Salamanca, Paseando por sus calles.

Buscamos aparcamiento antes de entrar en el casco antiguo, justo al inicio del Puente Romano. Resulta un doble acierto, puesto que encontramos sitio fácilmente y tenemos la ocasión de tomar la foto del conjunto de la catedral, cosa que después resulta imposible por la proximidad de las edificaciones. Como emperadores, con paso parsimonioso pero nada marcial, nos entretenemos mirando el Rio Tormes y los grupos de estudiantes que remolonean cobijados por la sombra de los árboles, planeando o debatiendo, se nos antoja, sobre la proximidad de los exámenes. En la cabecera del puente un Verraco, el Lazarillo de Tormes y la Iglésia de Santiago nos dan la bienvenida. La subida hasta la Catedral Vieja transita entre cuidados edificios y pisando enlosadas calles. La magnificencia de la Catedral Nueva nos deja boquiabiertos, y aunque nos detenemos a visitarla, no podemos evitar, como chiquillos, apresurarnos a buscar la figura del Astronauta en el lateral de la Puerta de Ramos. La visita al Huerto de Calixto y Melibea resulta refrescante, tal como nos promete a la entrada La Celestina, y paseando por semejante vergel nos olvidamos por unos momentos de horarios, prisas y del sofocante sol. Pasando por la Cueva de Salamanca, ahora cerrada, nos acercamos a una parte más transitada y algo más moderna de la ciudad, que a pesar de todo nos ofrece el Convento de San Esteban, las Dominicas, la figura de Góngora, San Pablo y la parte aún visible de la Torre de Clavero como premio a nuestros esfuerzos. Entramos al patio del Palacio de la Salina y en la estatua de Alberto de Churriguera nos apartamos de la Plaza Mayor, aplazando nuestro paso por ella, para una hora en la que esté más concurrida si cabe. El Mercado Central, la Iglésia de San Julián, el Palacio de los Femoselles, la parróquia de San Boal, el Monasterio de Santa Isabel y el Palacio de los Garci-Grande, nos llevan hasta la Plaza de los Bandos, iniciando un giro en redondo para volver hacia la citada Plaza Mayor. La algarabía bajo sus arcadas y las abarrotadas terrazas de los bares llenan de vida el espacio y de voces el aire. Un grupo de jubilados reclama sus derechos y pide pensiones dignas, eso sí, bajo los arcos a resguardo del sol, pues lo cortés no quita lo valiente. Un pequeño rodeo, encamina nuestros pasos hacia la Casa de las Conchas y la Clerecia. Cerramos el círculo pasando por el Palacio de los Abarca (Museo de Salamanca) y la Arcada de San Gregorio, hasta llegar de nuevo al puente, y de allí al aparcamiento. Sirva esta ruta, no como el súmun inigualable de las visitas turísticas, sino como una modesta aportación para aquellos viajeros que, atareados, gusten utilizarla para sus fines.