evitar la entra de ratones. Igualmente está sostenido por las cuatro piedras verticales (pegollos o pegoyos) que poseen los hórreos coronadas por otras lisas y horizontales para impedir que los roedores se aprovechen del grano y del maíz. Entramos y admiramos la mesa y los banquitos a sus lados, los taburetes que se abaten de la pared de donde están enganchados y la simulación en madera de queso, chorizo y una botella de vino (todo esto sí que estaba pegado o clavado). Al lado del horreo hay que ir con cuidado, dado que se encuentra una piara de jabalís atravesando el prado. Dentro bebimos más agua, hacía calor, y recompusimos equipo para iniciar el regreso.
Este lo hicimos volviendo por el mismo camino hasta el cruce que se encontraba cerca y continuamos rectos dejando las cuestas por las que habíamos venido a la derecha. Íbamos a regresar por el ramal que era un poco más largo y la bajada era cómoda y suave todo el rato. Después de una curva pronunciada a la derecha, el desnivel aumentó mucho un trecho, tuviendo que dar la mano a los niños. Al cabo de ya muchos "¿cuánto queda?" de nuestros pequeños hobbits, ya cansados, llegamos al cruce de los dos ramales del principio y de allí terminar llaneando hasta llegar al coche.
Una ruta súper chula que disfrutamos todos y que fue genial por la gran sorpresa escondida que nos esperaba arriba, fruto del trabajo increible y desinteresado de los lugareños.